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A la hora del almuerzo

La lluvia le había impedido practicar de cara a su próxima actuación. Quizá obligado por la multitud de colegas que había en el restaurant que utiliza la mayoría de los protagonistas, esperando que el Abierto de Australia, transformado por un día en Wimbledon, recuperara su identidad climática, decidió alimentarse en el lugar donde habitualmente lo hace la prensa.

Y ahí estaba. Solo, con el gran raquetero a sus espaldas, como si fuera un junior, aguardando, detrás de nosotros, su turno para solicitar un sandwich de pavita. "Con un poco de tomate, y mayonesa, y, si tiene, champignones, por favor..."

Lo pidió en inglés, lo pudo haber hecho en alemán o francés, quizá en italiano, como cuando cambia el chip del lenguaje en interminables reuniones periodísticas. Parecía uno más, terrenal. Una imagen imposible de vincular, dentro de un planeta de pecados capitales deportivos, con un número uno, con un joven destinado a despedazar récords, a reeditar los libros de estadísticas y a colocar apéndices en los de técnica.

Así es Roger Federer. Se mueve en los alrededores como adentro de la cancha. Con naturalidad, con esa comodidad excesiva que lo ha hecho casi invencible durante la última temporada. Feliz con su rol de ejemplo.

Y dentro de este Grand Slam mixto, que obliga a jugar con aire acondicionado o agobiante calor, con altísima humedad o sin ella, con cielo abierto o techo cerrado, David Nalbandian entregó otro acto de supervivencia.

Hay cientos de títulos de películas que pueden graficar su producción. Desde Gladiador, por su enorme espíritu de combate, a La Terminal, porque, desde la primera rueda, parece ubicado en el Aeropuerto de Melbourne, con tarjeta de embarque en mano, y, sin embargo, los que se van, inexorablemente, son los rivales. Otra vez el film tuvo combinación de acción, suspenso y drama.

Otra vez atravesó una situación crítica. Otra vez ganó. A diferencia del serbio Tipsarevic, el duende Sebastien Grosjean aparentaba entereza. Había ganado los dos primeros sets mediante un sólido servicio, buenos contraataques de derecha cada vez que le daban ángulo, subidas oportunas a la red y un revés variado, de mantenimiento, hasta encontrar la puerta por donde lastimar. La eliminación era inminente: 4-5 y 0-40, debido a que los lances del francés despintaban las líneas.

No obstante el argentino brindó, a partir de allí, un game perfecto, conservó su saque y marcó la tendencia anímica del encuentro. Sin su revés galáctico funcionando a pleno (aplicó mas winners con la derecha), soportando la molestia de una tendinitis rotuliana que no cesa ("Sinceramente no estoy bien, pero es lo que hay"), subiendo a la red con mayor frecuencia que la habitual ("era lo que pedía el partido") y generando cinco o seis toques para adjudicarse la jugada del dia en SportsCenter, Nalbandian se metió, por quinta edición consecutiva, en octavos de final del Abierto australiano.

Su futuro es incierto a causa del inconveniente físico. No existe incertidumbre, de ninguna manera, en la lucha que ofrecerá. Ya superó cinco match points, ya estuvo frente los leones en un par de oportunidades, y salió ileso...