Huelga, esa temida palabra, se cierne en el horizonte de las Grandes Ligas.
A principios de esta semana, en conferencias telefónicas que los funcionarios del sindicato de peloteros sostuvieron con los representantes de los jugadores de cada equipo, se habló sobre la viabilidad de negarse colectivamente a presentarse en los entrenamientos de primavera hasta el 24 de febrero.
Aunque no se trata de una huelga como la que paralizó la temporada de 1994 y obligó a suspender la Serie Mundial, esta intentona sería en protesta por la cantidad de agentes libres que todavía siguen sin firmar.
Afortunadamente, el sindicato informó a los jugadores que una acción organizada de ese tipo constituiría una huelga ilegal en violación del Convenio Laboral Colectivo, por lo que se desechó la idea.
Son casi 200 los peloteros que siguen desempleados, pero no todos por las mismas razones.
Si los principales agentes libres no han firmado aún no ha sido por falta de ofertas, sino por ambición excesiva de los jugadores y sus agentes.
Pongamos el ejemplo de Eric Hosmer.
Los Reales de Kansas City le han ofrecido la nada desdeñable cifra de 147 millones por siete temporadas, siete millones más que la oferta de los Padres de San Diego por igual cantidad de tiempo.
Pero Hosmer y su agente Scott Boras quieren un pacto de mayor duración, de hasta diez años.
Entonces no es por falta de ofertas. También a J.D. Martínez, Yu Darvish, Jake Arrieta y otros encumbrados desempleados les han ofrecido jugosos pactos, aunque los hayan rechazado.
Lo que pasa es que los equipos parecen haber aprendido finalmente la lección de que esos contratos de una década son contraproducentes y termina pesando más que un piano de cola en una escalera.
Hay otros casos de peloteros más veteranos a quienes les resulta más difícil conseguir trabajo, porque muchos equipos prefieren apostarle a sangre más joven y barata.
No hay nada ilegal en que los equipos quieran proteger su dinero o invertirlo de manera más inteligente, ni razones justas y reales para que la unión vaya a la guerra contra el patronato.
Más que sindicato, esto es un club exclusivo de millonarios a quienes el dinero a veces se les va para la cabeza y olvidan, con acciones como estas, a quienes a la larga y aunque indirectamente, pagan sus salarios: los fanáticos.
Dice un refrán que la avaricia rompe el saco. Hoy no estamos en la época pre-agencia libre, cuando los dueños explotaban a su antojo a sus jugadores y les pagaban sueldos inferiores a los merecidos.
Sin olvidar que esto es un negocio, el poner el dinero tan por delante del juego en sí es como esos artistas sólo interesados en cobrar gruesos cheques, aunque su actuación en el escenario deje mucho que desear.
En estos tiempos que vive el béisbol, con la mejor salud financiera de la historia, un paro laboral podría tener consecuencias devastadoras, mucho peores que las de la huelga de 1994.
Reponerse de un golpe de esa naturaleza, sin sentido y amparado sólo en la ambición desmedida de los peloteros y sus agentes, tomará mucho más tiempo, aun cuando Giancarlo Stanton y Aaron Judge establezcan una épica carrera de jonrones, al estilo de la que protagonizaron Mark McGwire y Sammy Sosa en 1998.