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Urge a Aspirinas del Bayer su Tylenol: Chicharito

LOS ÁNGELES -- Los números son profetas de la trampa. Sí, a veces. Ni todo lo que dicen es verdad, ni todo lo que no dicen es mentira.

A veces, las estadísticas, tienen el descaro de un bikini y a veces la mojigata hipocresía de un hábito de monja.

Hoy, los números crucifican a Javier Hernández. Más de mil minutos sin gol. 14 juegos sin anotar. Más de dos meses de sequía. Y contando.

No hay aspirinas en Leverkusen para semejante migraña. Porque oportunidades y apoyo incondicional ha tenido. Hoy, el Bayer ha debido usar, como versión homeopática, para anotar, a los escoltas del mexicano.

Y cuando un equipo golea y su goleador nominal se va en blanco y encima el portero De Sanctis colabora con un autogol, tras un cobro de penalti que Wendell estrella en el larguero, el Bayer y Javier, más que Aspirinas, necesitan Tylenol.

Chicharito ha merodeado la red. Pero el Chaplin del gol ha perdido la graciosa obscenidad para anotar con la mollera o con el hueso iliaco o con el Chipote Chillón. Y ha perdido, en el otro extremo, la soberbia exquisitez como aquella parábola asesina al segundo poste de hace unas semanas.

Su calvario continúa. Desde el clímax de lo grotesco en el penalti del fin de semana pasado, hasta el intento este miércoles, desesperado, histérico, por marcar en el 92', en un disparo en el que tuvo tiempo, espacio, perfil y hasta un indiferente defensa rival que ya iba camino a la ducha y estiró la pierna nomás por no dejar.

Alguna vez, en el Estadio Jalisco, jugando para el Atlante, le preguntaba a Hugo Sánchez "¿por qué falla goles infalibles un delantero?". Esa noche el Pentapichichi se había comido dos. Y así como había eludido la red, eludió la pregunta.

"Eh, Salvador (le gritaba a Luis Miguel, a unos metros). Acá me preguntan que porqué un delantero falla los que no debe fallar, ¿cómo ves?". Luis Miguel se encogió de hombros y se fue a las regaderas.

"¿Porqué Hugo?", se le insistió. Y el emblema del futbol mexicano, contestó ceceando y con muletillas madrileñas. "¡Coño, joder! ¡Pues, porque las fallas!". Molesto, le dice al utilero mientras sigue la ruta a las duchas: "Eh, te encargo, aquí dejo mis cosas y hay mucho periodista".

Es un misterio. Y en esas garras oscuras está atrapado Javier Hernández. Y si un legendario desalmado, un histórico sanguinario del área, como el Pentapichichi no tuvo entonces respuesta, hoy Javier Hernández debe buscar la suya desesperadamente.

De repente, se escuchan argumentaciones facilitas, facilistas y facilonas, de esos habituales abogados que viven postrados ante el futbolista, en general.

"Es que por lo menos está ahí". "El juega bien, aunque no la meta". "Los goleadores son de rachas, ya vendrá la suya". "El portero también cuenta". "Es que es más importante la labor de equipo". "El gol no es lo más importante de un goleador", o hasta una, inolvidable, como "no sé si el gol es lo más fundamental del futbol".

De repente, escoltar con semejantes paños de agua tibia, con fomentos de disculpas compulsivamente advenedizas y zalameras, ayuda menos al jugador a superar una crisis. La absolución colectiva, por irracional, hace más grave el pecado del pecador.

Indudablemente, Javier Hernández tendrá que hacer su propia exploración. El problema no es su hábitat, porque el hábitat no ha cambiado. Él sigue en la misma Liga, en el mismo equipo, con adversarios similares, oportunidades de gol idénticas, el mismo balón y el mismo césped. "En el mismo lugar y con la misma gente", diría el filósofo de Parácuaro, Michoacán.

Aunque, obviamente nada esté cambiando, para Chicharito todo ha cambiado. El gol sigue siendo la única empresa bajo su organigrama en la cancha. Sin duda, atribuir a una situación mental, esta crisis que vive, sería una obviedad.

Y pensar en que la redención hipnótica de John Milton con André Pierre Gignac, quien suma cinco goles en tres partidos, sería la panacea para el estrabismo del (ex) goleador del Bayer Leverkusen, equivaldría a menospreciar, a ningunear, que el delantero mexicano ha logrado encumbrar su carrera domesticando y sometiendo todos los demonios, las calamidades, las lesiones. Las confabulaciones y los retos en su carrera.

Ahí es donde entra el entorno de Javier Hernández. Y necesita un entorno que lo fiscalice, no que lo apapache. Las palmadas en la espalda a destiempo, son puñaladas traperas con la delicadeza de Judas contemporáneos.

Necesita Chicharito un entorno que lo cuestione, lo confronte, y no que lo arrulle en voces queditas de consuelo. Ese tipo de terapias oportunistas, sólo provocan confusión en el jugador, al secuestrarlo en el monasterio falaz y conformista del "yo estoy bien, pero el mundo se equivoca". Ora pro nobis.

Cuidado con algo. Javier Hernández es hoy de manera revolucionada y evolucionada más útil a la batalla colectiva. En datos un poco volátiles, imprecisos y cuestionables, hay quienes contabilizan que es el delantero que más balones recupera, tanto en cancha del adversario como en la propia. Una estimación aventurada y aventurera.

Visto dese fuera y lejos, muy lejos, podría plantearse la teoría de que Javier Hernández se ha aburrido. Y es entendible que, inconscientemente, se deje atraer convulsivamente por aquellos molinos de viento pendientes de vencer en Inglaterra y España, aunque muchos consideran que él debe seguir ahí, sin atreverse a regresar a una Liga y sumarse a un equipo de más exigencias.

El fin de semana le llega un desafío interesante a este Bayer que ya necesita más que aspirinas en su liga. Enfrenta al Schalke 04, ubicados ambos en la mediocridad de la tabla con 17 puntos, por debajo del 50 por ciento de rendimiento.

Pero, el Schalke llega con un fascinante registro: de sus últimos 13 juegos, hasta este miércoles, suma diez victorias, dos empates y una derrota, el pasado domingo, ante, por cierto, el subyugante Leipzig.

¿Podrá? ¿Querrá? ¿Sabrá? Lamentablemente para Chicharito, falta saber, todavía, si será titular.