El comisionado de Grandes Ligas, Rob Manfred, parece empeñado en convertir el béisbol en un videojuego.
Desde que asumió el cargo hace cinco años, Manfred ha trabajado incansablemente en crear la ilusión de que está haciendo las cosas importantes que necesita el béisbol, aunque en realidad, cada paso que da es un golpe bajo a la esencia de un deporte que, a pesar de él, goza de una salud económica envidiable.
Primero empezó con que el juego es demasiado largo y su ritmo muy lento, por lo que implementó una serie de iniciativas para acelerar los partidos. Que si limitar las visitas al montículo, que si las bases intencionales automáticas.
¿Resultado? La pasada temporada, los juegos tuvieron una duración de tres horas y diez minutos, el promedio de tiempo más largo de la historia.
Ahora se le ocurre ampliar a 14 la cifra de equipos que clasifiquen a la postemporada, con un enrevesado sistema que incluye un reality show donde algunos escogerán a sus rivales.
¿Escoger rivales? Eso parece como el boxeo actual, donde los campeones esquivan a los mejores retadores y seleccionan contrincantes de menor lustre para engordar su palmarés.
Lo que no está roto, no lo arregles. Los playoffs y la Serie Mundial, tal cual están, funcionan muy bien. Si acaso, pudiera señalarse como su punto más debatible el famoso juego entre comodines, que muchos quisieran que fuera una serie de tres partidos, a ganar dos.
Pero salvo ese detalle, que quizás prolongaría demasiado la postemporada, el béisbol que se juega en octubre reúne todos los ingredientes para complacer al más exigente de los aficionados.
La propuesta de Manfred significaría que prácticamente la mitad de los equipos clasificarían a los playoffs, incluso, posiblemente, algún que otro con récord negativo.
Así pasa en la NBA, donde pasan a la postemporada ocho quintetos por cada conferencia. Pero a diferencia del baloncesto, donde los octavos y séptimos lugares tienen posibilidades casi nulas de vencer al primero o segundo clasificados, en el béisbol las cosas son mucho más parejas y en una serie corta cualquier cosa puede suceder.
Sino, basta con mirar el clásico de octubre pasado, donde un comodín como los Washington Nationals venció a los Houston Astros, uno de los equipos más completos, sin fisuras, de los últimos años.
Ampliar de manera tan exagerada los cupos a la postemporada restaría valor al esfuerzo que se hace durante el largo calendario de 162 partidos de la campaña regular e incentivaría la mediocridad.
De hecho, podría hasta rebajarle el valor a los peloteros en el mercado, pues, ¿qué sentido tendría entonces gastar dinero en un gran agente libre o buscar un refuerzo de primer nivel en julio, si con jugar para balance de .500 alcanzará para colarse en la fiesta de octubre?
La clasificación de algunos se definiría demasiado temprano y eso disminuiría el interés, mientras que con el formato actual, no hay nada decidido prácticamente hasta la última jornada de la temporada.
A los playoffs deben ir sólo los buenos equipos. Es un derecho exclusivo de quienes mejor jueguen, quienes deberán elevarse sobre su propio nivel para poder salir airosos en una etapa que ya tiene asegurada una gran carga de drama.
Lamentablemente, uno de los peores defectos que tiene el béisbol actual es que está siendo dirigido desde las oficinas por personas que desconocen la esencia, el espíritu e incluso, la ética del juego, movidos sólo por la ambición de ganar más dinero, aunque vayan en detrimento del espectáculo.
Manfred es uno de ellos.