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El béisbol regresa a los Juegos Olímpicos... por ahora

La Asamblea General del Comité Olímpico Internacional aprobó el regreso del béisbol a los Juegos Olímpicos en Tokio 2020 Getty Images

El béisbol regresará a los Juegos Olímpicos en la edición del 2020, que se celebrará en Tokio, Japón.

La Asamblea General del Comité Olímpico Internacional (COI), reunida en Río de Janeiro, aprobó este miércoles por unanimidad la vuelta del beisbol y el softbol, además de la inclusión del karate, el surfing, monopatín y escalada deportiva en el calendario de competencias para dentro de cuatro años.

Y aunque la noticia llena de regocijo a los amantes de las bolas y los strikes, no hay que echar a volar las campanas al vuelo y celebrar con cautela, pues que se juegue pelota en Tokio no garantiza la continuidad para próximas citas olímpicas.

El béisbol debutó como deporte oficial olímpico en Barcelona 1992, luego de dos presentaciones como exhibición en Los Angeles 1984 y Seúl 1988.

Se mantuvo en el calendario en las ediciones de Atlanta 1996, Sydney 2000, Atenas 2004 y Beijing 2008, pero salió en Londres 2012 y tampoco estará en los Juegos de Río que comienzan el viernes.

Era de esperarse que volviera a la capital nipona. Los países organizadores tienen el derecho de incluir ciertas disciplinas deportivas que resulten en extremo atractivas al público local.

Y el béisbol, sabemos, es el deporte nacional de Japón. Pero más allá del 2020, nadie sabe qué pasará.

¿Por qué? Estas son algunas razones para mirar el futuro del béisbol olímpico con escepticismo.

Seamos honestos. La calidad de los torneos en la mayoría de las ocasiones dejó mucho que desear.

Era la época en que la entonces poderosa selección cubana ninguneaba a rivales inferiores, casi juveniles que no le plantaban cara en el campo de batalla.

Además, está el aspecto de la representatividad. Cada continente debe tener al menos un equipo, en un deporte que se practica más que nada en Norte, Centroamérica, el Caribe y Asia.

En otras palabras, no son todos los que están, ni están todos los que son.

A eso súmenle la duración de los partidos, muchas veces sobre las tres horas, que no lo hacen atractivo a los intereses de la televisión y sobre todo, a los jerarcas del olimpismo, en su mayoría procedentes de países europeos sin tradición en este deporte.

Al difunto Juan Antonio Samaranch, el hombre que revolucionó el olimpismo al permitir la entrada de los profesionales, mencionarle la palabra béisbol era como mentarle la madre o invocarle al demonio.

Y por igual camino anda el alemán Thomas Bach, actual titular del COI.

Es por eso que lo de Tokio es una oportunidad única para que el torneo beisbolero eleve su calidad con la participación de jugadores rentados del mayor nivel posible y para ello es necesario que las Grandes Ligas se involucren de lleno en ello.

Aquí se complican las cosas, porque los Juegos Olímpicos coinciden en fecha con la temporada de MLB y no parece posible que la campaña se detenga por dos semanas para permitir la participación de las estrellas de las Mayores.

Si para el Clásico Mundial, que es fuera de temporada, los equipos de Grandes Ligas ponen caras feas para permitir la

participación de sus jugadores, imagínense si lo harán a mitad de la contienda, con todo el dinero invertido en sus estrellas.

Pero algo hay que hacer y trabajar en ello desde ya, para asegurar un nivel alto del torneo, que enamore a los mandamases del olimpismo para la cita del 2024.

Y he aquí otro problema. Cuatro ciudades pugnan por organizar el magno evento después de Tokio.

Los Angeles, París, Roma y Budapest son las candidatas. Si la elegida es la urbe californiana, la permanencia del béisbol está garantizada por otros cuatro años.

Si es Roma, tal vez, pues en la península italiana se juega bastante béisbol.

Pero si es en Francia o Hungría se complican las cosas. Sin ninguna tradición, los organizadores estarían obligados a construir la infraestructura necesaria para un deporte que quizás no se vuelva a jugar después que se apague el fuego olímpico.

Lamento cortar de golpe el entusiasmo, pero esa es la dura realidad: el olimpismo y el béisbol no forman precisamente el más feliz de los matrimonios.