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Chapecoense, un vuelo de regreso al Paraíso

LOS ÁNGELES -- La muerte es una invocación que hace la felicidad extrema. "Si muriera hoy, moriría feliz", expresó Caio Júnior, técnico del Chapecoense, el 23 de noviembre, tras clasificar a la Final de la Sudamericana. Fue, sin saberlo, una invitación a la inmortalidad para la muerte anticipada.

Macario, en la novela de Bruno Traven, desprecia a Dios y al Diablo, y se niega a compartir un trozo de ese pavo entero con ellos. Su obsesión era devorarse el manjar, sin compartir nada absolutamente ni con las voraces bocas de su prole.

Sin embargo, a la muerte, Macario sí la convida a compartir ese guajolote. ¿Porqué a la muerte sí y a Dios y al Diablo no? Macario lo tenía claro: mientras ella estuviera ahí comiendo con él, ante él, no podría llevárselo. El Cielo y el Infierno no valen el muslo de un pavo... la vida sí.

El destino trágico del vuelo que trasladaba al equipo brasileño Chapecoense confirma la tesis de Juan Villoro: "Dios es redondo". El futbol convierte esta tragedia en la circunferencia perfecta del luto. El balón, más que el dolor mismo, universaliza la aflicción y el desconsuelo.

Y en el entorno, retoñan siniestramente las historias humanas que dramatizan aún más el drama mismo. Las tragedias personales echan raíces en el calvario mismo. La consternación colectiva queda preñada de flagelos individuales

Y en casos así, Miguel Hernández homenajeó a Ramón Sijé: "Me duele más tu muerte que mi vida (...) a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento", cuando a la felicidad extrema de Caio Júnior , quien elige morir seis días antes de su destino, se agregan dolorosos pasajes paralelos de felicidad interrumpida. Capullos rotos.

Como cuando Thiaguinho se estremece y baila de júbilo, porque le notifican que será padre. El video viral es una semblanza, un obituario de la exaltación de la felicidad. El hombre se regocijaba de su propio Paraíso Terrenal antes de abordar el vuelo que lo transportaría, sin saberlo, al Edén bíblico, pero con tres pares de brazos vacíos.

Y en la cadena de cabos sueltos del destino, germinan las historias complejas de vidas precipitadas y de muertes aplazadas. Alguien, seguramente, perversamente, se da el placer maldito de poner precio a las horas de cada uno, a las horas de todos. "Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos", podría explicar Carlos Fuentes.

Y entonces un analista de Fox Deportes decide ceder el sitio en el vuelo a un compañero, sin saber que recibía a cambio un viaje eterno al remordimiento. ¿Quién de los dos sufrirá más? O el que perdió el vuelo porque perdió el pasaporte, y ganó un día más de vida... pero con una corona de lágrimas, y el mensaje de una segunda oportunidad.

La tragedia del Chapecoense, en ese universo empequeñecido del futbol, tiene una epístola silenciosa y cifrada, que seguramente sólo los futbolistas del mundo entienden mejor que nadie: ser campeones es un principio de vida, pero ningún campeonato compite con la muerte.

Y no debería ser, la tragedia, ninguna tragedia, un fenómeno de oportunismo. Las cruces del Chapecoense y del resto de los viajeros, sobrevivirán como ofrendas genuinas.

Esa familia disfuncional que es el futbol se agrupa para cicatrizar, sin sanar, la herida en el costado. A veces correctamente, a veces no. Sensatamente, los clubes ofrecen juegos a beneficio de los deudos, e insensatamente ofrecen jugadores al club. ¿No es el hijo de Thiaguinho la mejor victoria del Chapecoense porque es prolongación de su vida como club?

El escritor inglés John Donne precisa que "la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: las campanas están doblando por ti".

No preguntes por quién doblan las campanas en Chapeco... "están doblando por ti".