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Una vileza: Bartomeu perdió ganando; Messi ganó perdiendo

LOS ÁNGELES -- Son temas diferentes, pero no inconexos; distintos, pero no ajenos. Hace casi un año, en agosto, el día 25, el burofax irrumpió furtivo y silencioso en las oficinas del Barcelona. Lionel Messi quería abandonar al club.

A veces, el ser humano desata tormentas que después es incapaz de controlar. A veces el ser humano desea tan fervientemente un capricho, incapaz de adivinar el desastre agazapado detrás.

El engendro del burofax, ese 25 de agosto de 2020, terminó siendo el principio del fin y el fin del principio. Imposible saberlo entonces. Inútil saberlo hoy. “Desperté de ser niño, nunca despiertes”, le habría advertido el poeta español Miguel Hernández.

Este domingo en Barcelona, Lionel Messi despertó de ser niño. “El año pasado no quería quedarme… y lo dije. Ahora sí quería quedarme”, explicó en un ceremonial densificado por la tristeza atorada, gutural, universal y compartida.

Aquella fue la tormenta que desató su padre, Jorge, incapaz de controlar, y que hoy humedece los ojos de millones de personas, mientras los hijos de Leo, Thiago, Mateo y Ciro, incapaces de entender el colapso de un club y de una liga, aplaudían tímida e inocentemente, incapaces también de entender cómo aquellos adultos, de pie, durante dos minutos, vitoreaban el impactante y sublime momento de ver a su propio padre gimotear. Despertó de ser niño, nunca despierten.

Messi lamenta su despedida. Todo en ella es aberrante. Lo hace con un traje oscuro, cuando debió hacerlo en una cancha, con la camiseta perfumada de sudor. Se ha ido sin la armadura de toda la vida. Lo hace con un pañuelo recolectando lágrimas y mucosidades, cuando él anhelaba ver revolotear miles de ellos, miles de paños, como compungidas aves de paso, en la tribuna del Camp Nou.

Acostumbrado a alebrestar multitudes, a bendecirlas de felicidad a unas y de amargura a otras, este domingo, Lionel Messi, en la opulencia de la fama, se fue en la frugalidad de un cuartucho, con su familia, sus hoy ex compañeros, y ante tipos olorosos a dinero, con mascarillas, y sin tener el privilegio, el derecho, la urgencia, de sumergirse en el rugido estentóreo de una tribuna. Tantas veces cruzó los portones de la gloria azulgrana, y termina escurriéndose, más solo que nunca, por una puertecita lateral de un salón que termina siendo un mausoleo maldito.

“Ne hubiera gustado irme de otra forma. Despedirme con una ovación en el estadio”, dijo el futbolista, dejando aún un velo de suspenso sobre su futuro con el PSG, que ya alquiló la Torre Eiffel para este martes.

Él no lo sabe y tal vez nunca lo sepa, pero nuevamente mantuvo en vilo al universo barcelonista, en el que algunos todavía esperaban, como feligreses de algún milagro, que Messi les dijeran que no, que todo era una pesadilla, un rumor, un malentendido, una broma de mal gusto.

Pero, en su comparecencia, Messi no ocultaba ningún misterio. Había sido despojado, para ese momento, de su vida misma. Sin balón, sin red, sin cancha, sin marcador, sin tribuna, sin alaridos. Lo obligaron a irse como un paria, en un recoveco de la majestuosa catedral que él ayudo a construir al lado de genios como Xavi, Iniesta y Ronaldinho, o guerreros de sangre como Puyol.

Sólo debe haber un hombre feliz en Barcelona. Josep María Bartomeu debe estar haciendo girar una copa regordeta, aromatizando la tragedia y su victoria, encendiendo un habano, y leyendo y releyendo, el manifiesto parido por el burofax. Perdiendo, terminó ganando. Messi, entonces ganando, terminó perdiendo.

Javier Tebas también tiene las manos tintas en sangre. Bajo el estandarte de querer salvar La Liga, elige la forma más siniestra de aniquilarla. Hay que ser muy tonto para invitar a los buitres a su propio funeral.

Messi lo imputa: “Estaba todo arreglado y por el tema de La Liga no se pudo hacer a último momento. Quería quedarme, hice todo lo posible y no se pudo”.

¿Pudo, quiso, debió hacer más el Barcelona? Joan Laporta asegura que no. Era hundirse juntos o sobrevivir separados.

Cierto, insisto, no hay parentesco entre el burofax del suicidio, y la crisis financiera del Barcelona y de La Liga, pero imposible creer que estén desconectados. Jorge Messi, reitero, desató una tormenta que después fue incapaz de controlar. Su voracidad de hace un año, llevó a su hijo a esta despedida de domingo. Le quiso comprar un carnaval y este domingo hasta los cuervos se vistieron de luto.

Cierto, en aquel momento, hace menos de un año, el burofax era un ultimátum, pero el conflicto no era el dinero, era la desgracia competitiva del Barcelona. Lionel urgía a tener un equipo mejor. Cada fracaso era una llaga. Y estaba harto de esa piel de leproso. Entonces sí quería irse. Tal vez lo deseó con demasiada vehemencia.

Es cierto también: era imposible tratar de negociar de buena fe, con un tipo que como Bartomeu, con el poder absoluto dentro del mismo club, subrepticia y falazmente atentó contra todos los órganos vitales de la institución, dispuesto a extirparlos y venderlos en el mercado negro de su locura y sus ambiciones. ¿Cómo hablar de ensaladas con un carnicero blandiendo un machete?

En su alocución, Messi envió diversos mensajes a la cofradía blaugrana. Pero, sobre todo, dejó en claro, que su hogar, desde los 13 años, es en este momento el ente más urgente de rescatar. “El club es más importante que cualquiera. La gente se va a terminar acostumbrando. Tiene una gran plantilla y vinieron grandes jugadores, al final todo se acomoda”, explicó.

Por lo pronto, este lunes, con el jefe de familia aún como parte de los 197 millones de desempleados en el mundo, el Clan Messi prepara la mudanza a París.

Lionel asegura que tiene hambre de títulos y que quiere superar a su compañero Dani Alves, quien suma 46, tras ganar el oro olímpico en Tokio. Necesita conseguir 11 más con el PSG como cómplice. “Quiero seguir sumando títulos a mi carrera. De paso saludo a Dani Alves, por los Juegos Olímpicos. Voy a intentar pasarlo en títulos. Quiero ir a un club donde pueda competir y seguir ganando”.

Y en Barcelona, ¿quién se atreverá alguna vez a vestir la camiseta ‘10’?