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Chivas y Alexis, tan cerca de merolicos y tan lejos de su historia

LOS ÁNGELES — Algunos, pocos, lo intentan. Alexis Vega es un león rodeado de hienas. Roberto Alvarado puja. El Conejito Brizuela se desespera. Fernando Beltrán se asfixia.

¿El resto? Parásitos del salario, rémoras de la quincena, chacales bajo sueldo. Eso es Chivas.

1-3, humillados ante unos Tigres que pasaron de implacables e impecables en el primer tiempo, a perezosos, piadosos, y ninguneando a su adversario en el complemento.

Pero, la ridiculización del Guadalajara no es culpa sólo de los jugadores. Ellos son, apenas, los artesanos de estupideces ajenas.

Cito, de nuevo, a Juan Rulfo en su bellísimo cuento Diles que no me Maten: “Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar, está muerta”.

Sí, Chivas tiene las raíces podridas, purulentas, putrefactas. No hay tierra fértil entre sus dirigentes, acaso páramos agusanados, donde sólo crece la desgracia y una eventual mentira, como ante Juárez y su catálogo de la decrepitud táctica de Ricardo Ferretti.

Y después, en su entorno, sólo se generan contaminantes, bufidos tóxicos, con los humos, el hollín que escupe el embaucador parlanchín que en las conferencias de prensa recita de memoria frases clásicas del futbol. Las guacamayas también vomitan lo que no entienden, pero, al menos, ornamentan con su plumaje.

Amo de la locuacidad y la cháchara, Marcelo Michel Leaño, con un léxico perogrullesco que compite con merolicos de alta escuela de Tepito, monta Castillos en el Aire, invadiendo y contaminando las frágiles, pizpiretas y bobaliconas cabecitas de algunos #ChillaHermanos.

En tanto, el equipo se colapsa entre la confusión, el desorden, la improvisación, la demencia táctica de su entrenador, y mientras quedan pasmados durante los primeros tiempos, en los complementos, a pura desesperación, arrepentimiento y chiripazos, intentan recomponer el caos de los 45 minutos iniciales.

Cierto, los jugadores tienen un pobre rendimiento. La mayoría se apega a ese estándar, a ese estigma, a esa clasificación peyorativa que eternizó Jorge Vergara alguna vez para colgarles como una piedra al cuello: “¡Niños caguengues!”. Y sí, ya se dijo, que, seguramente, experimentó con esa expresión, empezando en su casa. ¿O no Amaury?

Dicho está que muchos de estos jugadores no son dignos de vestir la camiseta del Guadalajara. La deshonran, la humillan, la percuden con la indignidad de su pachorra y pusilanimidad, eso sí, generosa, puntual y millonariamente pagadas.

Lo de Alexis Vega, queda claro, es un grito de auxilio, es un grito desesperado, para que alguien lo rescate entre la podredumbre emocional de la mayoría de sus compañeros. Teme que el pantano se lo trague y sin permitirle el último trago de vodka con tamarindo.

¿Tigres? Decepcionó. De un primer tiempo soberbio, dominante, a pesar de un Judas infiltrado en su área (Diego Reyes), pasó después a la modorra, a jugar de perdonavidas y a desinteresarse del adversario.

El mayor insulto de Tigres a Chivas no fue el marcador, fue el menospreciarlo, porque ni siquiera alcanzó para el desprecio. Terminó exhibiendo flojera, porque el adversario rojiblanco fue menos complicado que un interescuadras.

Imagínese que dos de los jugadores felinos más cuestionados, brillaron con sendos pases, como Florian Thauvin y Sebastián Córdova, entrando de cambio. El golazo de media tijera o casi chilena de André Pierre Gignac merecía un mejor marco, un mejor rival y un mejor escenario que el tristón Estadio Akron.

¿Mejores noticias para el Guadalajara? No las hay. A menos que Ricardo Peláez está aplicándole a Amaury y a Leaño aquello de “dale al tonto una cuerda, que con ella se ahorca solo…”. Tal vez ya tiene un Plan B y un tractor, por aquello de que “el tractor sustituye a los…”.

De no ser así, disfruten a Juan Rulfo: “Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar, está muerta”.