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México debe convertir en trofeo el ultraje del 7-0

LOS ÁNGELES -- Hechos. México, como equipo, llega en peor momento que Estados Unidos a la cita en el Waterloo de Columbus. Siete juegos en el arrullo de la mediocridad y la zozobra. Especialmente con el 7-0.

Hechos. Pero, los seleccionados mexicanos en Europa llegan en mejor momento que los estadounidenses a la cita en Fort Columbus, como lo llaman sus seguidores, por la imbatibilidad certificada con el código de barras burlón, ácido, del #2-0.

México se enfrenta a la peor versión del decadente seleccionado de Estados Unidos en la era de Jurgen Klinsmann. Aunque ahora ha llamado al histórico Bert Vogts para tratar de darle coherencia, idea y forma. Medidas desesperadas.

Pero, el Tri llega con esa seguidilla de siete juegos cargados de soponcios, escalofríos y jaquecas: Venezuela, Jamaica, El Salvador, Honduras, Nueva Zelanda, Panamá y, claro, el 7-0 ante Chile. Presumir que Osorio sólo ha perdido un juego es demencial.

El protagonismo, sin embargo, cambia de manos. Abruptamente. El destino de México en Columbus está más en poder de los jugadores que del cuerpo técnico.

Ojo: no se trata de una rebelión ni de un escape a la anarquía. No se trata de que los patos se apoderen de las escopetas. Se trata de cumplir los roles. Tú diriges, yo juego. Yo dirijo, tú juegas.

Ese 7-0 aún debe depositar los beneficios de una gran derrota. Un terremoto de semejante magnitud deja damnificados, y los jugadores, el cuerpo técnico y los directivos coinciden en que es una herida abierta. El olvido no es perdón. Y menos autoindulto.

Irónicamente la afición se divide. Algunos, los más acobardados, reclaman darle vuelta a la página, olvidar la tragedia, es decir, convertirse en avestruces metiendo hasta el cogote en la inmundicia del fracaso. Llanto de cobardes.

Otros, conscientes del desacato sufrido, reclaman un resarcimiento genuino en el único sitio genuino para ello: la cancha. Ahí es donde esperan la redención y no, como los anteriores, en el culto compartido al asco y al miedo.

Afortunadamente, futbolistas y entrenador coinciden con los audaces y no con los acobardados, coinciden en reivindicarse y no en acurrucarse. El 7-0 es una cicatriz eterna: defenderla y exhibirla con valor es mejor que tratar de ocultarla con el pudor hipócrita del miedo.

Aquí es donde entran los futbolistas. Aquí es donde entran los actores del drama que se convirtió en parodia, en la comedia de su propio ridículo. Esclavos de sus pecados.

México llega con jugadores exudando revancha, temperamento, rabia. Para bendición o maldición, en la vergüenza acumulada de esos siete juegos, el futbol les ofrece la reivindicación, la liberación... o el luto absoluto al enfrentar a Estados Unidos y el socarrón epitafio de 2-0 en cuatro eliminatorias consecutivas.

Y la madurez de los futbolistas se manifiesta con cicatrices brutales, precisamente como las de ese 7-0. Ultrajes semejantes se convierten en trofeos, en condecoraciones, cuando se sobrevive a ellos.

Y así llegan los jugadores. Javier Hernández, aún con casi mes y medio sin gol, pero más jugador que antes. Andrés Guardado reencontrando su ritmo y su autoridad en la cancha. Carlos Vela parece que hace pretemporada en España para este duelo. Y lo mismo podría decirse de Héctor Moreno, Héctor Herrera, 'Tecatito' Corona, Miguel Layún, y esperar que Giovani haga en Columbus lo que había hecho regularmente en la MLS.

Lo entienden claramente, por las condiciones individuales suyas, aunque como equipo esté erosionado es el ahora o nunca ante Estados Unidos, que, necesario recalcarlo, vive la marea baja en el proceso penoso de Klinsmann.

Hoy, apegándose, necesariamente, a las exigencias de Juan Carlos Osorio, el desenlace en Columbus estará en manos de los jugadores. Y lo saben, uno a uno, futbolista a futbolista, hoy, México es más que EEUU.

Claro, si los fantasmas, los espectros de Fort Columbus, del frío, del 2-0, de la jetatura estadounidense, asustan a los futbolistas mexicanos antes de que ruede el balón, no habrá salvación.

Pero, si cada uno de los seleccionados mexicanos, individualmente, comprende y asume la implacable realidad de que son mejores futbolistas y tienen la testosterona para querer demostrarlo, la hegemonía puede terminar y venirse abajo El Muro del Jericó de Columbus.