LOS ÁNGELES -- Él sabía que iba anotar. Él sabía que debía anotar. Había hecho la promesa. Había entregado a un fotógrafo una nariz postiza color azul, color celeste. Ese bellísimo símbolo universal en homenaje al autismo.
Pero, en el magnífico teatro de la incertidumbre que es el futbol, Jonathan Rodríguez no sabía cuándo, no sabía cómo... pero sabía por qué. Le anotaría a Bravos de Juárez y alargaría a 11 los vagones de la racha de triunfos de Cruz Azul. El carrusel de la ilusión celeste arroja humo blanco con su nariz celeste.
Al minuto 89, cuando el cronómetro de lo imposible y lo impensable pone a desfilar los segundos que registran las grandes tragedias y las grandes proezas, apareció él, él quien había deambulado, que se había aislado en la noche cálida de Ciudad Juárez. El hombre bala tenía la pólvora lista.
Había guardado el ímpetu, la rabia, la explosión, la exquisitez, durante 89 minutos. Le sirve Walter Montoya en salida desde el fondo. Jonathan Rodríguez anticipa, y en un guiño controla y da órdenes al balón. Lo pesca en el aire. Hay una brutalidad tierna o una ternura brutal por la forma en que le mete el empeine la pelota, mientras la trinchera de Juárez se desmorona.
Iván Vázquez Mellado estira la osamenta. Descoyunta el esqueleto entero, queriendo alargarlo hasta la dimensión imposible de una hazaña, pero el balón tenía remitente, dedicatoria. Tenía una nariz postiza color azul, color celeste, color La Máquina. 0-1. Victoria once consecutiva. Liderato absoluto.
El técnico celeste habló sobre la onceava victoria consecutiva de Cruz Azul en el torneo.
Sí, el carrusel celeste de la ilusión arroja humo blanco desde el andén de La Noria, ahí, cobrando vida ante el silencio eterno de sus vecinos del Panteón Xilotepec. Sólo han tenido en común una fiesta. Cada 2 de noviembre. Muertos en su propio cautiverio.
Once victorias consecutivas y aún hay resabios. Muestra solidez manifiesta de equipo, y aún el escepticismo provoca salpullido en esos aficionados de piel azul. Liderato absoluto y perduran los refunfuños de “esa historia ya me la sé de memoria”. La nemotecnia del desaliento, de la duda, del resquemor, del rencor.
Pero, los hijastros del 4-0 ante Pumas en la Semifinal pasada parecen haber cortado el cordón umbilical de ese destino, de esos 23 años de grandes desgracias. La #Megacruzazuleada parece haber sido el gran final de las #cruzazuleadas.
Ya se han enlistado los diez motivos para creer en este Cruz Azul, en éste, no en el de sus anales tragicómicos de los 23 años. Y paso a paso, el equipo los corrobora.
Ante Juárez, no fue distinto. Bravos dio su mejor partido del torneo. Ya se sabe, los jugadores eligen los partidos que les convienen para sublimarse y asegurar un año más de contrato. Los fronterizos querían hacer historia, pero sólo serán un apéndice en la racha de Cruz Azul.
La Máquina, este #Shinkansen (tren bala japonés) celeste, salió a la cancha herido de ausencias. Su comandante Luis Romo fue enviado a la hiperbárica. Ignacio Rivero sigue en la enfermería. Orbelín Pineda y El Piojo Roberto Alvarado salieron a la banca.
El equipo sufre, pero no pena ni apena. Sufre, pero combate, impone, neutraliza, dispone. Ya ha pasado antes. Juan Reynoso parece calibrar partido a partido a la que sin duda es la nómina más sólida del futbol mexicano, por encima de la opulencia aburguesada de los planteles de Monterrey, Tigres, América y Chivas.
La noche del viernes, ante un Juárez irreconocible, Reynoso agrega un experimento escalofriante. El Piojo Alvarado termina de lateral izquierdo. El tipo no riposta, no repela. Se equivoca y enmienda. Sufre en los perfiles de la marca, pero muerde, encima. No es el espíritu de Alvarado el que va por cada balón, es el semblante solidario de todo el equipo.
Curioso, porque El Piojo no se rebela ni se desentiende de sus obligaciones, por el contrario, asume que es tiempo de empaparse de sudor, y de sangre y de lágrimas, si es preciso. Y sabe que no está solo. A su lado, a su espalda, y frente a él, hay alguien que cierra filas.
Imagínese Usted a un personaje como Alvarado, que recién había descendido del podio dorado del Preolímpico, y que públicamente es despojado del frac, y vestido del overol, enviado de cambio en el Estadio Benito Juárez, para que eructe el champaña y empiece a tragarse su propio sudor a puro jadeo, marcando a desgraciados tipos, desesperados por reivindicarse como los jugadores de Juárez.
Para hacerlo, hay que tener confianza y fe ciega en el entrenador y en los compañeros. Nadie acepta ser inmolado en el abandono. Pero, Alvarado, como ha pasado antes con Romo, con Juan Escobar o con el mismo Rivero, saben que cada compañero es un ángel guardián.
Con el gol de Jonathan Rodríguez resplandeciendo en el marcador como veredicto inapelable, se vinieron un par de amenazas sobre Cruz Azul. El árbitro César R. Palazuelos quiso agregarle drama y desafiar la osadía de los espectros de las #cruzazuleadas.
La televisión hurgaba en los rostros cementeros, mientras la pelota preparaba su vuelo para el ataque aéreo de Juárez. Tranquilidad absoluta. Concentración. Orden. Nada que ver con aquellos rostros desencajados, trémulos, temerosos, de ese día funesto de la #Megacruzazuleada ante Pumas.
Más allá de la evolución futbolística, laboral, deportiva, gremial, de Cruz Azul, espiritualmente ha desterrado aparentemente esos pasajes tenebrosos, lúgubres, de la desazón, de la duda, de la desconfianza en sí mismos.
El viernes por la noche, en esos parajes finales, en esos momentos cruciales, en esos episodios propicios para #cruzazulearla, el equipo mostró sangre fría. Cero histerias. Cero dramas. Donde hubo humo negro, ahí, en La Noria, en la combustión de los sueños, hoy el carrusel lanza fumarolas de humo blanco. ¿Será?