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Si CR7 está vivo, el Madrid no está muerto

LOS ÁNGELES -- Hizo tres. Con el repertorio, con el arsenal de los cracks.

El primero, como cazador de balones muertos y esperanzas vivas, en el limbo del área.

El segundo, con la brutal explosión atlética. Citius, altius, fortius. Y con un martillazo seco en la estratósfera.

Y el tercero, con la impunidad despiadada del francotirador, aunque quiso meterlo en la frente, pero le partió el corazón alemán.

Y si Cristiano Ronaldo está vivo, el Real Madrid no puede estar muerto. Si el último aliento madridista está en los pulmones de CR7, la esperanza aún tiene siete pulmones.

3-0. Y Real Madrid, en semifinales. Todos de Cristiano. 3-2 en el global. La jauría de lobos alemanes mordisqueó apenas el supuesto manjar de las semifinales de la Champions. La luna, para ellos, sigue siendo de queso.

El pitazo inicial parecía sinfonía fúnebre. El estruendo del Santiago Bernabéu guardó para sí un coloquial minuto de silencio... por si acaso.

El 2-0 del acumulado tenía mueca de sepelio merengue. Pero la Casa Blanca es incubadora de hazañas... aunque también de ridículos.

Pero pronto pareció un festín. Cristiano la empujó primero en la boca abierta y desdentada del lobo agazapado. El 2-0 llegó en un parto casi de gemelos, inmediato, con un cabezazo certero, con el mismo ginecólogo portugués entregando a la tribuna del Bernabéu el alumbramiento de la fe.

A partir de ahí, los lobeznos sacaron los colmillos y el Madrid asumió la paciencia como mandamiento inequívoco de la cacería perfecta. Un impasse con drama y angustia.

Parecía que uno mejoraba y el otro se desmejoraba. Parecía que Wolfsburgo no tenía prisa y que el Madrid tenía tanta prisa que elegía jugar con calma.

Keylor Navas apareció de nuevo. Sabía que mantener virgen su meta era tan importante como la inclemencia letal de la BBC. Ellos deberían pagar la hipoteca, pero la llave del paraíso estaba en sus manos.

Y Navas atajó espectacularmente con dotes de cirquero, pero también mantuvo la sangre fría, ante remates calientes. El tico tenía el bozal perfecto en sus manos para el hocico de la manada.

La lesión de Draxler condenó a los alemanes. Ya no intentaban construir, sino empujar. Su mejor hombre tenía un rejón en el músculo y un iglú sobre la pierna.

Un cabezazo de Sergio Ramos que pega en el poste y se mete al arco. La pelota es sacada por el arquero del Wolfsburgo. El cuerpo arbitral decide de la manera más pusilánime: no decide y el marcador se queda con ese rostro de drama y desesperación, 2-2 en el global, mientras el reloj seguía en su hemorragia de segundos.

Real Madrid tenía la pelota. Y embestía contra el muro. Con nervio, pero sin nervios. Desentonaba la precipitación de Benzema. Quería ser el tenor del himno madridista, pero con su actuación de soprano debió ser relevado.

En medio de esa consistencia alemana y esa persistencia madridista, era claro que la jornada estaba reservada para los predestinados. Y el destino tiene sus cartas marcadas.

Era una batalla no apta para el que no se sintiera capaz de ser héroe, y que no se sintiera capaz de ser el mejor, más allá de si encima se autobautiza como "el más rico, el más guapo".

Cuando el Bernabéu estaba trémulo de nervios, cuando el 2-2 global ansiaba enviar al suplicio de tiempos extras el desenlace, apareció una coreografía de la fatalidad.

Modric cae y el árbitro se inventa una falta. Como siempre, CR7 muestra su certificado de la potestad sobre todos los tiros libres. Que los demás calmen en otros frentes sus ansias de artilleros. La Champions es suya y es lo suyo.

El disparo sale fuerte, raspado. Y penetra entre la fortificación de la jauría verde, que extrañamente al saltar se abre. La pelota pica con veneno de billarista y se extiende a la izquierda del arquero. Cristiano ni siquiera espera, ni contempla. Escapa en festejo hacia el universo madridista. Sabía que el 3-0 estaba consumado.

Wolfsburgo se decidió tarde y se decidió ya cojeando. Un gol los metería en semifinales. Pero estaban desahuciados, física y moralmente. Real Madrid ya era semifinalista antes de que el juez lo notarizara con el silbatazo del carnaval merengue y las exequias alemanas.

La gran lección queda ahí. Mientras Cristiano Ronaldo esté vivo, el Real Madrid no puede estar muerto.