Hace un año, Bryce Harper tomó prestado el slogan de campaña del hoy presidente Donald Trump y parafraseándolo, lanzó la consigna ''Hagamos el béisbol divertido de nuevo''.
Pues la diversión regresó, aunque no precisamente en las Grandes Ligas.
El Clásico Mundial de Béisbol ha sido un éxito rotundo en cuanto a asistencia de público, a competitividad y sí, a mucha, muchísima diversión.
Los jugadores, defendiendo los colores de sus respectivos países, han sido ejemplo de entrega sobre el terreno, arriesgando el físico más allá de todo límite.
Me imagino al gerente general de los Rockies de Colorado saltando del susto cuando Nolan Arenado se deslizó audazmente de cabeza para tratar de alcanzar la primera base después de que el cátcher colombiano Jonathan Solano perdiera la pelota, en una jugada que significó el empate de un épico partido.
Se ha jugado una pelota alegre, con ''perreo'' incluido. Los bateadores se han gozado sus jonrones sin que nadie se haya sentido ofendido, a diferencia de lo que ocurre en las Mayores, donde los toleteros casi están obligados a bajar la cabeza tras mandar la bola sobre las cercas, como si hubieran cometido alguno de los siete pecados capitales.
Cuando Jorge Alfaro disparó ante República Dominicana el batazo más importante en la historia del béisbol colombiano desde el hit de Edgar Rentería en la Serie Mundial de 1997, las celebraciones estallaron en el terreno del Marlins Park con todo el derecho del mundo.
El cubano Alfredo Despaigne hizo alarde de poder al disparar decisivo grand slam frente a Australia y ninguno de sus rivales saltó de ira como canguro contra el pelotero antillano.
Los holandeses se dieron banquete ante Cuba y festejaron cada batazo, hasta completar 14 carreras y a nadie del equipo contrario se le ocurrió tomar represalias con un bolazo intencional.
Y ni hablar de la celebración del segunda base puertorriqueño Javier Báez antes de recibir un certero disparo de Yadier Molina para enfriar en la intermedia al dominicano Nelson Cruz en un absurdo intento de robo.
Es pelota caribeña en su máxima expresión, con una intensidad única, que se ha transmitido a los jugadores de otras latitudes, con el fervor de una competencia que parece haber asegurado su continuidad por al menos otros cuatro años.
Ha sido tan contagiosa la alegría que se emana de los terrenos donde se han jugado los diferentes grupos del Clásico que ya Mike Trout, uno de los grandes ausentes de la selección estadounidense, manifestó su deseo de formar parte de la fiesta en el 2021.
Si los lanzadores celebran con gestos exagerados un ponche en un momento crucial del juego, ¿qué hay de malo en festejar un cuadrangular, si no hay nada más difícil en el deporte que batear una pelota que viene a más de 90 millas por hora?
¿Quién le ha dado a algunos jugadores aburridos, como Brian McCann, el cargo de comisario de las buenas costumbres en el terreno?
El Clásico Mundial le ha enviado un mensaje claro a las Grandes Ligas: el béisbol es un deporte de hombres que debe jugarse sin olvidar la alegría de los niños.
Hemos sido testigos de una fiesta extraordinaria, mejor que las tres ediciones anteriores, aunque Bryce Harper, el abogado de hacer el béisbol divertido nuevamente, se la haya perdido.