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Cruz Azul y un sublime acto de amor eterno por América

LOS ÁNGELES -- América estaba muerto. Clínicamente muerto: 3-0 en el marcador. Y por sus venas colesterolizadas de pusilanimidad, corría ese atole pastoso y traidor de la abulia. Así se fueron al medio tiempo. Rictus de deshonra.

Los zopilotes revoloteaban sobre el Estadio Azul. Las hienas carcajeaban relamiendo la amarillenta dentadura. A la rapiña, le paladea a banquete la sangre negra de los suicidas. Y eso eran -o parecían ser--, los americanistas.

Ricardo Peláez irrumpió en el vestuario. La única manera de salvarse a sí mismo, era salvar a Ambriz. Y la única manera de salvar a Ambriz, era salvar al equipo, que aún supuraba la peste negra de la humillación ante el Clásico.

Lo hemos dicho: América se regodea masoquistamente con la deshonrosa y esclavizante doctrina de vivir bajo ultimátum. Las amenazas son el látigo que regocija a las bestias del autoflagelo. Y en El Nido hay muchos candidatos al arado.

Así, los jugadores salieron apercibidos. El cinismo ostentoso pierde elegancia y gracia, cuando se le desnuda. Y los jugadores habían sido desnudados. En la cancha y en la Santa Inquisición del vestuario.

Pero en el terreno de juego habría más. Estaba el mejor patiño de las heroicidades del americanismo: el Cruz Azul. Estaba la meretriz favorita, capaz de prostituirse en su servilismo por el placer del América: el Cruz Azul.

Y surgió un espontáneo. Que como todos los espontáneos, terminan siendo los bufones patéticos de la desgracia propia y la comedia ajena: Aldo Leao Ramírez. Ando Lelo, le llamaron en redes sociales. Y seguramente fue así: el colombiano mete un pisotón más torpe que alevoso, más patarato que sucio, y más sospechoso que genuino. Que auditen la alcancía de su conciencia.

Con diez, un técnico cuya enciclopedia no tiene un anexo para saber improvisar en la cancha, saca el espíritu aventurero de la ignorancia. Y se amontona, sin saber defenderse. Se acurruca, sin pertrecharse. Tomás Boy le puso la otra mejilla al muerto desesperado por vivir. Todo un samaritano.

El contragolpe o el contrataque, son artes que no todos aprenden en la universidad del empirismo. Boy no entró a esas aulas. Estaba demasiado ocupado de bravucón. Se resignó a su suerte y encomendó sus rezos a la fragilidad del 3-0.

Y Cruz Azul empezó a cruzazulearla. Y Tomás Boy a... ser Tomás Boy. En el futbol mexicano, cruzazulear es claudicar, conformarse abnegadamente a la desgracia como fruto genealógico del fracaso. Y Cruz Azul siempre se cruzazulea por el América.

Y hasta el analfabetismo táctico Nacho Ambriz pudo leer como erudito que la plaza había sido entregada. Su rival, no construía un muro, lo derruía. Y sí, ¡hasta Ambriz supo que el patiño histórico del América, la cortesana histórica de El Nido, se ofrendaba para la proeza!

Y ocurrió, claro. América no fue brillante. Estuvo lejos de serlo. Fue perseverante, eso sí, seguramente por los rejones de fuego en las amenazas del medio tiempo. Sambueza se cuidó menos el pedicure, mientras los dos Aguilar recordaron que han sido señalados como saboteadores de otros técnicos... y sumando.

Y ser perseverante ante un equipo que con el 3-0 dejó de perseverar, es un abuso. Más aún cuando ese equipo tiene 19 años ofendiendo, renegando, irrespetando la alcurnia de otros tiempos, cuando despertaba respeto. Los abuelos han muerto 19 veces.

Goles de Peralta, Aguilar y Romero (2) revocaron y revolcaron el trámite. El muerto resucitó gracias a los dóciles, timoratos y bobalicones, que asumieron el discurso de Tomás Boy, como un acto de deserción.

Y sí: Cruz Azul desertó. Desde el 3-0 empezó a dudar de sí mismo. Y Aldo Leao fue el primero. Le siguieron los demás.

Y súbitamente, cuando al medio tiempo, Nacho Ambriz pedía al embalsamador que lo dejara guapo para su propio velorio, al final del partido, aprovechó el maquillaje para tomarse selfies para el museo de los que sobreviven inmerecidamente por un milagro.

Mientras al afición americanista lo quiere fuera, a Ambriz, lo defienden las aficiones de los otros 17 rivales de El Nido. Es el Caballo de Troya de otros.

Por otro lado, Tomás Boy, quien merodeaba buscando las cámaras de TV, para inflamar el pecho, levantar la quijada, y sonreír con una fatuidad narcisista al medio tiempo, al final del partido, se fue a dormir con el celular apagado. "Si va a despedirme, deje su mensaje, luego le devuelvo la llamada", dicen que sonaba la contestadora. Carlos Hurtado, desde Miami, ya busca entre sus esqueletos.

Boy lo sabe: entre el 3-0 y el 3-4, no hay que hurgar demasiado para encontrar al chivo expiatorio. Encima llegó a los manoteos con dos de sus jugadores. Su vestidor está en llamas, muy al estilo de este Jefe, sin jefatura.

Al final, este 3-4, le hace poco bien al América. El marcador y la epopeya del segundo tiempo, sin revisar el escenario completo, son una mentira bondadosa.

El acto sublime de amor que recibió el América, de inmolarse por él, que perpetró Cruz Azul, no esconde los horrores del primer tiempo.

El Nido está enfermo, pero, afortunadamente para él, los Cementeros tienen ya 19 años en el leprosario.