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El Atlas de Guardado, la explicación de lo inexplicable

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¿Cuánto le duele a las Chivas el título del Atlas? (2:10)

Rafael Ramos y Jorge Pietrasanta se enfrascan en caliente debate sobre lo que el título para los rojinegros provocó al interior del Rebaño Sagrado.. (2:10)

LOS ÁNGELES -- “Si te lo explico, no lo entenderías”. Reflexiona así Andrés Guardado ante la cámara del Real Betis. El atuendo lo depura todo: enfundado en una camiseta del Atlas, habla de esas sensaciones estremecedoras, vividas en la madrugada del lunes en España, viendo a su equipo madre e incubadora emerger a la gloria luego de 70 años en el limbo.

“Si te lo explico, no lo entenderías”, ratifica Guardado, en la firma final de ese video. Es la mejor explicación de lo inexplicable de ser Rojinegro.

La maravillosa resaca de este Atlas campeón ha llenado las redes sociales de poderosas manifestaciones. Un universo narcotizado por 70 años de fracasos. 22 años sin asomarse, sin husmear al menos en el paraíso de una Final de la Liga Mx.

Desfilan videos tan fascinantes como emotivos. Personas que estuvieron in situ en el primer campeonato del Atlas. Que atiborraron ese 22 de abril de 1951 el Parque Martínez Sandoval. Seres que hoy, en esa confabulación despiadada de la vejez, transpiran, jadean, sufren, para asociar movimientos e ideas.

Familiares que les repiten, unos musitando y otros a gritos, que el Atlas es campeón. Algunos de esos tercos rojinegros esclavizados a sillas de ruedas; otros, postrados en cama, y otros más con un vigor sorprendente, reciben una carta llena de amor y de épica, con 70 años de retraso, porque anduvo rebotando en buzones de clubes ajenos.

Al menos, en la vida de esos octogenarios y nonagenarios, como en el libro de James Cain, “el cartero siempre llama –al menos–, dos veces”, con la epístola legendaria de que el Atlas es campeón.

Si el mismo Andrés Guardado se lo confesó a Héctor Huerta –“de rojinegro a rojinegro”– en charla para ESPN, ¿qué dirán esos atlistas con las arrugas de 70 años en el reclusorio de la espera, la abstinencia y la vigilia? “Ya me puedo morir en paz”, reflexionó el jugador, quien revela que a los seis años entró en busca de un sueño, y permaneció en el Atlas hasta ser transferido en 2007 al Deportivo La Coruña.

Hay un asombro general por el Tsunami Rojinegro que embistió Guadalajara. Estaban ahí, en su personal y –llamémosle así– delicioso martirio. El cautiverio de la fe. La exclamación de Ney Blanco de Oliveira era ese amparo, ese ritual, ese bálsamo de paciencia y abnegación, y también de esperanza: “Le voy al Atlas hasta cuando gana”.

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1:23
¿Se debió marcar fuera de lugar en el gol del Atlas?

La mesa más Picante de México analiza si existió alguna evidencia para anular el gol que le dio el título del Apertura 2021 a los 'Rojinegros'.

Era, el del Atlas, un fanatismo paciente, abnegado. No hay mal que dure 70 años, pero sí hay cuerpos que lo resisten. La parentela, la prole de sangre rojinegra, es de esa estirpe.

Personajes mediáticos en medios de comunicación desempolvaron su filiación atlista, además del mismo Héctor Huerta, quien muchas veces debió pagar su boleto de entrada para cubrir los juegos del Atlas, porque Clubes Unidos de Jalisco lo vetó y le negó la acreditación. “Porque amores que matan nunca mueren”, explicaría Joaquín Sabina.

Y en esa pasarela de sublimación y sublevación de sentimientos, David Medrano recibe el privilegio de narrar el penalti letal de Julio Furch, quien se encarama así al escueto Olimpo del Atlas, donde despacha el tico Edwin Cubero. Enrique Bermúdez y Pedro Antonio Flores aparecen desgañitándose en ese fervor por La Furia, desde su palco de transmisiones en el Estadio Jalisco, en esa emancipación de la feligresía del septuagenario vía crucis rojinegro.

Y no hay fiesta sin festín. La gula colapsó negocios. Tipos atrevidos que prometieron dar de comer gratis si el Atlas era campeón, vieron cómo sus negocios se llenaron de parroquianos, mientras se vaciaban sus bodegas. Irónico que hasta seguidores de Chivas comieran bajo el cobijo del triunfo del enemigo. En México es un dogma: “A la gorra (gratis), no hay quien corra”.

Andrés Guardado asegura que “si te lo explico, no lo entenderías”. Tal vez él mismo no lo entiende. #LaAflicción del Atlas no entra en los parámetros del fanatismo. Tal vez escape incluso a sociólogos y a psicólogos. Para Freud y Jung sería como un Cubo de Rubik.

Sin paralelismos reales, pero el mismo Sabina, irredimible colchonero, da una pista a Andrés Guardado de ese sentimiento: “Para entender lo que pasa/ Hay que haber llorado dentro/Del Calderón, que es mi casa/O del Metropolitano/Donde lloraba mi abuelo/Con mi papá de la mano...”.

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Faitelson considera que es este Atlas campeón no es mejor que el del 1999

David y Héctor Huerta debaten sobre qué equipo tenía más líderes.

¿Cómo puede alguien explicar que niños y adolescentes, hasta antes de este tan Guadalupano 12 de diciembre de 2021, podían reclutarse fiel y abnegadamente en un equipo cuyos padres y abuelos, no habían visto besar el cáliz de la Liga MX? Los sibaritas del estoicismo futbolero.

En la niñez, en la adolescencia, se buscan superhéroes, invencibles de ficción, con capa escarlata o en forma de alas de quiróptero y que trepan por las paredes o lanzan un escudo multicolor. Pero no se elige a un perdedor. Ni los perdedores eligen al perdedor. Y Atlas, durante 70 años, era el epítome de la derrota.

Y sin embargo, este domingo en el Estadio Jalisco, la coreografía de la tribuna tenía la identidad más maravillosa que invoca el futbol: la familia. Niños, adolescentes, adultos, ancianos. Y no es que ellos eligieran al Atlas por perdedor, sino que eligieron al Atlas irreductible, al guerrero, al combatiente, al testarudo, al soñador, al desamparado. Son como un ejército de salvación. Humanistas del futbol.

Al final, pues, debe quedar claro para Andrés Guardado y todos los rojinegros, y tantos rojinegros, que esa pasión insalubremente maravillosa por el Atlas, existe para estremecerse con ella, para sentirla, para colapsarse cada 70 años.

En términos de García Márquez, la devoción por el Atlas hay que “vivir para contarla”, y no necesariamente para explicarla.