Los Mellizos de Minnesota elegirán a Hunter Greene como primera selección del draft amateur de la próxima semana.
No hacerlo sería un disparate, tratándose de una rareza de jugador, capaz de conectar largos cuadrangulares al estilo de Giancarlo Stanton o Aaron Judge y de lanzar rectas supersónicas como Aroldis Chapman o Noah Syndergaard.
El chico de 17 años, pelotero de la secundaria Notre Dame, en Los Angeles, California, con una estatura de seis pies y cuatro pulgadas y 215 libras de peso, cumplirá 18 años el 6 de agosto.
Desde el 2014 viene deslumbrando a los cazatalentos, tanto por sus bateo y sus habilidades para defender el campocorto, como la capacidad para alcanzar más de tres dígitos en su bola rápida, un verdadero abuso para muchachos de su edad.
El derecho de California dejó balance de 3-0 y una efectividad de 0.75 en cinco salidas, con 43 ponches en 28 entradas, aunque su coach de la preparatoria de Notre Dame prometió protegerle el brazo de cara al draft y no usarlo más como serpentinero en lo que resta de la campaña.
La revista Baseball America, que sigue el desarrollo de los principales prospectos del deporte de las bolas y los strikes, lo ubicó en el número uno entre todas las promesas y desde ya la gerencia de los Mellizos cuentan los minutos que faltan para llevárselo cuando arranque la selección amateur el 12 de junio.
Sin embargo, ser número uno en la selección del draft no garantiza para nada que el elegido se convierta en una estrella en las Grandes Ligas.
Desde que comenzó el actual sistema de selección de jugadores colegiales en 1965, uno solo de los 51 peloteros escogidos en el número uno ha llegado al Salón de la Fama de Cooperstown.
Se trata de Ken Griffey Jr., seleccionado por los Marineros de Seattle en 1987.
Uno que debe entrar al Templo de los Inmortales es Chipper Jones, escogido por los Bravos de Atlanta en 1990.
Y Alex Rodríguez, primera selección de Seattle en 1993, tiene vetada su entrada a Cooperstown por ahora, debido a su vinculación con los esteroides, a pesar de tener números suficientes para hacerlo.
De esos 51 hombres, menos de un tercio incluso llegó a participar en Juegos de Estrellas.
Y es que muchas cosas pueden pasar por el camino, desde el momento en que un pelotero es escogido en el draft, hasta que recibe el ansiado llamado a las Mayores.
Josh Hamilton (1999) y Matt Bush (2004) son dos ejemplos claros de ello.
Hamilton llegó a vivir en la calle, entre drogas y alcohol, al punto de tomarle ocho años para llegar a Grandes Ligas, tras un largo proceso de rehabilitación.
Bush demoró aún más, 12 años, y llegó como pitcher en el 2016, tras ser elegido como campocorto por los Padres de San Diego.
En ese lapso se incluyó una estancia de cuatro años y tres meses en prisión, entre varios problemas con la justicia.
Pero no hay que llegar a los extremos de Hamilton y Bush, cuyas carreras se descarrilaron por causas extradeportivas.
Abundan los casos de primeras selecciones que nunca llegaron a cubrir todas las expectativas y terminaron como peloteros del montón.
¿Quién se acuerda del pitcher zurdo Brien Taylor, elegido por los Yankees de Nueva York en 1991? Nunca llegó a Grandes Ligas.
De hecho, de sus siete campañas en las Menores, sólo en una alcanzó la doble A y el resto del tiempo estuv en la categoría inferior.
Caso parecido al del cátcher Steven Chilcott, elegido por los Mets de Nueva York en 1966, en la segunda edición del draft. Lo más cerca que estuvo de Grandes Ligas fue cuando practicaba con las estrellas del equipo en los entrenamientos primaverales.
¿Alguien oyó hablar de Bryan Bullington? Por si no lo recuerdan, fue la selección de los Piratas de Pittsburgh en el 2002.
En cinco años con los Piratas, los Azulejos de Toronto, los Indios de Cleveland y los Reales de Kansas City este pitcher derecho dejó récord de 1-9 y efectividad de 5.62.
Lo único que garantiza ser el número uno del draft es un mayor bono monetario.
El mismo que no recibieron en su momento, por ejemplo, Andre Dawson, Ryne Sandberg, John Smoltz, Paul Molitor o Mike Piazza.
Dawson fue elegido en la decimotercera ronda de 1978 y Sandberg en la número 20 de ese mismo año.
Smoltz enganchó en la vigesimosegunda ronda de 1985, Molitor en la vigesimoctava de 1974 y Piazza en la ¡65!, en 1988.
¿Y qué tienen en común todos ellos? Tuvieron carreras tan ilustres que hoy tienen sus placas que los inmortalizan en Cooperstown.