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Sí, si falta usted no habrá milagro...

LOS ÁNGELES -- Le robo la frase a Serrat de su Canción Infantil Para Despertar una Paloma: “Pero, si falta usted no habrá milagro…”.

Venturosa la pandemia, que en medio de su desventurada, dolorosa, estrujante, sobrecogedora y luctuosa fatalidad, nos trae futbol todos los días. No se malentienda: no inmortalizo su estela de muerte, sino esas pequeñas y fugaces luminosidades con destellos de esperanza desde la infinitesimal trascendencia de una cancha de futbol. “Pero, si falta usted no habrá milagro…”.

Por la bendición de este oficio, hago del futbol un acto de glotonería. Futbol todo el día todos los días. Y a cada gol, ese momento sublime, de clímax, aunque brutalmente se perciba, enseguidita nomás, la castrante soledad absoluta, porque, sí, si falta usted no hay milagro.

El Ave Fénix resucitó preñada de goles. El futbol reencarnó con una prodigiosa desesperación por escandalizar los marcadores. Y desfilan ahí, en ese patrimonio verde de la gloria, quienes ejercen la potestad del gol, ya sea por calidad, por accidente, por fortuna, por perseverancia o hasta por torpeza. Todos cuentan.

Y desfilan ahí, ellos, los contestatarios del gol, ante la generosidad de una cámara de televisión, esa retina cósmica. Y contraen el rostro, distorsionan sus caras, oscilando entre el llanto y la carcajada, y abren desmesuradamente sus bocas, como dragones mitológicos, vomitando el veredicto absoluto del gol. “Pero, si falta usted no habrá milagro…”.

Sus compañeros se funden, se licúan en abrazos, como ofrenda de gloria propia, como hurto de gloria ajena. Sin embargo, lo saben ellos, lo percibimos todos, son apenas un placebo para la urgencia delirante de la tribuna. Ellos, los jugadores, también lo saben: si falta usted no hay milagro.

Todo ese regocijo, toda esa exaltación, toda esa exultación del gol, ensordece tanto como el silencio absoluto. Es como si a la sonrisa enigmática de la Mona Lisa la clonaran con la mueca felizmente déspota del Gato Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas.

Porque sí, porque Serrat tiene razón: “Pero, si falta usted no habrá milagro…”. Y no lo ha habido.

Goles, tantos, en la Liga Premier, en la Liga de España, en tantas ligas, y hasta los goles que sufrió este sábado el Llacuabamba, ese equipo de mineros, e intruso mágico en la primera división peruana. Goles, tantos, y que se festejan en los aullidos atroces del confinamiento.

Alemania ya abrió las puertas. España lo hará. Italia duda. Algunas ligas siguen quietas, mientras otras resistieron menos sin el Quinto Beatle del futbol, la afición, justo después del balón, la cancha, los arcos y los jugadores.

Porque sí, porque hieren las escenas. Tras la mágica, atropellada, accidental, suicida o prodigiosa concepción del gol, ese silencio arrogante, aplastante, que encarcela, que recluye el festejo a la nimiedad de unas cuantas gargantas, sin ecos, sin reverberaciones. Ese silencio que se engulle incestuosamente su propia felicidad.

Porque sí, porque si falta usted no hay milagro… Y porque es bueno que lo sepa.

Y se añoran todos. Los que se visten de gala y los que se desvisten al primer gol. Los que festejan frecuentemente y los que viven olvidados por el festejo. Los que tienen el lujo de la tribuna baja y los que se envalentonan a la genuinidad de pagarse el lujo de la tribuna alta.

Y se añora a todos. A los que enferman en la derrota y a los que enferman en la victoria. A los que heredan en vida llevando a sus hijos a ser herederos de una pasión, y a los desheredados que viven en arrumacos con la esperanza.

Y se extraña a todos. A los infatigables que inician un ritual silencioso de fe con una oración porque San Cucufato le enderece las patas a su delantero de empeines torcidos, y a los infatigables que hacen de la tribuna la coreografía monumental de bailes y cantos, que regresan al politeísmo de sus ancestros, venerando a los 11 dioses falibles de la cancha.

Y se extraña a todos. A los que van a implorar su catarsis de cada minuto, y a quienes los acompañan en la indiferencia de sus celulares. A quienes se sienten más entrenadores que esos bobalicones ignorantes que están en la banca, y a quienes ni siquiera conocen a los jugadores, pero se reclutan cada semana bajo la franquicia del desmadre.

Y se extraña a todos. A los que mañana no tendrán para comer, pero hoy sí tienen para ver a su tribu de pantalones cortos, que les vacíe la tripa y les llene el alma. A los que incluso son ciegos, pero tienen a su lado almas nobles, lazarillos grandilocuentes de las emociones del futbol que les cuentan minuto a minuto.

Sí, se les extraña a todos. A los que sufren y festejan en silencio, y a los que sufren y festejan en el tope de la taquicardia, el escándalo y los decibeles. Y a quienes acuden erguidos, por la petulancia evidente de los trofeos de su equipo en las vitrinas, y a los indigentes de la gloria, esos que aún no han podido siquiera descifrar el éxito en el diccionario de la dicha ajena.

Sí, se les extraña a todos. Incluso al vándalo, al desadaptado, al rufián, al malviviente, porque tal vez en la magia del futbol, en la celebración del orfeón del gol, encuentren la reivindicación y la unción de la redención.

Sí, se les extraña a todos, ahí, en la tribuna, a cada gol, porque con el tsunami de la felicidad de unos, y el remanso de la desdicha de otros, se cataliza la perfecta armonía del futbol.

Sí, se les extraña a todos, porque es más verdad que nunca ese trocito de Serrat en su Canción Infantil Para Despertar una Paloma: “Pero, si falta usted no habrá milagro…”.