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¿El Piojo o El Turco? Dos ajedrecistas Versace

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Mohamed realizó una estrategia de descanso para enfrentar al América (0:43)

El técnico de Monterrey declaró que no se sienten favoritos ante las Águilas y que la final es muy pareja. (0:43)

LOS ÁNGELES -- ¿Antonio Mohamed o Miguel Herrera? ¿El agua o el aceite? ¿El Turco o El Piojo? ¿El que no siempre quiere o el que quiere excesivamente?

Los técnicos, todos, son hijos bastardos de Dorian Grey. Ante el espejo de su egolatría cínica, nunca envejecen en conceptos ni en exitismos. Ese espejo tiene el síndrome de Blanca Nieves: “Sí, eres el mejor técnico del mundo”.

Públicamente, son menos obscenos que en su intimidad. “El éxito de un equipo es 70 por ciento de los jugadores y 30 por ciento del entrenador”, ha dicho el pastor de la egomanía, Ricardo La Volpe.

Ante el cristal facineroso de la autocomplacencia, ellos están seguros de que el 100 por ciento del crédito debe ser de ellos. Al final, las piezas del ajedrez son marionetas de su sabiduría.

Por eso, ¿El Turco o El Piojo? Acaso lo único que podría asemejarlos sería esa devoción -egocéntrica, pues- por la pulcritud obsesiva por la vestimenta. Acaso, los dos entrenadores mejor y más costosamente vestidos en el futbol mexicano.

Se adivina esa oculta ansiedad por la faceta legítima, y que se entienda bien, por el culto metrosexual a representar correctamente su cargo, su presencia, su autoridad y su porte. “Lo primero que se necesita para ser figura, es parecerlo”, dijo alguna vez el torero Luis Miguel Dominguín. Y ellos, El Piojo y El Turco, tratan.

Como jugadores no hay comparación, acaso por la robusta presencia. Mohamed era un talento prodigioso. Le pegaba con la espinilla o con el tobillo e igual el balón viajaba 40 metros y llegaba puntual y perfectamente a su destino. Tenía un maldito y exacto teodolito hasta en los juanetes de ambos pies.

Miguel Herrera era una declaración de guerra aún en tiempo de paz. Por eso quería ser abogado o dentista, para vivir a sangre y fuego. Y así lo fue en la cancha. Hombre de bayoneta calada y a veces traicionera. Pero, así vivía el futbol, a sangre, sudor y lágrima.

Como entrenadores, vienen de escuelas distintas. Mohamed ha modificado poco, pero Miguel Herrera torció el timón, antes que el timón del fracaso siguiera torciendo sus esfuerzos.

El Piojo moldeó equipos espectaculares con Atlante y Monterrey. Con América ya enmendó su descarga suicida, y en esta segunda época, aún reajustó más la forma de juego.

La transición de los equipos de Mohamed es tan poderosamente comparable con la de un equipo de la NBA. Recuperación y de inmediato a posición de descarga. Sólo recuerdo dos equipos con esa bestial respuesta: el Tigres de Carlos Miloc y el Necaxa de Manuel Lapuente.

Herrera elabora un poco más. Enreda y elabora apenas lo necesario para dar volumen al ataque. No quiere exponer públicamente a su defensa, especialmente esta que se ha fragilizado por momentos en el torneo.

Ojo en sus faenas en el vestidor. Los dos crean alianzas. Fortifican grupos. No dejan cabos sueltos. Y amparan hasta donde pueden a esos que pueden ser los más peligrosos al interior del grupo: los que se quedan en la banca.

Claro, están lejos de ser líderes absolutamente perfectos. Al Turco lo echó del América Paul Aguilar, quien delinquió con métodos subversivos contra él, y lo apoyó Ricardo Peláez.

Herrera perdió a Ménez, pero recuperó a Mateus, Ibargüen, Roger Martínez y Guido Rodríguez, y hasta el Pizzero Benedetti ha tenido no dos, sino tres oportunidades.

Hoy, ante la cita de La Final del Apertura 2019, los dos deberán ser quirúrgicamente meticulosos en el discurso al interior del vestidor. Viven en las antípodas de las condiciones en que llegan.

Pero, cuidado, los dos entrenadores han demostrado en esta misma Liguilla, que a los pomadosos, aburguesados, oligarcas futbolistas, les pueden vestir de espartanos. Y deberán volver a conseguirlo en los dos tomos con 90 páginas en blanco, de esta final.

El Turco tendrá que pedirles el penúltimo esfuerzo a una banda que se escoció de cinismo durante la mayor parte del torneo, pero que cuando quiso, tras la salida de Diego Alonso, se decidió a pintar la Liguilla con tonos pasteles de ilusión.

Y Monterrey tiene una referencia: sólo necesita evocar, invocar y convocar el riguroso, bestial y majestuoso esfuerzo hecho ante Liverpool. Un elevado nivel de rendimiento, insuficiente para una galaxia europea, pero intimidante para el tercer mundo del futbol mexicano.

Rayados pagará los trasiegos del viaje a Catar y la orgullosa forma de encarar a los Rojos de Jürgen Klopp. Lo que hoy es cansancio, pasará a ser fatiga muscular para La Final de la Vuelta.

Sin embargo, aún queda sangre inocente dentro de estos contritos Rayados, que tienen deudas que pagar por su negligencia y traición durante las primeras fechas del torneo. No parecen dispuestos a rendirse.

¿América? Miguel Herrera ya vivió un impasse similar. Estuvo casi tres semanas parado antes de arrancar la Liguilla. Aprendió de esa experiencia.

Tal vez su discurso deba ser más exigente que el del Turco, porque mientras su equipo celebraba las fiestas, Monterrey se debatía en canchas inhóspitas.

Pero, El Piojo tiene una ventaja: cada jugador del América sabe que esa camiseta se honra, se venera, se respeta, se encomia, porque el #ÓdiameMás es el mayor truco publicitario para pelear contra el mundo entero de la Primera División de México.

¿Quién es mejor ajedrecista? Mohamed sabe ver mejor los puntos clave del juego. Pero, El Piojo ha armado un equipo que sabe hacer cirugías mayores, ojo, como equipo, en los momentos álgidos del partido.

¿Antonio Mohamed o Miguel Herrera? ¿El agua o el aceite? ¿El Turco o El Piojo? Dos ajedrecistas maniquís a lo Versace o a lo Coco Chanel.