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'Chucky', el verdadero terror de Hirving Lozano

LOS ÁNGELES -- Lo relataba Diego Mercado, uno de los mentores trascendentales de Hugo Sánchez. Había sido una de esas jornadas aciagas, de esas noches negras, de esas persecuciones en las que el Vicente Calderón aguijoneaba, vociferando bestial y racialmente al mexicano: “¡In-dio, in-dio, in-dio!”.

Hugo no encontraba el gol. Y a las gárgolas voraces de la tribuna les habían seducido con que sería el francotirador despiadado del Atlético de Madrid. Por eso, lo torturaban sin derecho a anestesia.

Esa noche, el clan de Hugo regresaba al hotel. Diego Mercado, el suegro de Hugo, Alfonso Pescado Portugal, otro notable entrenador, y la familia trataban de reconfortar al artillero que llegaba con blasones escarchados de gloria con Pumas, tras breve pasaje por San Diego.

A Diego Mercado se le erizaba la piel al recordarlo: “Hugo lloraba de rabia. Hablábamos, pero él no nos escuchaba. Recuerdo que sólo nos miró, de esa forma intensa y nos dijo: ‘¡Basta! ¡Nunca más! ¡Se acabó!’”.

El Clan Hugo creyó que iba a renunciar. No. Fue una declaración de guerra y en efecto, nunca más. Y nunca más se escuchó ese castrante pandemónium: “¡In-dio, in-dio, in-dio!”. De los vituperios a los vítores. De los insultos a las reverencias.

Hugo estremeció su entorno, comentaba Diego Mercado. Lo convulsionó totalmente. En el vestidor y en la cancha. Desde los entrenamientos marcó límites que nadie podía trasgredir. “¡Nunca más!”, proclamó. Y Hugo se encaramó al Everest glorioso de sumar campeonatos de goleo con los Colchoneros y después con el Real Madrid. Pentapichichi.

Recapitular uno de tantos pasajes de Hugo Sánchez sirve para abordar el viacrucis de Hirving Lozano. Ha sido arrojado a las tinieblas. Gennaro Gattuso le puso grilletes en el Nápoli, pero, en realidad, el Chucky es el verdugo del Chucky.

Lozano no interpretó correctamente el tránsito. La mudanza de la Liga de Holanda a la de Italia exigía muchísimo más que las pinceladas gentiles en el PSV Eindhoven. Iba del ballet escolar a la guerra despiadada y apenas se va enterando.

Más allá de la resaca sentimental y anímica que arrastra por colapsos y distanciamientos con sus familiares consanguíneos, el entorno de Chucky Lozano lo carcome de manera inconsciente. Encuentra --y es entendible-- cobijo, mimo, solidaridad, apapacho en su familia política y se agazapa en la comodidad de ese útero de arrumacos escapistas.

Partamos de un principio: Chucky Lozano no es un jugador patarato ni torpe ni con limitaciones técnicas o físicas. Es atrevido, veloz con el balón, resistente, valiente, resuelto y con esa habilidad maliciosa para descoyuntar espinazos con el regate.

Pero, Gattuso no quiere héroes de tira cómica y detesta a los guapos que quieren hacer ficción en la cancha. Estaba visto que si Lozano quería jugar en el Nápoli, debería adaptarse a un nuevo esquema casi marcial y Chucky, está visto, no quiere, porque no puede y porque no sabe.

Desde Pachuca le dieron todas las licencias para jugar al futbol. En el PSV se las refrendaron y Carlo Ancelotti lo llevó a la Serie A para que protagonizara sus propias travesuras con las riendas sueltas.

Gattuso quemó los fracs y repartió overoles y enfadado, el lunes, de cara a la Final de la Copa de este miércoles ante La Juventus, botó del entrenamiento a Chucky Lozano. Que si el martes charlaron y se reconciliaron es teatro guiñol.

Recordemos: Gattuso nunca se había expresado mal de Lozano.

“Es un grandísimo futbolista, si se esfuerza, pronto tendrá su oportunidad”, ha dicho reiteradamente, pero el mexicano sigue borrado.

En momento así, deben llegar los actos de rebeldía. La autocrítica es el espejo más temible, porque es brutalmente sincera, no miente, no engaña, desnuda, recrudece los grandes defectos que el ser humano se niega a aceptar. Mientras más auténtica, más corrosiva…y más útil.

Gattuso no va a salvar al Chucky. Ya demostró que no le interesa. En la Serie A, los entrenadores no tienen tiempo ni ganas de paternalismos. No sienten necesidad ni obligación por acurrucar al hijo pródigo. No van a lamer heridas ajenas.

Es, entonces, el momento para el Chucky Lozano de romper sus propios yugos. Es el momento de, como Hugo, abroncarse consigo mismo y decirse: “¡Basta! ¡Nunca más! ¡Se acabó!”.

Si en su entorno, si su propio apoderado, de exitosas gestiones en los traspasos, no lo aporrean a descarnados y encarnizados “verdadazos” y por el contrario, lo malcrían y apapachan haciéndole creer que el villano es el mundo entero, seguirá en la comodidad de la autocompasión.

Tal vez después de este pasaje, el jugador mexicano sea capaz de aprender a odiarse a sí mismo por lo que no quiere ser, antes que idolatrarse ciegamente por lo que cree que es.

Giovanni Papini sólo tenía pánico a alguien: “Temo a un sólo enemigo que se llama 'yo mismo'”.