Mike Fiers es un soplón. Un chivato. Un delator. Un informante. Un sapo.
Vaya al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y busque cuanto sinónimo aparezca para calificar al lanzador de los Oakland Athletics, el hombre que destapó el escándalo del robo de señales de los Houston Astros.
Todos los calificativos serán aceptables, si se mira desde el punto de vista de David Ortiz.
Es cierto que Fiers se benefició también de la trampa de sus compañeros cuando formaba parte de los Astros en el 2017.
Su delación puede verse como un acto oportunista, después de recibir el anillo de campeón de la Serie Mundial y la pregunta que todo se hacen es ¿por qué no denunció el esquema de fraude en aquel momento y renunció al premio, en vez de esperar dos años para hacerlo?
Otro punto a favor del Big Papi, quien hace unos días arremetió con los peores epítetos contra el serpentinero.
Ahora bien. Si a Fiers le caben todos esos calificativos mencionados más arriba, a la gerencia de Houston le vienen como anillo al dedo los de idiota, imbécil, cretino, estúpido, tonto, ingenuo y cuantos más quiera sumar a la lista.
Porque hay que ser muy bobo para pensar que el sistema para robar señales era algo que podía mantenerse en secreto hasta la eternidad.
La única manera en que eso no hubiera salido a la luz es si el equipo firmaba a perpetuidad a todos sus integrantes hasta el final de sus respectivas carreras, como una manera de comprar su silencio.
Fiers es visto ahora mismo por muchos como un villano, como en su momento le ocurrió a José Canseco, tácitamente desterrado del béisbol.
Quizás el lanzador no encuentre trabajo a partir del año próximo, cuando se le venza su actual contrato después de la temporada del 2020.
Tal vez termine en una liga independiente, fuera del sistema de las Grandes Ligas y sus sucursales, aunque todavía le quede gasolina en el tanque.
Pero Fiers, como lo fue Canseco, es un buen villano, cuya acción permitió al béisbol cortar un problema que iba creciendo como una bola de nieve en avalancha.
Ya no sólo eran los Astros. Fueron también los Boston Red Sox de Alex Cora. ¿Alguien duda que podrían ser también los New York Mets de Carlos Beltrán? ¿Y cuál sería el próximo? ¿O los próximos?
Algún día el béisbol tendrá que agradecerle a Fiers su delación, como debería darle las gracias a Canseco.
Olvídense del motivo que tuvo el cubano para destapar el escándalo de los esteroides. Obviamente, quería el dinero que le proporcionaría el libro Juiced y tiró a medio mundo debajo de la guagua.
Pero si de algo no se le puede acusar es de mentiroso. A cuanto pelotero señaló como consumidor de sustancias para mejorar el rendimiento, dio en el clavo siempre.
Fue entonces que las Grandes Ligas decidieron tomar cartas en el asunto, que llegó hasta el Capitolio de Washington y se estableció una política de control de sustancias prohibidas.
En el caso de Fiers, cuando abrió la boca para contar lo que ocurría con el robo de señales, simplemente lo que hizo fue defender a su nuevo equipo de la posibilidad de caer víctimas del engaño.
Si no hubiera sido Fiers, hubiera sido otro de los que estuvieron y ya no están. Quizás Marwin Gonzalez. O Dallas Keuchel. O Charlie Morton. Cualquiera que hubiera tenido que enfrentar a los Astros en un momento decisivo y supiera que mediante trampa llevaban ventaja.
Por cierto, en su diatriba contra el soplón, Ortiz no mencionó el fraude de sus adorados Medias Rojas, todavía pendientes de castigo.