LOS ÁNGELES -- Chivas gana por 2-1. Un triunfo miserable, roñoso. 60 y tantos minutos con un hombre más. ¡Y ante Mazatlán! O como lo trolean en redes sociales, Mazaflán.
La victoria anestesia, narcotiza, emboba. Cierto, el Guadalajara necesitaba ganar después de su paupérrima y humillante mansedumbre ante el América. Pero es un triunfo que empobrece, que avergüenza, que envilece.
Encima, el arbitraje tiene otro ataque de cómplice mezquindad. Expulsa a Mario Osuna del Mazatlán al 31'. El penalti es marcado correctamente, pero la segunda amarilla no procedía. Cierto, más adelante, perdona, con la conspiración y la miopía de los sicarios del VAR, y le roban un genuino penalti al Rebaño, tal vez para lavar la estulticia previa.
Pero deben dolerle a la afición de Chivas estas dos exhibiciones lamentables. La sumisión servil ante el América, primero, y ahora esta actitud pusilánime, acobardada, de proteger a muerte la ventaja del 2-1, cuando el adversario estaba aniquilado moral, numérica, futbolística y físicamente.
Sólo había algo más grande en la cancha del Estadio Akron que el pánico de los sinaloenses de que Chivas se le fuera encima, y era precisamente el terror de Chivas por írseles encima. Al final, sin embargo, pudo más el pavor rojiblanco.
Alexis Vega volvió a ser el jugador rescatable en Chivas, mientras que J.J. Macías exorciza sus demonios al cobrar certeramente desde el manchón, luego de las dos pifias previas, evidentemente estigmatizadas ambas por la displicencia.
En tiempos de miseria, a algún sector poquitero de la afición de Chivas debe parecerle un banquete el triunfo porque, al menos, salen de ese purgatorio doliente de las burlas en el que lo metió el tropezón ante el América. Se untan alcohol –o vodka con tamarindo–, para ocultar el cáncer interno.
Porque Guadalajara estaba obligado a ir por más, especialmente cuando Mazatlán le entregó la cancha, le entregó el balón y se resignó prácticamente a alguna otra embestida arbitral, que no llegó, a pesar de una falta sobre Aristiguieta en la frontera del área y que se negó a marcar Adonaí Escobedo.
Estaba obligado el Guadalajara, por contar con ese hombre de más, porque ya tenía la ventaja en el marcador, por la evidente superioridad en plantel, por la diferencia en el historial del entrenador, por jugar como local, y porque un triunfo así, de esta manera, cicatero, insisto, roñoso, desluce la victoria misma.
Mazatlán pegó primero. Un mal rechace de Raúl Gudiño, mientras Hiram Mier andaba en las nubes, y habilitó a cuatro delanteros, mientras sus compañeros salían para provocar el fuera de lugar. Y con semejante obsequio, Nico Díaz no perdonó.
Chivas empataría con un cabezazo espectacular de Jesús Molina, quien será sometido a exámenes este domingo, con riesgo de una lesión severa. Tal vez eso rescate ese extraño y sospechoso confinamiento que embarga a Fernando Beltrán. Macías sirvió el 2-1 con un cobro impecable desde el manchón fatalista, aunque dejó ir dos oportunidades inmejorables encarando al arquero Sebastián Sosa.
Después, ambos equipos jugaron con miedo. El mastín rojiblanco estaba aterrorizado ante el destentado, encadenado y aterido chihuahueño mazatleco.
Alguna vez Jorge Vergara, tras un revés, dijo que “hay derrotas que enaltecen”. Hoy, seguramente diría que también hay victorias que avergüenzan y denigran.
Pero, son otros tiempos, otros criterios, otros valores en Chivas. Victorias como éstas podrían desencadenar una caravana carnavalesca por La Minerva, con Amaury Vergara al frente de ella. Así de miserables estos tiempos...