LOS ÁNGELES -- Cruz Azul recuperó la memoria. Y recuperó el hambre. Y la rabia. Y el talento. Y la efectividad. Y volvió a tener la Cabecita (Jonathan Rodríguez) bien colocada sobre sus hombros. Lo hizo a tiempo, en tiempo, con tiempo.
Domesticó a Tigres en su propia guarida. Con un marcador lapidario: 1-3, con sólo tres disparos a gol, esos mismos que inflaron el marcador, y desinflaron las ilusiones de un felino de angora y su entrenador, al que la directiva, nomás le pide “que trabaje mucho” aunque recolecte cada vez menos trofeos.
Sin embargo, ya se sabe, Tigres es una fiera herida... y marrullera. Y La Máquina ha hecho más grandes promesas... y ha entregado más grandes decepciones. Restan 90 minutos, y en el futbol las hazañas y los fracasos cohabitan incestuosamente.
Pero, Cruz Azul recuperó su arsenal de sangre y fuego. ¿Será que esta vez la Cenicienta del terrible 2020 no se trompique en las escalinatas de la gloria y no pierda la zapatilla? Tres jugadores clave, además de Rodríguez: Luis Romos, Orbelín Pineda y El Piojo Alvarado.
La Máquina no le dio a Tigres capacidad de respuesta. Le entregó el balón, pero no el control. Primero lo sometió en lo futbolístico y después en lo anímico. Y lo más importante: nunca le tuvo miedo. Se atrevió a jugarle al anfitrión en ese terreno agreste, ladino, en esa media cancha donde Ricardo Ferretti anhela resolver los partidos.
El Tuca no cree en variantes y vio morir a su equipo bajo la monótona burocracia de no hacer nada. Cruz Azul le rompió el esquema sin tapujos y sin contemplaciones. Carioca, Pizarro, Aquino y Luis Quiñones habían sido acordonados, obligados incluso a jugar recluidos, y desesperados, en su propio pedacito de terreno. La pelota era suya, pero era un misil desactIvado.
Cruz Azul tuvo un orden absoluto. Fue asfixiante. Se repuso del soponcio al minuto 15, cuando Aquino remata de cabeza en el área y Corona se zambulle por el balón. Se preocupó menos por Gignac y se ocupó más de sus generadores. El francés se quedó sin ubres y Tigres con hambre.
¿Y alguien puede explicar la caprichosa obsesión por el suicidio deportivo que tiene Ferretti? Por qué otro motivo insistiría en dos de las peores contrataciones de su historia, como el taimado, abúlico, despistadísimo Diego Reyes, y un Carlos Salcedo propenso más a la violencia que al futbol.
El resto sería ya control absoluto de La Máquina, despistes ofensivos, incluyendo los de Nahuel Guzmán en el segundo y el tercer gol, sin menospreciar la efectividad de los Cementeros, y de nuevo, las liviandades de la defensa gatuna.
Al minuto 20, Jonathan Rodríguez perdona tras un pase de mariscal de campo de Pablo Aguilar, pero al 30, el mismo Cabecita genera por izquierda, se burla de la burla que es Diego Reyes, sirve al Piojo Alvarado, quien alarga a Juan Escobar. El escopetazo, desviado por Salcedo, hizo titiritar a Guzmán. El 0-1 era mérito de haber hecho que el partido se jugara bajo sus cánones.
Apenas arranca el segundo tiempo, y Tigres encuentra a un Cruz Azul entumido, desorientado. El 1-1 es un cabezazo de Guido Pizarro, gracia a una cobertura infame de Catita Domínguez, quien salta mal, a destiempo, sin la rabia que exigía el momento.
No habría más descuidos de La Máquina. Sólo aciertos. Las estadísticas podrían servir de miserable consuelo a Tigres. Dobleteó en todo a Cruz Azul, pero éste los tripleteó en el marcador. Un 72 por ciento de posesión felina por un 28% de los celestes.
Resolvería La Máquina el juego con el quehacer de Cabecita, quien se encuentra solo, literal y competitivamente, recibiendo el balón ante la bobalicona marca de Diego Reyes, amaga dos veces a Nahuel Guzmán, quien lo acosa, lo vigila, lo contempla, pero nunca se atreve a ir por el balón. 1-2, efectividad absoluta.
Tras las taquicardias de un disparo de Pizarro al larguero, el tiro de gracia llega a los 70. Alvarado de nuevo, mete un balón al espacio casi copado por Tigres, aparece el afanoso Orbelín Pineda, se entrega Salcedo, arrastra a fondo, centra en diagonal hacia atrás, y Luis Romo, en un acto de malabarismo, controla y define, nuevamente, ante un contemplativo Nahuel.
El 1-3 parece, entonces, una historia definitiva. Tiene todo el contorno de un epitafio. Pero, tiene enfrente a un equipo marrullero, taimado, que tiene al impredecible Gignac, aunque, de visitante, si el marcador ya lo hace chiquito, suele empequeñecerse más Tigres.
Y, del otro lado, entre la esperanza y la angustia, Cruz Azul, el de las grandes promesas y de las grandes desgracias.