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Lionel Messi: cuando El Principito marchitó su rosa

LOS ÁNGELES -- Lionel Messi regresó este lunes a la anatomía perfecta de su felicidad: la cancha. Sació su nostalgia con el perfecto bufón que es el balón.

Y este lunes se plegó a la rutina marcial del entrenamiento. Se vistió de soldado raso, porque la capitanía le abruma: ha preferido siempre ser el primero en desembarcar en las playas de Normandía en el Día D de cada fin de semana con el Barcelona (lo de Argentina es para otro consultorio).

Pero, sobre todo, este lunes, El Principito ha empezado a abandonar la rosa, su rosa. Dicen, sus cercanos, que Lionel Messi lee más libros en mandarín que en español. Es decir, cero. Pero, sin duda, encontraría la obra de Saint-Exupery tan fascinantemente, gemela a su historia de abandono a Cataluña.

“El tiempo que pasaste con tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”, escribe Saint-Exupery en el diálogo entre El Principito y el zorro. Pero, un día, tras encuentros y desencuentros, el personaje abandona la flor. De hecho, con el desamparo, la condena a marchitarse.

Y Messi ha claudicado. Ha llegado la hora de regar por última vez la rosa catalana. Una jornada de diez meses y un purgatorio cada siete días en la cancha. Después, vendrá el desamparo. Marchitarse o no, está en los genes y la grandeza del Barcelona.

Dicho está que esta ruptura se envenena de violencia sentimental en la que la víctima principal no participa: el Barcelona, como equipo, como club, como institución. Messi se envenenó de Bartomeu y Bartomeu se inoculó con el mismo Messi.


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Y se equivoca Leo, porque su repudio ha sido distorsionado. Su conflicto es contra ese personaje reptiliano, cuyo apellido no menciona, y que estigmatiza desde su justificable y hosco encono como “el presidente que nunca me dio bola”.

Y Leo se equivoca, porque Josep María Bartomeu ni está por encima del Barcelona ni es todo el Barcelona. “El presidente que nunca me dio bola” es, apenas, una pústula cancerosa en los trastornos financieros, deportivos, organizativos y morales del club. Su Majestad se lió a golpes con su lacayo.

Ahí, Messi se confunde, y por ahuyentar el perro hizo temblar al castillo. Yerra, al ceñir sus desprecios en un tipo que engendra lo que no es el barcelonismo. Bartomeu se ha convertido en el perfecto traidor, es el Brutus, el Judas, el López de Santa-Anna de la historia reciente del Barcelona.

Y así, el argentino perdió dos batallas. Sólo él puede explicar si fue por no saber pelearlas o por no querer pelearlas, y no me refiero al conflicto legal sobre la cláusula de separación en su contrato, sino al enfrentar a un rival hecho añicos por la opinión pública.

1.- Sin querer, al desertar, Messi engrandeció la ya contrahecha, empequeñecida y mermada imagen de Bartomeu, producto de líos fiscales, inversiones fallidas, investigaciones sobre desvío de recursos, fracasos deportivos y otras lindezas.

Era el momento de decir: “Él o yo”. Pero Messi le dio más importancia al tipo agazapado que al esplendor histórico de la institución.

2.- Su mensaje había sido embadurnado maliciosamente de mezquindad. Por querer herir solamente al paria de Barcelona, Leo se equivocó de estrategia y terminó hiriendo a los genuinos del Barcelona, en especial, a una afición que le arrulló, paciente y devotamente, durante 20 años, desde la cuna hasta el clímax.

Y en la manipulación de sus palabras e intenciones, por elegir el recato, permitió a Bartomeu germinar el recelo, la desconfianza, la preocupación, el sentimiento de abandono, de desdén, de relegamiento y ninguneo entre el cuerpo técnico, la afición, jugadores y uno que otro directivo, que los hay, de buenas intenciones.

Afortunadamente para el club y sus seguidores, y para sus advenedizas lacras, y ¿desafortunadamente? para Leo, estos diez meses, este purgatorio semanal, obligan a Messi a ser el mejor Messi de la historia. A ser Leónidas sin sus 300 espartanos.

Porque el argentino seguramente querrá que lo recuerden tanto por su último año como por el primero. La lealtad es la obsesión más enaltecedora de la nobleza, del agradecimiento.

Sí, El Principito deberá cuidar su rosa antes de desampararla. Porque el tiempo que en estos diez meses le dedique la hará tan o más importante que durante los 20 (o 19 al menos) maravillosos años anteriores.

Y tal vez, al tiempo, si alguna vez alguien le roba una tarde de videoconsola a Messi jugando al FIFA 20, y le hace llegar una copia de El Principito de Saint-Exupery, encontrará este fragmento: “Debí haber juzgado mi rosa por sus actos (Barcelona) y no por sus palabras (Bartomeu). Me perfumaba y me iluminaba (…) Perfumaba mi planeta”.

Pero, hoy, es tiempo de que El Principito empiece a marchitar su rosa.