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¡A lo Atlas...! Había que sufrirlo, para vivirlo

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¿Se debió marcar fuera de lugar en el gol del Atlas? (1:23)

La mesa más Picante de México analiza si existió alguna evidencia para anular el gol que le dio el título del Apertura 2021 a los 'Rojinegros'. (1:23)

LOS ÁNGELES -- ¡A lo Atlas...! Sólo podía ser así. En la frontera del drama, entre el agobio de la tragedia y la caricia de la gloria. 70 años de espera, de vigilia, de abnegación. Finalmente, el Atlas ha vuelto a ser campeón.

Una épica estrujada, intensa, guerreada por más de tres horas. Hasta que ahí, desde el manchón siniestro, desde los doce pasos, en ese círculo donde cohabitan el fracaso y el éxito, ahí, en el pesebre bendito de las hazañas, ahí, Atlas ha vuelto a ser campeón.

Un global de 3-3 obligó a colocar el epicentro del desenlace en ese mancha de pintura blanca y de negros augurios. Los espectros del '99 revoloteaban como arpías.

Llegó hasta ahí el Atlas, percudido por la polémica. Aldo Rocha hizo el 1-0, que hacía erupción en el 3-3, con un remate de cabeza precedido de fuera de lugar. El árbitro, El Gato Ortiz, se acurrucó en el pánico y quiso dejar la decisión en el VAR. Y fue. Y observó. Y lo dio por bueno.

Indudable, inexplicable, reprochable, pero, con una injusticia arbitral se le hacía justicia deportiva al que era el mejor equipo en la cancha: el Atlas. Las tomas eran insuficientes. Sólo una verificaba, y con refunfuños y alegatos, el fuera de lugar. De nuevo, el arbitraje decide equivocarse a favor del Atlas.

Pero, antes y después de esa pifia, el Atlas se había adueñado de toda la escenografía: cancha, balón, ritmo de juego, conducta y sobre todo, pareció beberse, atragantarse de ese poderoso, multidecibélico, ensordecedor, embriagante elíxir de esperanza, que escanciaba a borbotones, el cáliz inmenso de brindis que era el Estadio Jalisco.

Antes y después de ese cabezazo de Aldo Rocha, el Atlas se aterraba al ver sus disparos que se estrellaban en los postes, que sacaban escalofríos con memorias de 70 años al larguero, mientras Rodolfo Cota levantaba un cerco modelo Jericó, sin permitir que un gol puro, sin cuestionamientos, se consumara; hasta pareció lanzar un hechizo cuando Zaldívar, sólo, ante la portería desguarnecida, decide entregarle el cabezazo al arquero del León.

Parecía una confabulación perversa. Atlas hacía reverencia al arco, pero la pelota huía de ese concubinato natural con la red. No podían, ni el mismo Rocha, ni Furch, ni Trejo, ni nadie, romper el magnífico dique esmeralda.

Y claro, en la tribuna había delirio, conmoción, asombro, desconsuelo, fe. Porque más de 50 mil aficionados habían roto protocolos, marcado sobrecupos, y habían levantado en armas de la esperanza, la convicción ciega de que sí, de que era el fin, de que 70 años de ayuno, de esclavitud, de frustración, de abnegación, de resignación, eran demasiados.

No lo sabía esa turba rojinegra, ni cuando el gol de Rocha, ni cuando la expulsión tonta de Gigliotti, ni cuando sus jugadores caían víctimas de calambres, no, no lo sabía esa muchedumbre atlista, que la emancipación de los grilletes del sadismo, requerirían aún de muchos minutos.

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1:37
Faitelson considera que es este Atlas campeón no es mejor que el del 1999

David y Héctor Huerta debaten sobre qué equipo tenía más líderes.

Más de tres horas bajo tensión. Porque sí, porque para romper los atavismos, los tabúes, las maldiciones, las herencias perniciosas, era necesario que fuera de una sola manera: ¡A lo Atlas...! Porque sí, porque si no era a lo Atlas, no debía ocurrir.

Y con el asterisco en el marcador, con esa duda amputada e imputada a la justicia arbitral, con ese gol cuestionado, con el 3-3 global, se alargaba a los tiempos extras, cuando los equipos parecían alegrarse de ir al conjuro de ese punto de fusilamiento.

Porque la fantasía y el exorcismo, obligaban a ir de los tiempos extras, al drama. Y éste, con la ruindad del sadismo, maquinó y montó el teatro perverso, pérfido, de que el telón cayera bajo el conjuro delicioso de las odiseas. Sí, como debía ser: ¡A lo Atlas!

Y el futbol, elige a sus héroes de entre sus escombros, de entre las más oscuras de sus jornadas. Camilo Vargas, sacrificado por errores ante Pumas y en la Ida ante el León, se agiganta en los cobros desde el manchón. El arquero colombiano impidió otra c-Atlás-trofe.

Y en esos renglones torcidos de la crueldad, dos símbolos del León, Fernando Navarro y Luis Montes, terminan bebiendo de la pileta amarga del error.

Julio Furch merecía ser el héroe secundario, detrás del redimido Camilo. Su primer torneo lo vivió entre el quirófano y la rehabilitación. Este Apertura 2021, en el último cobro, pasa a la historia, para sentarse ahí, en el Olimpo famélico del Atlas, al lado del Tico Edwin Cubero, el hombre que también desde el manchón, dio el primer título a los Rojinegros, aquel 22 de abril de 1951.

La Fiel, dejó de ser La Aflicción. Una lealtad suprema, que se resume en esa frase que coleteaba con resignación cada torneo: "¡Le voy al Atlas hasta cuando gana!". Y en su euforia, una exclamación festiva sin más onomatopeyas que la risa y el llanto, deberá reinventarse. No es fácil saltar, en una noche, del nunca jamás, al siempre infinito.