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La sabermetría está acabando con el béisbol

El béisbol goza de la mejor salud financiera de su historia, con ingresos anuales que superan los diez mil millones de dólares.

Sin embargo, la gente ha comenzado a alejarse de los estadios y la Serie Mundial, a pesar de tener como protagonistas a dos de los equipos más emblemáticos de todas las Grandes Ligas, como los Boston Red Sox y Los Angeles Dodgers, tuvo unos ratings televisivos bajos.

Voy a lanzarme a nadar contra la corriente y lo haré directo, sin pelos en la lengua: la sabermetría está acabando con el béisbol.

Esa nueva manera de ver el juego a través de la pantalla de una computadora está matando el espectáculo y es una de las principales causas por las que los fanáticos están mirando hacia otros lados.

Nunca me he escondido para expresar mi rechazo a esta filosofía que propugnan principalmente personas que no entienden la esencia del deporte y lo ven como si fuera una ciencia exacta, tan exacta que se atreven a cosas tan ridículas como pronosticar desde ya el rendimiento que tendrá Vladimir Guerrero Jr. por las próximas diez temporadas.

No digo que la nueva métrica no aporte algo al entendimiento del juego, sobre todo en el aspecto defensivo, pero esa imposición a ultranza de la sabermetría como criterio exclusivo es simplemente nociva, porque, entre otras cosas, busca borrar de golpe toda la historia estadística anterior.

Créanme que ya hay influyentes voces abogando por eliminar estadísticas tradicionales, como los errores a la defensiva o el promedio al bate.

Y hay que ver con qué vehemencia defienden su disparate, como si estuvieran hablando de la supervivencia de la especie humana.

La sabermetría es incomprensible para el aficionado común

El béisbol es un juego complejo de por sí, con una amplia serie de reglas y situaciones difíciles de entender para quienes no nacieron en la cultura de las bolas y los strikes.

Pero incluso para el fanático común, hay hechos y datos que no resultan de fácil entendimiento, pero aun así, prefieren pasar por alto esos detalles y seguir aferrados al deporte de su pasión.

Y ni hablar de los aficionados eventuales, esos que esperan a que lleguen los playoffs o la Serie Mundial para tomarse el béisbol más a pecho.

Entonces llegan estos académicos, muchos de ellos desconocedores de la esencia del juego, a reinventar abruptamente lo que lleva más de 100 años inventado y que las modificaciones que ha sufrido hasta llegar a nuestros días han sido graduales.

Si quieren encontrar un por qué a la caída en un cuatro por ciento de la asistencia a los estadios en el 2018, busquen, que por ahí estará la respuesta.

La gente va al parque a ver a los bateadores de .300 puntos de average, a los que conectan el palo a la hora buena, a los remolcadores de carrera, a los jonroneros.

Nadie va a aplaudir a hombres por debajo de la Línea Mendoza (menos de .200 de promedio) y con más ponches que hits, que desde que el mundo es mundo han sido considerados malos y de repente, por obra y gracia de la sabermetría, han cobrado valores en la pantalla de un ordenador porque tienen un WAR alto.

Eso es lo que no se explica la mayoría de los mortales, que prefieren las cosas simplificadas.

Es la naturaleza humana preferir la simplicidad y más en estos tiempos complejos. La gente no quiere complicarse la vida más de lo que está.

Si una actividad que es, por encima de todo, un entretenimiento, se vuelve demasiado enrevesada de entender, muchos optarán por pasar la página y buscar diversión en otro lado.

¿Cómo explicarle entonces a un aficionado promedio que Fulanito tiene un WAR mayor que Mengano, a pesar de que este último tiene mejor average y más jonrones e impulsadas?

En el 2018, la asistencia promedio a los parques de MLB cayó por primera vez por debajo de los 30 mil fanáticos, la peor desde el 2003, lo cual debería empezar a preocuparle al "innovador" Rob Manfred.

Las formaciones especiales atentan contra el espectáculo

Un resultado de la aplicación de la sabermetría es el shift, la formación especial a la defensiva que inventó en los años 40 Lou Boudreau para tratar de parar, sin éxito, a Ted Williams, "el bateador más grande que ha existido".

Pero ahora resulta que no hace falta llamarse Ted Williams para que le apliquen el shift.

Si bien los bateadores deberían ser más inteligentes y tratar de usar todo el campo para sus conexiones, lo cierto es que muy pocos se esfuerzan en hacerlo.

Con todos los defensores colocados de un solo lado del cuadro, es muy difícil pasar la pelota hacia los jardines y lo que es un aparente imparable se convierte en una rola de frente a un fildeador.

Así, de pronto desaparece en un buen número aquellas jugadas espectaculares al estilo de Omar Vizquel u Ozzie Smith, otro de los atractivos que llevaba gente al parque.

Lo que antes eran joyas defensivas ahora son jugadas de rutina, carentes de espectacularidad.

Entonces, los bateadores, por tratar de vencer al shift, buscan elevar más la pelota, con el consiguiente sacrificio en la capacidad de contacto y por ende, un aumento exagerado en la cifra de abanicados.

Por primera vez en la historia hubo más ponches (41,207) que imparables (41,019) y el average colectivo fue de .248, siete puntos menos que en el 2017 y el más bajo desde 1972.

Volvemos a lo mismo: la gente no va al estadio a ver cómo un bateador solamente tiene dos opciones, o jonrón o ponche. No, la gente quiere ver más que eso, porque el béisbol tiene otros ingredientes igualmente ricos.

La capacidad estratégica de los managers está limitada

Las orientaciones bajan desde la oficina hasta el dugout y los managers cada vez piensan menos.

Ya muchos mentores siquiera tienen poder de decisión en la conformación de las alineaciones y si acaso a algunos les dan la opción de escoger entre dos o tres variantes de lineups.

Y con tal de mantener sus empleos, la mayoría termina aceptando sin chistar, sin hacer valer su autoridad, aunque en las tribunas, los fanáticos se corten las venas tratando de entender por qué el manager de su equipo hizo cosas que van contra el ABC del juego.

El juego se ha hecho cada vez más previsible y mecánico, con menos táctica.

Jugadas clásicas como el toque de bola o la base robada, prácticamente han dejado de existir en la Liga Americana y de implantarse el bateador designado en la Nacional, lo veremos también en el viejo circuito.

Billetera mata a galán

La extensa duración de los partidos de béisbol también conspira en contra del espectáculo, aunque eso no es culpa de la sabermetría.

Manfred ha intentado algunas ideas para acortar el tiempo de los encuentros, como ordenar las bases intencionales con una simple seña, sin necesidad de lanzar las cuatro bolas, o limitar el número de visitas al montículo.

Pero la única manera real y efectiva de recortar el tiempo de los juegos NO va a aplicarse, porque implicaría la pérdida de grandes cantidades de dinero.

En un juego de Grandes Ligas se usan tres minutos entre innings para comerciales de televisión.

Eso significa en nueve episodios entre 50 y 54 minutos de tiempo muerto, que se suman a las dos horas de acción efectiva de un partido y termina promediando las tres horas de duración.

Si esos tres minutos entre episodios se bajaran a dos, el juego podría durar un cuarto de hora menos, pero ello implicaría unos 18 minutos menos de anuncios, entiéndase dinero.

Y como dice el refrán, billetera mata a galán. Por muy innovador que sea Manfred, a nadie le gusta que le toquen el bolsillo.