ATLANTA -- Los dos buscan respuestas, más que resultados. Y buscan respuestas que les obliguen a nuevas preguntas. Los dos buscan más dolencias que sanar, que virtudes que apapachar. Ambos, Paraguay y México.
El marcador del Georgia Dome, como cualquier veredicto, tiene su importancia. A nadie le gusta morir acribillado, ni siquiera de a mentiritas en los juegos de video. Nadie tiene siete vidas gatunas. Ni siquiera los gatos.
Juan Carlos Osorio tiene aún futbolistas en competencia en la Final de la Liga MX, y con veladoras encendidas, rosario en mano y jaculatoria en la boca, para que sus soldados del torneo totonaca no sigan las tribulaciones de Argentina con Messi o de Uruguay con Suárez, claro, guardando proporciones, porque no hay Ferraris en los pits del Tri.
Una postura sabia: hacerle la autopsia al paciente cuando aún se encuentra vivo. Más allá de esta analogía, podrá encontrar cura a sus males, antes de que se muera de un marcador. Y ya lo eternizó Nietzsche: "Lo que no mata, fortalece".
Al entrenador colombiano no le preocupan las cualidades del Tri. Las conoce. Trabaja sobre ellas. Le preocupan, sin duda, las dolencias. El médico no ve salud, ve achaques. Y a Osorio le preocupan los inminentes achaques de su selección.
Aun con Javier Hernández cerca de la mejor forma posible, Osorio necesita convertir a peones en alfiles. Anuncia a Carlos Gullit Peña como bayoneta ante la retaguardia guaraní.
"Falso 9", describe el técnico. Y encumbra al Gullit huasteco como si fuera la versión recargada del Gullit holandés. La urgencia, la fe y la ilusión pueden transfigurar a la Chupitos en Jennifer López.
Lo cierto es que el Gullit no desconoce la posición, lo cual no significa que sea un erudito consumado en esa posición. Osorio acierta cuando habla de su fortaleza, potencia, personalidad y capacidad de definir.
Con Peña ensayaron en ese puesto Matosas, hoy vacante, Pizzi, hoy técnico de Chile, y Almeyda, entrenador de Chivas. Lo hicieron igual que Osorio podría hacerlo ante Paraguay: por necesidad. Todos han parecido convencidos, menos el propio jugador.
México, lo tiene claro, hoy no pretende jugar contra Paraguay, sino contra la versión más uruguaya que su cuerpo técnico cree ver en Paraguay, desde la formación, el parado, el acomodo, hasta las sutilezas ofensivas de las que eventualmente dispone. Claro, hoy, no he visto aún al Suárez o al Cavani guaraní.
Y curioso sin duda, porque en su homilía en la víspera del juego, Ramón Pelado Díaz habla de recobrar el arraigo del futbol ofensivo en los guaraníes, mientras que Washington Tabárez cada vez más fortalece el dique de contención charrúa.
Al final, el ensayo es válido. Es mejor un sparring que cientos de rounds de sombra. Este sparring devolverá golpes, mientras que el abuso de interescuadras aburre más que jugar en video con un árbitro mexicano, es decir, con un invidente.
En medio de ese escenario, Osorio cada vez se atreve más a profanar la frontera de las ilusiones. "Con los siete que hacen falta, la selección mexicana está lista para confrontar a cualquiera".
Claro, sabe que el Tri juega de local en una Copa América, que sigue siendo Copa y es más que nunca de América, aunque se desprendan fracturadas, joyas como Suárez, Neymar, y posiblemente Messi, ante las exigencias que hace el Barcelona este sábado de que no juegue el torneo.
Y, sin duda, para la metodología de Osorio, un hombre obsesionado con el laboratorio de los entrenamientos, la mejor cocina la encuentra en el trabajo diario.
Y la generación de futbolistas mexicanos de la cual dispone, más allá de su calidad futbolística, según el rasero de cada quien, es una generación ennoblecida por cicatrices, es arcilla noble para el trabajo, como lo ha dicho el mismo entrenador, si se es honesto, franco, congruente con lo que se predica.
Por eso, insisto, es una postura sabia hacerle la autopsia al paciente cuando aún se encuentra vivo.