<
>

Al fin: doble conquista histórica del futbolista mexicano

En tiempos distintos, en territorios distintos, con destinos distintos, el futbolista mexicano consumó este miércoles una doble conquista.

1.- El Pacto de Caballeros ha sido exorcizado por los bandoleros que lo crearon. Ha sido roto uno de los eslabones del grillete -de oro, cierto-- del futbolista en México.

2.- Chivas se corona campeón de la Concacaf, en ese reducto rebelde que es el último zócalo de reivindicación del futbolista mexicano.

Y el Guadalajara se corona, precisamente, en ese hoyo negro de rostro blanco que se tragaba vivos a los jugadores mexicanos: el manchón de penalti, ese fascinante Salomón donde la justicia encuentra un santuario inapelable.

Primero, en Toluca, en una mesa de negociaciones agreste, en la boca apestosa del lobo que regentea contratos y pactos esclavizantes, los futbolistas mexicanos obligaron a que el fantasmagórico Pacto de Caballeros, sin rostro ni forma, quedara, finalmente, sepultado en ese cementerio torvo y abusivo de la FMF.

Y después, en la cancha, con sólo jugadores mexicanos, esos que los otros 17 Herodes del futbol mexicano, se empeñan en extirpar, en segregar de sus nóminas, así, con sólo nativos, Chivas se corona campeón de la Concacaf venciendo en penaltis a Toronto.

A su estilo bajo la doctrina de Matías Almeyda, bajo los espesos humos de la angustia, de los microsismos en los corazones desfallecientes, y hasta evidentes errores arbitrales, el Guadalajara consuma un triunfo en el escenario dramático de la definición desde el manchón de las sentencias.

Hay similitudes en los dos escenarios. Parecía que los dueños de equipos lograrían revocar las apelaciones de los futbolistas en la mesa de negociaciones, pero, al final, la solidaridad del gremio hizo temblar a los dirigentes: la Fecha 17 se paraba, y con ella la Liguilla.

Los propietarios del futbol mexicano pueden poner en riesgo sus reglamentos, pero no sus ganancias. Salvaron los dineros, aunque perdieran a sus esclavos.

Y Chivas vivió bajo el estupor, la ansiedad, el drama, esa angustia veleidosa, pendulante, entre la gloria y el riesgo de la derrota, por la apuesta suicida por la victoria. Incluso en los estertores del juego, Jonathan Osorio dejó vivir al Guadalajara, cuando tuvo el gol para aniquilar el juego, pero perdonó.

En una exhibición generosa por parte de ambos equipos, llevando el trámite hasta el desfallecimiento físico, pero en la algidez moral y espiritual, en el cobro de los penaltis, irónico, erró de nuevo Osorio, tal vez arrastrando el trauma de minutos antes.

Y el suicidio para Toronto se consumó cuando el que algunos bobalicones consideraban el nuevo Landon Donovan, pero Michael Bradley ratificó como con la selección de EEUU, que los grandes retos le empequeñecen el alma. Y la voló...

Una jornada llena de brillo nuevamente para Rodolfo Pizarro, galardonado como el mariscal del torneo, pero que por traumas arraigados, el seleccionador mexicano, Juan Carlos Osorio, lo sigue viendo lejos del Mundial de Rusia. La miopía del colombiano la envenena aún más por el hecho de negarse a reconocer que él y su auxiliar Pompi (AKA Luis Pompilio Páez) se han equivocado.

Doble jornada histórica para el futbolista mexicano. De esas que suelen ser, que deben ser, un punto de quiebra, un punto de rompimiento. Un revulsivo.

Despedazó, en la mesa, en Toluca, apenas una de las cadenas -de oro, cierto--, de su esclavitud, pero abrió un campo de batalla para forzar las otras.

Y por otro lado, en la pureza de la cancha, Chivas dejó el mensaje a una Federación Mexicana de Futbol, y a los engendros de sus engendros, Decio de María y Enrique Bonilla, que el futbolista mexicano debe ser el protagonista legítimo de su propio torneo, y no víctima de la voracidad y corrupción entre dirigentes y promotores.