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Nacho Ambriz firma su sentencia de "muerte"

Mexsport

LOS ÁNGELES -- Nacho Ambriz se queda en El Nido. Y se pone la soga al cuello, como si no supiera que su cuello ya está en la soga. Un pleonasmo de suicidio. Me mato si no me matan aunque ya esté muerto.

Nacho Ambriz elige su epitafio: "Morí con las manos vacías". O tal vez: "Me voy si no entrego títulos". La autopsia morbosa enunciará y anunciará: "Murió víctima de sus buenas intenciones". Esas son hojas secas que arden olvidadas.

El responso y el obituario lo escribirá Ricardo Peláez, padre de este engendro vilipendiado soez y fascinantemente por las Chivas. El 3-0 en el Azteca en el año del Centenario y ante un Rebaño que parecía más para la ordeña que para el arrastre lento. ¿Cabe derrota más ignominiosa?

Ambriz debe saberlo ya: se irá aún entregando títulos. Sin duda, Peláez es su mentor, su padrino, su protector... y su amo. No todas las fidelidades se pagan con croquetas. Pero ninguna correa vive más que la mascota.

Si Peláez despide a Ambriz, estaría confesando públicamente un error oculto. Y sabe que a la tercera puede ser la vencida. Echó a Mohamed antes de la Final en la que terminó campeón, y echó a Matosas con el abrazo de Judas.

¿Es culpa absoluta de Ambriz? No, también de Peláez. Ha convertido a los jugadores en figuritas de Lladró: intocables. Ante la cultura humilde del entrenador, Peláez ha cedido ante las insubordinaciones de los oligarcas.

Los jugadores, altaneros millonarios, han despedazado los códigos de autoridad y disciplina. Desobedecen a Ambriz, porque al que temen es a Peláez. Y el entrenador no se atreve a ejercer el principio absolutista de autoridad en casos desesperados: el autoritarismo.

En la conferencia de prensa de este martes, Ambriz depositó, de manera pizpireta, su cabeza en las garras volubles y traicioneras de sus jugadores. Incluso habla de "cariño y amistad".

"Es un riesgo dirigir a estos grandes equipos. Por dos jornadas en las que tengas tropiezos puedes quedar fuera, pero la verdad eso no me ha espantado, porque es cuando más creo en mi trabajo, cuando los jugadores más me demuestran ese cariño y esa amistad que nos tenemos", se engaña a sí mismo Ambriz. Que guarde su zapato para Navidad.

¿De verdad el entrenador se atreve a promulgarse como el bienamado de El Nido? ¿De verdad cree que la fechoría de inapetencia, de renuncia, de abandono de sus jugadores ante Chivas fue una manifestación pasional de amor?

Con semejantes apreciaciones, no se sabe si el cinismo es suyo o de los jugadores. O si ambos cohabitan en esa relación adúltera de infidelidades. Yo te miento para que tú mientas por mí.

Ambriz tiene virtudes como entrenador. Tal vez esa esclavitud salarial o laboral, es su peor enemiga. Vive sometido por el Síndrome del Salario del Miedo.

Porque esa nobleza, que en Tepito y barrios semejantes le llaman de manera distinta, lo hundió en Chivas, y después, su buen trabajo con Querétaro, se arruinó cuando le impusieron a Ronaldinho.

Parecería que en el América, ese vestidor de caprichosos farsantes, disfrutan viviendo bajo ultimátum. Cuando ha sobrevolado la amenaza drástica, ocurren los milagros de resurrección. Lo vimos, por ejemplo, en el juego de vuelta ante Pumas en la Semifinal del Apertura 2015.

Pero, por otro lado, la desfachatez es un sello en la promiscuidad deshonrosa de algunos jugadores. Desde su aparición nefasta en la Copa Mundial de Clubes, hasta la misérrima actuación ante Chivas.

Reitero lo citado en los anteriores escritos: no se puede demeritar que Chivas dio la exhibición del torneo, pero de manera gradual, degradándose, llegó el instante en que los jugadores no metían las manos...

1. Porque no querían, que es un acto de corrupción moral entre ellos.

2. Porque no podían, ante la pasión vertiginosa de Chivas, y el codicioso espíritu por la victoria.

3. Y porque no sabían, como reflejo de la incapacidad de respuesta en la banca, no sólo de manera táctica, sino también moral y espiritual.

Por eso, Nacho Ambriz renunció este martes al América, aceptando su sentencia de muerte. Inocentemente, se puso la soga al cuello, como si no supiera que su cuello ya está en la soga.

El epitafio es la última despedida del hombre, pero que siempre escriben los demás. Al menos Nacho ya eligió el suyo: "Me fui con las manos vacías".