CIUDAD DE MÉXICO -- Meses hace que se enturbiaba la iconoclasta rivalidad de los Clásicos. "Están devaluados", era la manera de estercolar un antagonismo que, hoy, queda claro, se fortalece. El que no entiende de amor no entiende de odios.
Así, en la campal de la Liguilla, para regocijo general, de nuevo Chivas contra América. Para estar en agonía, queda claro, este Clásico Nacional goza de plena salud beligerante.
Hoy, 2016, el año en que se jugarán más Clásicos que nunca en un año dentro de la historia de estas enemistades ancestrales, queda claro que la emancipación del odio entre América y Chivas, está lejos de devaluarse, y más lejos aún de caducar.
Acaso, lo devalúan jugadores y técnicos de espíritus devaluados, con conceptos caducos. Y ojo, no basta tener la sangre de los Montesco o Capuletto, versión futbol mexicano, porque incluso el Chepo de la Torre, parecía soplar a la tenue flama rebelde de supervivencia de este Clásico.
Para estos Cuartos de Final del Apertura 2016, al antagonismo rezuma y resume todos los particulares quehaceres del odio y del ocio que suele generar el futbol en esa animadversión propia de la cancha: orgullo, honor competitivo, ansias de venganza, anhelos de gloria reprimidos, y para uno de ellos, ponerle fomentos a una dignidad lacerada en la grandeza, supuesta, de su Centenario.
Hasta en eso llegan en igualdad de dramas: Chivas está urgido de canjear las insinuaciones recientes de un futbol vistoso y ganador, por una prueba contundente de ello, de esas que sólo caben en la Sala de Trofeos.
América, a su vez, ya debe tener la lengua escaldada de lamerse las heridas de humillaciones en este 2016, incluyendo, claro las dos recientes perpetradas por el Guadalajara. Donde hay cicatrices, no puede haber ampollas de abnegación.
Ciertamente estos dos Clásicos inmediatos tienen el sello de sus entrenadores, ambos argentinos, aunque de cunas diferentes. Matías Almeyda con linaje de River Plate y conquistas europeas, mientras que Ricardo LaVolpe, fue un espectro, apenas, en la conquista del Mundial de 1978, porque ni la banca de los estadios pudo limpiar.
Más allá de sus discursos torcidos, yendo desde el dinosaurio ("de aquellos, de los antiguos"), hasta el reclamo de repetir un partido contra el Atlas, Almeyda ha puesto un sello en Chivas: por momentos de manera exquisita, juega espectacularmente al futbol.
Sin embargo, arrastra como lastres penosos y malditos, incluyendo el juego del sábado ante Necaxa, la incapacidad absoluta para saber resolver un juego en el que disfruta, de manera cuestionable, por lesas decisiones arbitrales, de un hombre más en la cancha.
Cuando se ha repetido ocho veces, no hay predicamento: o a él le falta discurso o a sus jugadores le faltan, dirían las abuelas, entendederas. Almeyda hace los cambios para intimidar, pero sus jugadores son los intimidados.
LaVolpe es un ingrediente imprescindible. Fue echado de Chivas acusado de atropello sexual a la podóloga. La justicia aún no lo exonera, ni lo condena.
Irónico: cuando lo regurgita Jorge Vergara de el Rebaño, el americanismo se burló de él y los rojiblancos lo defendieron. Hoy, los americanistas lo defienden de esas acusaciones por abuso de género, y los chivas, los acusan. Paladares de la hipocresía.
Lo cierto es que LaVolpe ha rescatado al América. Ha estremecido a los zombies renegados y conspiradores que echaron a Nacho Ambriz. Esos muertos mezquinos, han recuperado su memoria por el futbol. Y aunque perdieron en penaltis la Semifinal de la Copa Mx con Chivas, y LaVolpe eso no lo contabiliza, dentro de su burbuja de autoveneración, los mantiene, pues, invictos. Ni Narciso fue tan incestuoso con su egolatría.
¿Quién llega mejor? Ambos con dudas. Almeyda reiteró su incapacidad para hacer que su equipo gane con un hombre más, después de que le resolvieron el juego ante Necaxa echando a Puch. Y esa recurrente impotencia, suele acunarse como complejo, como trauma, como una tara que incuba peligrosamente. Pero, Chivas sigue, contra once, jugando gratamente al futbol.
América pudo haber sido vapuleado en el primer tiempo. Pachuca lo perdonó y se arrulló en el 2-0. Y después, El Nido puso lo que suele haber en los nidos, antes de que se rompa el cascarón. Y remontó a un espectacular 2-3, hasta que un regalo de los mejores amigos de la casa pachuqueña, los árbitros, le obsequiaron el 3-3.
Anímicamente llegan mejor las Águilas, fortalecidos por demostrarse, nuevamente que cuando quieren ser dignos profesionales, pueden hasta con el campeón. Chivas, en cambio, encapsuló en el subconsciente, esa fobia a jugar con uno más en la cancha.
Para salpimentar de ironía estos dos manjares, Chivas se ofrece como carnada para que América rescate este año del Centenario, en el que se han acumulado más calamidades que gozos.
La mortaja de Chivas, nuevamente en Liguilla, ayudaría a secarse las lágrimas del americanismo si no levantan el trofeo del Apertura 2016, y no ganan el Mundial de Clubes, aunque ya amenazó Ricardo LaVolpe que al Real Madrid le van a dar toque y "tiki-tiki". El bufón trabaja horas extras.