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Chivas y Atlas... por amor a ese odio del pasado

La rivalidad entre estos dos conjuntos es una de las más añejas en el fútbol mexicano. Mexsport

LOS ÁNGELES -- El odio compulsivo, heredado, genéticamente futbolístico, en este caso, tiene una estampa tan majestuosa como burlona, soez, malévola, sarcástica, acuñada maquiavélicamente en la genuinidad ladina del momento.

El Tubo Jaime Gómez se sienta en el césped del Estadio Martínez Sandoval. Y recarga la espalda en el poste derecho de su portería. El arquero de Chivas voltea hacia su hermano Pascual, el hombre de todas las memorias fotográficas del Campeonísimo Guadalajara. Y le pide a gritos que le tome, literalmente, la placa...

La estampa habría podido ser una cándida, decorosa, festiva y estival foto del álbum de los Gómez Munguía. El Pato dispara y El Tubo clava la mirada en una historieta, 'El Chamaco de oro', con una atención como si tratara de descifrar El Lobo Estepario de Hesse.

Sí, sin duda, habría podido pasar por una foto anecdóticamente cándida, inocentona, cursi. Para ampliarla y colgarla en el centro de la Sala de Trofeos de los Gómez, de no haber sido, sólo de no haber sido porque...

...Porque El Tubo eligió una escenografía de novela rosa, mientras a 90 metros frente a él se cernía El Apocalipsis sobre la portería del Atlas. De no ser porque a 90 metros, se desataba una furiosa guerra sin cuartel. Tronaban huesos, se escupía sangre, y Chivas tomaba por asalto la portería rojinegra en una de tantas épicas de la Copa Occidente. Uno de tantos días de Juicio Final.

Sí: El Tubo se relamía el índice derecho para darle la vuelta perversa y lentamente a la página del cuento semanal, que trataba, mire usted, sobre las peripecias animadas de un desanimado atlantista, mientras la conflagración épica tenía en un hilo, en la otra área, a la afición atlista, la cual poblaba la cabecera detrás de él, apenas a unos metros de él. Lo suficiente para que llegara más de un escupitajo. Jaime Gómez ronroneaba su aburrimiento, mientras el barco rojinegro se hundía allá, a lo lejos...

A sus espaldas, el pandemónium, el caos. Un clima fervoroso de linchamiento, con miles de verdugos espontáneos dispuestos a desollar vivo a quien perpetraba semejante pitorreo, a quien perpetraba tan hiriente cachondeo...

"Me querían linchar. Me decían de todo. Me aventaban lo que podían. Y yo me reía. Desde entonces el Atlas tenía un odio especial hacia mí. Tuve suerte de que el árbitro no se dio cuenta, fueron apenas unos segundos para la foto, pero había conseguido lo que quería. Al día siguiente la foto estaba en todos los periódicos", recordaba El Tubo.

Para el aficionado tapatío, ésta es la genuina Guerra Civil. Para el aficionado Chiva que se amamantó en Guadalajara de esa doctrina, América es plato de segunda mesa, la tirria viste de rojinegro.

Y el atlista, mucho antes de El Tubo y después de esa escena, siempre centró su escarnio en el Rebaño. Incluso, el más humillante de los apodos al Guadalajara, ese del 'Ya merito', nació, creció y se reprodujo en el corazón genuino de la inquina rojinegra, que a la postre recibiría un castigo: en 101 años de vida sólo ha ganado una Liga, cuyo trofeo tiene 56 años de oxidada frustración.

"No nos perdonaban los del Atlas. Perdíamos con ellos y no podíamos salir a la calle. Antes del primer título del Campeonísimo, eran burlas constantes con lo del 'Ya merito'. Terminaba uno dándose de moquetes", recordaba Salvador Martínez Garza, en vida presidente de MexLub y de la arrendataria de Chivas, Promotora Guadalajara.

El Oro, el Nacional y hasta la Universidad de Guadalajara, terminaron siendo patiños de esa rivalidad citadina entre Atlas y Chivas. ¿Los Tecos? Vivieron en el purgatorio del desdén de la Perla Tapatía.

Agravaba y agraviaba esa rivalidad el presunto mestizaje social de sus orígenes. Atlas era glamour, alcurnia, emperifollados, aristocracia, ninguneo. Chivas era el pueblo en el arraigo del desamparo, sucursal casi de la clase indigente. Por eso uno se desarrolló como club privado bajo la figura de la asamblea de accionistas, y Chivas terminó siendo una asociación civil sin fines de lucro. La oligarquía y el menesteroso...

Si el Karma existe, ha sido cruel con el Atlas. Cuando cada organización decide empezar a poner la primera piedra de sus clubes deportivos, Chivas migra a una zona que se pensaba sería de baja plusvalía. Y Atlas, en El Paradero, creía que tendría la zona de desarrollo de más poder económico en Guadalajara. Resultaron urbanistas del error.

Al tiempo, El Paradero se rodeó de zonas populares, mientras que en el entorno de Chivas, los desarrollos residenciales de mayor poder económico prosperaron exponencialmente. Así, los ricos terminaron viviendo entre los pobres, y los pobres viviendo entre los ricos.

Atlas ha pretendido defender una forma de jugar. Desde la Academia hasta los Niños Catedráticos, por el juego vivaz y elegante, cargado de barrio con grandes gambeteadores. Los Rojinegros han querido mantener un sello, que fueron perdiendo, a excepción, recientemente, de pasajes con Marcelo Bielsa y Ricardo LaVolpe.

Chivas, en cambio, su camaleónica historia ha pasado principalmente por un futbol más sobrio, especialmente cuando el inclemente tiempo se tragó la magnífica generación de El Campeonísimo, hasta tratar de encontrar hoy un ideario ofensivo con Matías Almeyda.

Atlas, por su parte, deja una huella más poderosa en el Tri. Si bien hubo un tiempo en que la afición alimentaba el mito de que "como anda el Guadalajara anda la selección mexicana", recientemente los Zorros le donaron a México la mejor columna vertebral de su historia: Oswaldo Sánchez, Rafa Márquez, Pável Pardo, Andrés Guardado y Jared Borgetti.

Y mientras al aficionado de Chivas le recriminan endiosar el pasado, por la nostalgia de aquel Campeonísimo, la Fiel del Atlas vive un delicioso pasaje sadomasoquista cada semana, cuando hace del exquisito arte del sufrimiento, el vivir en la agonía de saber, estoicamente, que después del acertijo del minuto 90, casi siempre, le espera la triquiñuela fatalista de una victoria inesperada o un derrota inmerecida.

Decía el Padre García Verea: "Nosotros los atlistas nos vamos directo al Cielo. Ya Dios nos hizo pagar las culpas en vida". Y decía Ney Blanco, ex jugador de Santos de Brasil, América y Toluca, con su pastoso acento portugués que "yo soy de Cocula (la cuna del mariachi), y le voy al Atlas hasta cuando gana".

Todo este recorrido veloz por una rivalidad genuina, para desear, para esperar, para implorar, para anhelar, para reclamar, que este sábado, los 22 que salten a la cancha, dignifiquen una rivalidad, un encono histórico, que la mayoría de ellos, tal vez, lamentablemente, tristemente, desconocen...