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Aquella primera vez

BUENOS AIRES -- Asistir por primera vez a cubrir periodísticamente los Juegos Olímpicos es como estar flotando en una nube, captando para el cofre de la memoria hasta los más mínimos detalles. Cuando me preguntan de aquel inolvidable Montreal 1976. ¡Mi debut...!, se abre ese cofre y se me aparece la imagen de un atleta impactante, base de mi rápido análisis de la Cuba olímpica.

Desde chico fui un fanático, estudioso de la historia y seguidor de la actividad de los Juegos Olímpicos. Desde la revolución de 1959, Cuba había crecido en los Juegos Panamericanos hasta ser superada sólo por Estados Unidos, pero en los JO le costaba demostrar su evolución. En Montreal tuve la oportunidad de presenciar la concreción de lo que ellos bautizan como su olímpica revolucionaría.

Esa aparición tuvo para mi la imagen de un atleta alado. Alto (1m88), de cuerpo fornido, musculoso, sustentado sobre una cabeza de frondosa cabellera, que sobre la pista se asemejaba a un brioso corcel devorador de distancia. Sí, al cubano Alberto Juantorena maravillaba verlo correr.

Eso me sucedió aquella tarde del 25 de julio de 1976 cuando concurrí al estadio olímpico a ver la final de los 800 metros, catalogada como una prueba de medio fondo. Lo llamativo de la nómina de participación estaba en la presencia de un cubano sin antecedentes previos en esa distancia.

"¿Cómo pudo llegar a la final?, me preguntaba y mi atenta mirada lo siguió. En seguida me dije: "No es un hombre; es El caballo alado", al verlo pasar adelante antes de los 600 metros e imprimir a sus larga zancadas una impresionante y escalofriante velocidad. Cruzó la llegada tambaleante. Levanté la mirada hacia el enorme tablero indicador y un escalofrío recorrió mi cuerpo al leer: "1m43s50 – nuevo récord mundial y olímpico".

Tres días más tarde ganó la final de los 400 metros y se convirtió en el primer atleta que hacía el doblete en los 400 y los 800 metros en los Juegos Olímpicos, algo que nadie ha vuelto a repetir. Normalmente se consideraba que los 400 y los 800 metros eran dos pruebas incompatibles al más alto nivel, pues la primera era básicamente de velocidad y la segunda de medio fondo. Juantorena demostró que era posible ser el mejor del mundo en ambas al mismo tiempo. Recibía de algunos el apodo de "El Caballo", pero los comentaristas deportivos cubanos le llamaban "El elegante de las pistas".

Como soy un apasionado del atletismo había sido el sumo. Asistir a la magia de un récord mundial y a la vez de un hecho único. Más no podía pedir. Con todo había más. Ernesto Cherquis Bialo, subdirector de la revista El Gráfico, especialista de boxeo estaba enloquecido con el equipo estadounidense.

Me llevó a las prácticas y me dijo: "Te presento a un fututo campeón profesional: Ray Leonard". Dio unos pasos y me indicó primero a Michael Spinks; después a Leonard Spinks Jr. En un costado estaba un alto, flacucho, con cara de niño. Al verme observarlo me comentó: "Es John Tate, pero en su categoría existe ese fenómeno soviético Teófilo Stevenson"

Y Teófilo necesitó apenas 7m22s para ganar los tres primeros combates, entre ellos el de las semifinales con John Tate. La final con el rumano Mircea Simon fue transmitida por la cadena de televisión ABC, cuyo comentarista era George Foreman, oro en los Juegos 1968 y ex campeón mundial profesional. En el tercer round Stevenson desplomó a su rival y Foreman dijo: "Es potente e indestructible. Hará historia en el boxeo amateur, porque nunca dejará de serlo". Y no se equivocó.

La última vez que vi a Teofilo Stevenson fue en Moscú 1980, donde obtuvo su tercer oro consecutivo. Moscú me dejó una sensación de desazón por el inconcebible boicot de occidente. En Los Angeles 1984 fue devuelta esa ofensa y Teofilo, a los 32 años, pierde la posibilidad de luchar por un cuarto oro. Pero aún más en ese horror de los boicots. Cuba no participa en Los Angeles ni en Seúl 1988. Así dos décadas de deportistas son cercenadas injustamente por cualquier punto de vista que se lo mira. Y en el caso de Teofilo aún mayor, porque rechazó millonarias ofertas para desertar y hacerse profesional.