LOS ANGELES -- El futbolista tiene el poder absoluto. Puede cambiar su historia y la de su equipo. Claro, hay que tener una estatura moral y hormonal para hacerlo. No es apto para eunucos profesionales.
Los jugadores de Chivas pueden tomar el control de su equipo. El problema es que muchos han reptado promiscuamente en su carrera: borracheras, desveladas, indisciplinas, deslealtades, fugas, encuentros clandestinos en bares cerrados por la pandemia en Guadalajara.
¿Quién puede creer en ellos si esos mismos jugadores se descalifican moralmente? ¿Quién de ellos tiene la autoridad para alzar la voz, acaudillar el motín, enfrentar a su entrenador y llegar a un punto de acuerdo sobre cómo quieren jugar y si no hay acuerdo, imponerse al mismo técnico cada 90 minutos?
Porque, si Ricardo Peláez no se atreve a meter orden entre plantel y el entrenador y si a Amaury los genes Vergara le quedan grandes, ellos, los futbolistas, deben cambiar el destino, su destino.
Meses de llamarle el ex Rey Midas y finalmente, la mayoría se ha convencido. Víctor Manuel Vucetich no tiene la solución para enderezar a este equipo mientras tenga torcidos los conceptos que quiere aplicar.
¿Un motín en Chivas? Esa parece ser la solución. Que los jugadores defiendan su reclamo y tomando o no de manera absoluta el control del equipo, encuentren en Vucetich, o en alguien más, un guía táctico que los oriente y respalde, pero no que actúe contra ellos y contra las urgencias del equipo.
Pero, ¿quién está libre de culpa para lanzar la primera piedra? ¿Quién tiene la voz de mando sin haberla manchado de alcohol, indisciplinas, trasnochadas, burdeles, tugurios, pero que, además, lo respalde en la cancha?
El empate ante Santos, el comportamiento y el cambio de órdenes en el segundo tiempo, dejaron en evidencia nuevamente que el desafío ya rebasó a Vucetich. El Guadalajara no es un equipo que deba jugar con miedo. El ex Rey Midas ha hecho de un impúdico pánico su regla de juego.
Ya se había advertido que la actuación de los jugadores de Chivas en el Preolímpico había medianamente reivindicado a Ricardo Peláez, pero que había condenado ignominiosamente a Vucetich. Ante Santos, se ratificó. Los jugadores pueden más, quieren más, saben más, pero no los dejan hacer más.
No se trata de canonizar a los jugadores. Ellos mismos, con su apatía, su abulia, su resignación, su pusilanimidad, se han convertido en cómplices, pero si hoy, Vucetich es más parte del problema que de la solución, es tiempo de medidas drásticas. Insisto, si por algún motivo dudan y tiemblan Peláez y Amaury, es el momento de un atrevimiento por parte de los jugadores.
Hace unas semanas, en Futbol Picante, un referente del futbol mexicano, como Francisco Gabriel de Anda, reconoció que a veces, los jugadores, íntimamente, toman decisiones para enderezar el rumbo de un equipo.
Recordemos dos versiones de Cruz Azul. En el Clausura 2013, los jugadores cierran filas, toman el control del vestidor y conversan con su entrenador Memo Vázquez sobre el recambio absoluto en el equipo. Llegaron a la Final, que terminan perdiendo ante el América, en el mejor de todos los desenlaces de una Liga MX a partir de aquél remate de cabeza de Moisés Muñoz. La sabiduría de un motín.
Durante la gestión de Robert Dante Siboldi, los jugadores de La Máquina echan del vestidor a Víctor Garcés, el cuñado incomodísimo de los Álvarez Cuevas. Le advierten que nunca más se presente ante el plantel. Se amotinan ante una directiva en crisis y concilian con Siboldi el futuro del equipo. Todo marchaba viento en popa hasta que ocurrió esa #Megacruzazuleada ante Pumas.
Ese tipo de amotinamientos ocurren en todo el mundo. Hay casos especialmente famosos. El más reciente, cuando el Nápoli abandona la concentración y provoca después la salida de Carlo Ancelotti, haciendo doblar las manos al presidente Aurelio De Laurentis, quien primero los multó y amenazó y después, los indultó.
El grupo de jugadores se unió en favor de la llegada de Genaro Gatusso y el equipo napolitano levantó.
En el mismo Barcelona, en 1988, se desató el llamado “Motín del Hesperia por el nombre del hotel en el que se fraguó el movimiento. La pésima administración con daño financiero al plantel por parte del presidente José Luis Núñez llevó a los jugadores a una encerrona después de una pésima campaña bajo el mando de Luis Aragonés, con el equipo a 23 puntos del Real Madrid, su rival inmediato a esa sesión.
¿El resultado? La justicia catalana estuvo de su lado y vencieron al Madrid el domingo siguiente, aunque después, como represalia, salió Aragonés por respaldar al grupo y con él, una decena de los jugadores rebeldes en una limpia organizada por Johan Cruyff.
¿Otro motín catalán? Hasta en plena pandemia. Lo desataron Lionel Messi y Gerard Piqué, al grado que terminaron provocando la salida de Quique Setién y a través de sus cuentas en redes sociales, estremecieron la institución hasta que dimitió Josep Bartomeu.
Claro, en Chivas, en este momento, no hay jugadores capaces de asumir el mando de una rebelión con la intención de conciliar con su propio entrenador como los ejemplos relatados.
En el primer caso de Cruz Azul, había tipos como Gerardo Torrado, Chaco Giménez, José de Jesús Corona, Luis Amaranto Perea, entre otros.
De ese corte, en estas Chivas no hay ninguno y claro, ni remotamente comparar con los dos casos del Barcelona o el Nápoli, pero el jugador del Guadalajara, a pesar de sus recurrentes indisciplinas e innoblezas, por la desesperación de ver su carrera devaluada y en declive, al menos por un acto de amor propio y de responsabilidad moral al club, debería intentar emplazar a Vucetich, Peláez y Vergara y si no los escuchan, saben bien que en la cancha, ellos son los dueños de su destino.
Napoleón Bonaparte solía decir que “si la obediencia es el resultado del instinto de las muchedumbres, el motín es el de su reflexión”.