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Monterrey y el síndrome de la Subcampeonitis

Mexsport

LOS ÁNGELES -- Si el Síndrome de Campeonitis suele ser demoledor, el de la Subcampeonitis es aún más devastador.

Si bien Pachuca sobrelleva competitivamente el torneo, Monterrey da tumbos y enfrenta además hasta las bravatas de su entrenador, cuando el 'Turco' Mohamed cuestiona públicamente qué tan masculinamente responsables son sus jugadores.

Cierto que el campeón vigente debe meterse con poco tiempo de reajuste y pretemporada a la competencia inmediata, y tratar de sacudirse la resaca jubilosa del éxito, para el subcampeón es aún más penoso, pues a la fatiga física le agrega la fatiga moral del fracaso y la resaca de la frustración.

Si encima, como en este caso, Mohamed confronta y exhibe a sus jugadores al dudar de la testosterona moral y física para jugar el torneo en estas seis jornadas, el clima interno se amarga aún más.

El efecto de Campeonitis puede ser a veces regulado, pero el de la Subcampeonitis se convierte en una pesadilla cargada de neurosis.

Ya se ha visto que algunos de los campeones, al siguiente torneo corto del futbol mexicano se desploman y ni siquiera clasifican, muchos menos protagonizan una Liguilla.

Recientemente sólo hay dos excepciones que confirman la regla: el Bicampeonato de Pumas con Hugo Sánchez y el del León con Gustavo Matosas.

En el caso de los subcampeones, hay historias casi patéticas, dramáticas, penosas.

Por ejemplo, Pumas, subcampeón del Apertura 2015, líder absoluto de ese torneo, perdió la Final ante Tigres. Los capitalinos terminaron el Clausura 2016 en décimo sitio. Los regiomontanos fueron octavos.

¿Cómo puede un equipo que controló la Liga seis meses, al torneo siguiente desplomarse de manera sobrecogedora? Pumas aún busca la respuesta.

Otro ejemplo de derrumbes patéticos: el Santos campeón del Clausura 2015 terminó en el sitio 15 del Apertura 2015, mientras que el subcampeón Querétaro terminó en el puesto 11. Evidentemente Vucetich supo manejar mejor estas crisis que Caixinha.

Otro ejemplo que dramatiza los casos de campeonitis y subcampeonitis es el del Apertura 2012. Al torneo siguiente en el Clausura 2013, el monarca Tijuana cerró en el escalón 10, mientras que el vicecampeón Toluca cayó al sitio 13.

América ha sido otra excepción en estas competencias. Tras coronarse en el Clausura 2013, el siguiente torneo se consolidó como líder general, pero su víctima, Cruz Azul, terminó cuarto, aunque después terminó en un desplome que la ha marginado de algunas Liguillas subsiguientes.

Ocurrió otra salvedad después de que América venció a Tigres en la Final del Apertura 2014. En la siguiente competencia, el Clausura 2015, Tigres terminó como líder y las Águilas como segundos.

Más allá, insisto, de esas excepciones que confirman la regla, es evidente que la cruda de la Final se ensaña más con el subcampeón que con el campeón.

Cierto que algunos entrenadores con oficio, con experiencia en las transición de un torneo a otro, saben manejar mejor los descansos, los regresos, la pretemporada, los procesos de sanación mental y moral.

Porque no todos tienen recorridos con esa experiencia, como sí ocurre en los casos de Ricardo Ferretti o Víctor Manuel Vucetich o Miguel Herrera, al margen claro de los únicos bicampeones, Hugo Sánchez y Gustavo Matosas.

Pericia, pues, para mantener la exigencia y el régimen, pero con cautela, en el caso de los campeones, y claro, la mano dura, pero también paternalista para el que sucumbe en el penoso caso del subcampeón, partiendo del principio dramático, despiadado, de que después del vencedor, todos son vencidos.

Curiosamente con Mohamed, en México y Argentina, se ha hecho patente la incapacidad para sobrevivir al torneo siguiente al éxito del campeonato, aunque queda claro que tras coronarse con América, no tuvo el reto inmediato porque fue relevado, de hecho, incluso, antes de erigirse campeón, cuando ya sabía que sería despedido por Ricardo Peláez y sucedido por Matosas.

Y entonces queda claro que tras jugar una Final, si el futbolista queda desorientado, la crisis se acentúa si el mismo entrenador es mareado por ese tsunami de confusión. Y el perdedor termina siendo dos veces perdedor.