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Sergio Ramos es una bestia... con el perdón de las bestias

LOS ÁNGELES -- Es una bestia. Absolutamente. Sergio Ramos es una bestia. Y más de alguna bestia debe sonrojarse o soliviantarse por semejante estigmatización.

Palurdo, tosco, pendenciero, Ramos juega en otra Liga. Él no encaja en la nobleza. No está en la lista de los Beckenbauer o los Maldini o los Moore... ¿o los Fernando Hierro? No está en esa élite, pero, seguro, cualquiera de ellos lo reclutaría y lo consideraría su brazo derecho... o su garfio derecho.

La delicada palabra exquisitez desertó, huyó del diccionario de Ramos, como una alerta de su instinto de supervivencia. Eran páginas de palabras soeces o patibularias. No había apéndices para manteles blancos.

Este sábado, sin embargo, se trepó de nuevo a ese nicho donde el madridismo lo contempla como el rescatista en tiempos de catástrofe. El Titanic Blanco se hundía aniquilado por el gol de Luis Suárez: una dentellada mortal.

Pero, en el Santiago Bernabéu, el 911, para las contingencias, tiene línea directa a las hormonas de Sergio Ramos. Un endocrinólogo descubriría que las gónadas del zaguero están conectadas al corazón. La Batiseñal de la Casa Blanca.

Cuando los médicos han claudicado, cuando el confesor apresura el paso con el incienso de la extremaunción, cuando, diría Machado, "de nada nos sirve rezar...", hace erupción Sergio Ramos. La Liga de la Justicia tiene un despistado vigilante vestido de futbolista.

Lo irónico, lo dramático, lo chusco, es que no hay magia. Ramos, en el área, ni se materializa, ni se teletransporta, ni ejerce la telequinesis, ni llega con una túnica invisible de Doctor Strange, ni es un Pokemon extraviado. Llega con la discreción de una matrona en el lavadero.

Inocente o cruel, ingenuo o sádico, pero él avisa que va a irrumpir ahí, en el área, a trastocar la historia, a inventar un desenlace, a digitalizar su propio epílogo. Hasta manda un telegrama a la defensa rival. Pero, igual, la Santísima Trinidad se reconcilia: el balón, su salto, el milagro en el marcador.

Y siempre, en la agonía del drama. Cuando el buche se asfixia. Cuando el reloj se colapsa de la hemorragia de minutos. Parecería que maquiavélica y masoquistamente él aguarda para convulsionar de taquicardias la tribuna rival. Luis Enrique gritaba: "Ramos, va Ramos". Y Mascherano sólo lo pudo encontrar en Instagram.

Y Sergio Ramos se propulsó más alto, con más poder, con más sangre, con más testosterona, con más rabia, con más hambre, con más coraje que todos. Y cuando eso ocurre, ese tipo es un musculoso psicópata del área, rebasando cualquier rascacielos contrario.

Lo ha hecho tantas veces. Lo hizo antes. Lo hizo este sábado. Lo volverá a hacer mañana... o cualquier día. Sí, en ese momento en el que el rescatista tiene que salvar a la doncella o engalanar el Titanic Blanco, y sí, en ese momento en el que los otros, los de frac, fracasan ante el estereotipo de la heroicidad.

Ese es Sergio Ramos. Supongo que debe deshojar margaritas a puñetazos, y seguramente el anillo de compromiso lo arrancó de algún ring de un tráiler abandonado. Y debió hacerlo con uñas y dientes. Rambo, a su lado, reprobó plastilina en párvulos.

Decía Cruyff, sí, un ícono barcelonista, que todo futbolista tiene una segunda patria. Y esa la elige. De corazón y con el corazón. Ramos lo sabe. Es un patriota del madridismo. La primera sangre en derramar es la suya... la última, la del adversario.

No ganará jamás, pero jamás de los jamases, uno de esos trofeos que le serán siempre ajenos: la aristocrática colección de súbditos en oro de Cristiano Ronaldo y Messi. Pero. Los hombres que hoy lo aclaman, comenzarán sus monólogos ante sus nietos, con un: "Hubo, alguna vez, un número 4 que, llegando el minuto 90...".

Al final, tras estas epopeyas, como la de este sábado, Sergio Ramos sabe que lo aguarda su madre, la adoptiva. Sabe que lo espera La Cibeles, esa que, dicen, es la Diosa de los Animales y las Bestias.

Más allá de la genealogía o heráldica fonética, tal vez la mitología debería revisar si aquella Loba de Roma, amamantó sólo a Rómulo y a Remo, o si con Ramos también lo hizo, si también amamantó a este descendiente feroz de alcurnia merengue.