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Matías Almeyda, el hombre diestro del camino siniestro

LOS ÁNGELES -- Se infiltró en Chivas. Como un intruso. Entre ese vaho pestilente y denigrante de las mentiras. Había un técnico en funciones incluso, pero él zopiloteó desde Buenos Aires hasta Zapopan.

"Me hablaron de Coras Tepic. Voy a platicar con gente de Chivas. No hay nada", dijo Matías Almeyda, mientras su séquito de auxiliares pagaba exceso de equipaje. Parecía el bagaje de una estrella de rock. Había más maletas que palabras sinceras.

"No sabía que hay un técnico (Chepo de la Torre) aún al frente del equipo", dijo primero, como si el internet o su cuenta de Google estuviera hackeada en Argentina.

"No sabía que el director deportivo (Néstor de la Torre) con el que me entrevisté es hermano del entrenador", mientras con esa velocidad exprés, esa celeridad Speedy González con que opera la corrupción burocrática en México, su permiso de trabajo ya estaba listo antes que su contrato.

Detrás del operativo siniestro, con esa habilidad lúgubre con la que fisgoneó en las intimidades financieras de Angélica Fuentes, el hombre al que Ricardo Peláez inmortalizó como "el pelagatos de Jorge Vergara", consumó de manera sigilosa la contratación de Matías Almeyda.

Y El Pelado, un ícono con altares legendarios en River Plate y en la Lazio, empezó a remontar el tsunami implacable en su contra. Quien se atreva hoy, en la tertulia mediática, a pontificar que sabía que Almeyda regeneraría a Chivas, es un farsante. Todos, sí, todos, montamos nuestro particular patíbulo babeante y ansioso para ver rodar la melena del tipo que aún despierta suspiros entre las fanáticas de River.

Hoy, Almeyda, se ha apoderado de un sitio de privilegio entre el Rebaño. Se equivoca, de eso no hay duda. A veces, solucionar sus errores, le lleva a otras imperfecciones, pero ha perfeccionado esa doctrina samaritana de dar un paso atrás y dos adelante.

Al final, su doctorado como entrenador lo está realizando en Chivas. "Quien dirige en Chivas, puede dirigir con éxito en cualquier equipo", dijo en 1998 el Tuca Ferretti en Los Ángeles a este reportero.

Ciertamente, El Pelado cosecha donde otros sembraron. Cisneros, Pérez, Zaldívar, Edson, Zendejas, Benítez y hasta la inconsistente Chofis, ya estaban ahí, pero han sido amamantados de manera distinta por la Troupé Almeyda. Con el mismo barro, hay quienes moldean un bacín y quienes moldean un jarro. El Pelado moldea jarrones.

Ha convertido a Orbelín Pineda en un magnífico jugador todo terreno, hasta llevarlo a la aptitud universal de poder ser el mejor "8" en México, al lado de Jesús Dueñas, según se encapriche, en este caso, Tuca Ferretti.

¿Y el Carlos Fierro, con más tumbos que un ciego sin lazarillo? ¿Acaso no hay una labor inquietante de cómo a Alan Pulido lo bajó de ese pedestal de altivez que tanto criticó Tuca Ferretti para hacerlo un mayordomo de las urgencias del equipo? Y el Gallito Vázquez tuvo que aceptar sumarle más kilómetros a sus recorridos, o seguiría en la banca.

A pesar de haber salvado a Chivas, de seducir a su afición nuevamente, y de la temeridad para sacar promesas del cunero del Guadalajara, le cuestionamos el haberse proclamado como amo y señor del equipo, impidiendo que cualquier otro pudiera meter las manos en su feudo. Hasta en eso, el tiempo le ha dado la razón.

Insisto: aún se equivoca, pero ha sido capaz de descifrar los jeroglíficos de sus propios dislates, y solucionarlos. Le acribillábamos por su impericia absoluta para resolver el desplome de su Rebaño con un hombre más en la cancha. O cuando el reloj se desangraba y su equipo también.

Y se equivocó en sus discursos. Más allá del "dinosaurio, de aquellos de los antiguos", que se enfermó del riñón y orinaba a Chivas, o de reclamar que "ese juego ante Atlas debió repetirse", más allá de esos paréntesis de insensata locuacidad, se atrevió a justificarse lamentablemente con un "es que yo sólo cuento con mexicanos", o cuando en Argentina declaró que trabajar con sólo nativos, le obligaba a pensar tres veces qué hacer y a explicarlo tres veces a su plantel.

Pero, los resultados son baños de cloro sobre sus desacatos e imprudencias. Sus hechos, ciertamente, superan el indecoro de algunas de sus declaraciones. Y con eso se gana indulgencias y el indulto de eso que llaman la Nación Chiva.

Y sobre todo, la forma de jugar del Guadalajara. Ese ritmo agobiante, intenso, grato, espectacular, gratísimo, lo alcanzó antes y sólo en algunos momentos con Hans Westerhoff y con el Yayo de la Torre, pero Almeyda ha logrado consolidar la idea como una figura de culto para su futbolistas.

Cierto, a veces, esa obsesión asesina, implica un riesgo suicida. De hecho en la anterior entrega de este espacio, explicábamos que con las bajas que tiene por lesiones, parecería un acto de imprudencia mantener esa forma de juego ante la fiera cebada, ladina, amañada, que es el equipo del Tuca Ferretti.

Al final, la moraleja se destiñe. Cuando por primera vez Jorge Vergara rompe su hábito de llevar el equipo como una empresa, cuando por primera vez rompe los cánones administrativos y lógicos, encuentra un proyecto exitoso. Chivas está en la Final, diezmado, cierto, pero en la Final y en la Concachampions.

Insisto, la moraleja se prostituyó. Ése, el que llegó por un sendero oscuro y siniestro, ha demostrado ser el más diestro para el desafío que asustaba a otros: reconstruir a unas Chivas que jalaban bocanadas de aire, mientras se ahogaban.

Y la legión mediática de detractores, calladitos, nos vemos más bonitos, incluyendo, claro, a los advenedizos que hoy se dan baños de pitonisos.