LOS ÁNGELES -- Decadencia de un Imperio. Así se interpretan los lamentos de Xavi, de Piqué, y los comentarios, cebados de sorna, de Joan Laporta.
Verídico en cierta medida. Barcelona contemplaba los cadáveres de sus muertos, sin ver el riesgo de su propia muerte.
En esa casi decenio poderoso de fascinación y conquistas, se dedicó a explotar su presente y fortalecer su pasado. Mató a la hormiga para venerar la cigarra.
El argentino José Ingenieros lo estructura así: "Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van".
Barcelona sabe de dónde viene. Pero olvidó hacia dónde debería ir. Traicionó a su cuna. La Masía pasó de ser La Meca a la Comala de Juan Rulfo y sus fantasmas.
Y el resfriado se ha convertido en neumonía. Aunque sus huestes, de escritorio o de tribuna, elijan el escapismo de la negación.
1.- Neymar decidió irse. Fue a fundar su propio imperio. Hoy su cuenta bancaria amenaza con ser más gorda que la de Cristiano y Messi. Su Hada Madrina viste de seda en la boutique de Coco.
2.- Luis Suárez se ha lesionado. Cinco semanas dice el cuerpo médico, mientras enciende veladoras, recita conjuros, y ata a San Cucufato de las partes nobles.
3.- Lionel Messi sigue dejando su único bolígrafo en casa. Ya hubo acuerdo para renovar contrato hace meses, pero hasta este jueves, no ha firmado. Y la huella dactilar de su promesa se diluye ante el espeluznante horizonte de su soledad en el ataque. Su corazón sigue en el iglú.
4.- ¿Coutinho? ¿Dembelé? ¿Mbappé? ¿Di María? Y agregue los nombres que quiera. Son piezas de refacción, pero no la solución, porque Valverde aún tira trabalenguas en oídos ensordecidos de momentos gloriosos que ahora yacen en el museo. La momificación de las leyendas.
Parecería que la separación, primero, y después el deceso de Johan Cruyff, pusieron fin a la última voz exigente que reclamaba al Barcelona preocuparse por su futuro.
Tarareaba Atahualpa Yupanqui que "para que crezcan los nietos no es necesario matar a los abuelos".
Cierto. Pero, entre los torpes, imberbes, bobalicones y mezquinos herederos de un, cierto también, pecaminoso Laporta, decidieron privilegiar a los abuelos sin procrear ni criar a los nietos.
Ambos derroteros son síndromes extremos de decadencia y de extinción. Y semejante brújula torcida conduce a la caída del Imperio.
Con la aportación generosa de Neymar, al entregarle un fondo de 220 millones de euros, el Barcelona se encuentra ante la encrucijada de solucionar lo urgente y lo importante. Pero, primero, deberá distinguir cuál es cada cual.
Habida cuenta que Messi es un ermitaño, al que le han hurtado, por venta y por lesión, sus dos mejores compinches en el asalto indiscriminado del 80 por ciento del resto de las aldeas de su Liga, necesitará de inmediato jugadores de alto nivel que lo entiendan y que entiendan que él, y sólo él, es el epicentro de los milagros y de las hazañas. Báculo, hay uno sólo.
No todos los cortesanos se hicieran para todas las cortes, y no todos los plebeyos aceptarán vivir a expensas y al servicio de Leo. Suárez lo ha entendido y Neymar lo disimuló muy bien, mientras fue necesario.
Pero el trabajo urgente lo viene recomendando Montesquieu desde hace 300 años, y sin saber que en 2017, 3 mil 500 millones de fanáticos y/o villamelones lo usarían para diagnosticar una crisis ante la futilidad del juego de futbol: "La descomposición de todo gobierno comienza por la decadencia de los principio sobre los cuales fue fundado".
Y el principio de todos los principios del Barcelona había sido La Masía.
Hoy, como turistas desahuciados, los dirigentes catalanes saldrán a hacer compras de pánico. A pagar oro por soluciones de oropel. El mercado universal del futbol se llenó de baratijas.
No hay soluciones en embrión. La matriz está seca, infértil. La Masía fue esterilizada en los tiempos de bonanza y éxito, y en sus resacas de exitismo.
No hay ni Xavis, ni Iniestas, ni Puyols, ni Piqués, en gestación, ni exploradores, ni colonizadores genuinos para descubrir algún Messi en un arrabal, un potrero o un lote baldío, o un Rafa Márquez en otra Liga.
El Barcelona pensó que sería infinito, inmortal, eterno. Pensó que sería el edén de la gloria a perpetuidad.
Pero, hoy, la victoria, esa dama voluble, advenediza, se fue a venderle sus favores al Real Madrid. Y a las vitrinas del Camp Nou, le aparecen canas.