Pongámonos todos de pie para despedir con una ovación a Ichiro Suzuki, el bateador más fino que haya pasado por las Grandes Ligas en lo que va del siglo XXI.
Los Marineros de Seattle sacaron de su róster al japonés y lo asignaron a tareas administrativas dentro del club, como consejero especial del gerente general.
Aunque su agente John Boggs asegura que esto no significa el retiro de su cliente y que es posible un regreso al terreno en el 2019, no hay que ser muy avezado para darse cuenta que estamos a las puertas del fin de una carrera brillante, que tendrá como colofón la exaltación, dentro de cinco años, al Salón de la Fama de Cooperstown.
La manera en que los Marineros están manejando el asunto no es nuevo.
Lo mismo hicieron en el 2010 con Ken Griffey Jr, otro de los íconos de la franquicia, en la que pasó sus primeras 11 campañas en las Mayores.
Luego de un periplo por los Rojos de Cincinnati y los Medias Blancas de Chicago, regresó a Seattle en el 2009 y después de 33 juegos en la temporada del 2010, fue movido a las oficinas, en un gesto de agradecimiento y deseo de mantenerlo ligado de por vida a la organización.
Ha sido una salida elegante. Aunque había expresado una y otra vez sus intenciones de jugar hasta los 50 años, lo cierto es que era lastimoso verlo cada vez menos capaz de reaccionar, a los 44, ante pelotas de 98, 100 millas por horas, que en otros tiempos ponía sin mucho trabajo en tierra de nadie.
Ichiro llegó de Japón en el 2001 y tuvo un impacto inmediato, al convertirse en apenas el segundo hombre en ganar simultáneamente los premios de Jugador Más Valioso y Novato del Año.
En sus primeras diez campañas sobrepasó los 200 hits, algo inédito, mientras que en el 2004 disparó 262 imparables, para quebrar el récord de 257 que impuso George Sisler en 1920.
Para aquilatar en toda su dimensión esa hazaña del japonés, vale señalar que desde 1920, hasta el 2004, pasaron por las Grandes Ligas muchos, muchísimos de los mejores bateadores de la historia, desde Babe Ruth y Ted Williams, hasta Pete Rose y Tony Gwynn, y ninguno logró superar la cifra de Sisler.
En el 2012 fue traspasado a los New York Yankees y en el 2015 firmó con los Miami Marlins, equipo con el cual alcanzó su hit 3,000 en el 2016.
Este año regresó a casa, para retirarse con el uniforme que más glorias le dio y para batear los últimos nueve de sus 3,089 imparables, que lo ubican en el lugar 22 de todos los tiempos.
El asiático, que nunca estuvo en la lista de lesionados y ha sido un ejemplo de consistencia, es el líder histórico de Seattle en hits (2,542) y average (.322), con todo y que el puertorriqueño Edgar Martínez hizo toda su carrera con los Marineros. También lidera la franquicia en bases robadas, con 438.
Meticuloso como nadie, tenía en su casillero una serie de extraños y únicos instrumentos para hacer ejercicios de estiramiento que aseguraba eran la clave de su longevidad deportiva.
Cada día, al llegar al clubhouse, lo primero que hacía era pasar por la alfombra frente a su taquilla un rodillo de esos con papel pegajoso que usamos para quitar las pelusas de la ropa.
Una vez limpió su espacio personal, estaba listo para empezar a trabajar.
Con un estilo único, hizo un arte del acto de batear y no son pocos los que creen que de no haber pasado nueve temporadas en la liga profesional de Japón, habría superado los 4,256 imparables de Pete Rose, líder absoluto en ese departamento en las Mayores.
En su país ligó 1,278 inatrapables, que sumados a los 3,089 que conectó en las Mayores, dan un gran total de 4,367 a lo largo de una carrera de 27 años.
Pero eso ya entra en el campo de la especulación. Demos gracias por haber podido disfrutar de uno de los peloteros que con más clase se entregó al béisbol en toda la historia.