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Cómo explicarlo...

Los que creían que Roger Federer, al igual que Borg, Rosewall y Nastase, había levantado un trofeo de Grand Slam sin ceder sets, están equivocados.

Luke Bourgeois, australiano, casi 30 años, con alguna semejanza a Patrick Rafter en lo físico y ninguna en lo tenístico, frecuente visitador de Futures, aislado participante en Challengers, actual 369° del ranking, le ganó en este Abierto de Australia...

Faltaban un par de días para comenzar la primera cita Major. El sol, vertical e impiadoso, caía sobre el vacío Rod Laver Arena. Tony Roche, con su gorrito amarillo y raqueta en mano, de espaldas a la cabecera donde se ubican las autoridades oficiales, no paraba de sonreir.

Nosotros, debajo de la arcada por la cual entran y salen los protagonistas cuando hay acción oficial, no dejabamos de asombrarnos. Y no tanto por estudiar de cerca al Gran Roger sino por lo que hacía su adversario en el tie break estipulado.

Luke, que nació en Sidney y vive en Inglaterra, lo jugaba... ¡¡con la mano!! No es sencillo, mediante palabras, darle la correcta dimensión a lo que hacía el amigo y peloteador del suizo.

Con gran manejo de la mano derecha y excelente técnica de lanzamiento (vinculada con una infancia de cricketero), luchaba, punto a punto, contra la raqueta más poderosa del planeta. Sí, a partir de perfecta movilidad y anticipo, atajaba los saques y las derechas de su encumbrado oponente. Si no la capturaba al primer intento, perdia el punto.

Imaginen, dentro de un clima muy distendido, con bromas permanentes entre ambos, como fue el festejo del australiano. Terminó dando una vuelta olímpica y celebrando una victoria (8 a 6), que luego, durante dos semanas, nadie consiguió, ni los misiles de Djokovic, los martillazos de Robredo, las puñaladas de Roddick o las bombas de González. Sin saberlo a esa altura, presenciamos la única caída de Rogelio en Melbourne Park.

Mientras el circuito, cruel en exigencia física y psicológica, provoca altas y bajas en los humanos que lo integran, Federer, extrarrestre, no sufre nada de eso.

Su dominio, cada vez más ostensible, comienza por lo mental. Ha logrado que las instancias favorables de sus adversarios sean armas de doble filo, auténticos boomerangs.

Un break o set point en contra se convierten en su comida favorita. Se alimenta de ellos, se impulsa y los aprovecha para agigantar la imagen de invencibilidad.

En el cotejo definitorio, cuando escapó del 4-5 y 40-15 con saque de González, la sensación generalizada, e inequívoca era que se había terminado el parcial y, para muchos... ¡el partido!

Hay números que evitan palabras: fue el primero en ganar tres Grand Slam por lo menos tres veces cada uno. El próximo mes quebrará el récord de mayor durabilidad en la cima del ranking, el cual, hasta el 26 de febrero, le pertenecera a Jimmy Connors. Pobre Andy Roddick, no perdona ni a su prestigioso entrenador...

Fernando González hizo un gran torneo y una buena final, considerando que enfrentó al hombre destinado a ser el más grande de todos los tiempos. Se mostró suelto, libre (con el capaz y apasionado Horacio de la Pena quizá estaba más pendiente de los patrones de juego establecidos sin leer tanto lo que pasaba en la cancha), haciendo ahora lo que le reclama la situación y no lo que le pedía su ansiedad por terminar el punto. Ya es top cinco y la próxima misión será consolidarse en esa elite.

Ya se cumplió su primera cita de Grand Slam. Y el tenis masculino, de seguir así, antes de lo esperado, dejará de ser dividido por la denominación de era abierta.

En Melborune se afirmó la candidatura para que la separación de epocas sea "antes y después de Roger".