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Vergara y su 'pelagatos' se agarran de Fierro

LOS ÁNGELES -- Acostumbrado a acribillar con balines a incautos e inocentes en las calles de Puebla junto con Alustiza, Campestrini recibió su sentencia: lo acribilló Carlos Fierro a mansalva, por... inocente.

Era, prácticamente, la última jugada del partido. 2-2. El reloj se colapsaba al minuto 93. Y Campestrini quiso jugar al vivo haciendo tiempo, con el balón a tierra.

Pero el arquero del Puebla terminó siendo el tonto ante la viveza de Fierro, quien desde atrás lo cazaba, y enseguida lo despoja, lo pasea a cuatro patas en el área, como mascota de rico en concurso, y después dispara y cuelga el 3-2 en la histeria del marcador y de una afición que ya masticaba abnegada, resignada y consoladoramente, la mezquindad del empate.

Con su sagacidad, olfato de sabueso, Fierro salva más que los tres puntos. Deja a su equipo olisqueando el aroma pastelero de la Liguilla, y rescata a su directiva, vilipendiada públicamente por propios y extraños, tras emprender, casi como Campestrini en el área, a cuatro patas, su regreso a Televisa.

Jorge Vergara y su pie izquierdo, conocido públicamente -según Ricardo Peláez-como "el pelagatos de Vergara", protagonizaron desde el escondrijo, desde las penumbras de un boletinazo, la más dolorosa y vergonzosa de las renuncias: la abdicación a la libertad.

Tras su proclamada emancipación de la televisora, y sus alardes independentistas a través de ChivasTV, el Guadalajara regresa, insisto, casi como Campestrini ante la paseada de Fierro, dócil, sumiso, contrito, compungido, impotente, limosnero, a que le coloquen la cadena por dos años más.

La libertad que se vende, se malbarata. La libertad, que tiene precio, hace al esclavo tan indigno como al amo. La libertad que se conquista enaltece al individuo, pero si después se degrada y se envilece, describe a la escoria detrás del individuo.

Si Chivas había consumado uno de los actos más ejemplares de liberación en el futbol mexicano, después consumó uno de los actos de mayor prostitución en el futbol mexicano.

Que si el regreso de Chivas a Televisa fue un acto mercenario de autolenocinio, de alcahuetería propia, es entendible que reculando, Vergara privilegie los dólares. Cierto, la autodegradación, es la forma más humillante de servilismo.

¿Que lo hizo Chivas por la afición? Es una mentira. A final de cuentas, la clase más humilde de sus seguidores, los de rancherías y poblados, seguirán sin poder verlos.

La rendición, el sometimiento de Chivas fue la proclama pública, la confesión desnuda, de que en sus oficinas, no en el equipo, despachan cortesanas, meretrices. Y ya cayeron monedas, muchas, en el parquímetro de su dignidad.

Ciertamente, Vergara podrá repelar que negocios son negocios. Totalmente de acuerdo. Sólo, es de esperarse que nunca más venga con ataques de integridad, de valores, de libertad, de rebelión, de caudillaje moral, si no está preparado para respaldarlos con gónadas y corazón.

Pero, a ese Tsunami mediático que brutalmente se engullía a Jorge Vergara y al que Peláez llama "su gato", a ese holocausto, el gol de Fierro, la victoria de Chivas, en los espasmos de la agonía del juego, le pusieron una tregua, un impasse, porque la magnificación de la laureada reacción del Rebaño es la recompensa del futbol. Y al final, de eso se trata: de futbol.

Y, afortunadamente, para el dueño de Chivas, y -según Peláez- "su pelagatos", Chivas, en el coliseo de la Liga MX, está para reivindicarlos. Lo hizo ante Puebla. Lo hizo además como le gusta al apetito torcido y voraz de todas las aficiones: con drama, con angustia, con sufrimiento.

Ciertamente, el Guadalajara sigue jugando medios partidos. Antes deslumbraba en la primera mitad, y generalmente le alcanzaba para sumar. Ahora ha elegido el rol hollywoodense del héroe agonizante que regresa del Apocalipsis. A puro Jedi. Y le sienta bien.

Con el 0-2 a cuestas, Chivas encuentra el 1-2 en un estupendo gol de Alan Pulido, penetrando y ultrajando al Puebla, con vigor inesperado hasta en la jugada de la definición, cuando más por acto reflejo que por técnica, lanza un balín al alma de Campestrini.

Después de este gol, hasta puedo creerle a Pulido, finalmente, la historieta esa de que, como todo un Rambo futbolero, escapó de sus secuestradores.

Tras un autogol que ponía el 2-2, llega el atolondramiento de Campestrini, quien seguro, si hubiera estado tan acechante como cuando disparaba a poblanos impunemente, habría detectado que un Fierro, candente en el juego, lo hostigaba desde atrás.

Pero Campestrini, bobaliconamente quiso hacer tiempo, tragarse los últimos segundos, pero los últimos segundos se lo tragaron a él. Y entonces lo cazó el delantero de Chivas cuando el cronómetro se desangraba.

Más allá de la recreación cómica de la ridícula persecución del argentino a Carlos Fierro, a cuatro patas, como el regreso de Chivas a Televisa, la definición del atacante fue soberbia, cuando dos defensas llegaban a la cobertura. 3-2.

Por eso, este domingo, las aguas se tranquilizaron. Jorge Vergara y "el pelagatos de Vergara", dixit Peláez, estaban agarrados de un clavo ardiente, pero hoy se aferran a la salvación de Fierro, del gol de Fierro.

Y para Campestrini, la lección, el que a "fierro" mata a Fierro muere.