LOS ÁNGELES -- Si usted no hubiera visto el Clásico 220 y solo hubiera escuchado las reacciones después del juego, incluidas las de los jugadores, directivos y analistas, tal vez se hubiera confundido y hubiera pensado que el Guadalajara derrotó al América.

"El mejor partido de Chivas en el torneo" dijo uno.

"Indudablemente no merecía perder" dijo otro.

"Hoy perdiendo ganamos" agregó uno más.

Y posiblemente tienen razón. Pero si tienen razón, entonces Chivas, ahora sí, está cerca de tocar fondo.

Hay una vergonzosa celebración al "echarle ganas".

El esfuerzo extremo es una obligación de cualquier futbolista profesional, no una opción. Mucho menos un motivo de premio o halago.

Que el Guadalajara haya sido más agresivo que el América no garantizaba ser suficiente para ganar el juego, como se confirmó al final.

Y lo peor de todo es que aún con pasajes de mejor rendimiento futbolístico "los mejores de todo el campeonato" Chivas perdió el juego.

Los arbitrajes son anécdotas del fútbol desde que se inventó. Y si realmente hubiera existido una consigna para afectar al Rebaño, Fernando Guerrero -de paupérrima labor- no hubiera expulsado al irresponsable de Paolo Goltz, ni hubiera salido con la gracia de agregar 7 minutos al tiempo cumplido.

Acabó agregando 8:05, por cierto.

El América no ganó el Clásico por favor del Árbitro.

El América no ganó el Clásico por haber sido un equipo poderoso, superior, generoso.

El América ni siquiera ganó el Clásico por haberle "echado más ganas".

El América ganó el clásico porque enfrente tuvo a un equipo muy mediocre.

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Mauricio Pedroza

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LOS ÁNGELES -- "Ni un minuto más" fue la instrucción que recibimos cuando el personal de prensa de los Lakers confirmó a ESPN que Kobe Bryant había accedido a dar una entrevista uno a uno. No nos resolvieron nuestra principal duda: en qué idioma sería la entrevista.

No es un secreto que Kobe habla un casi perfecto español, pero tampoco es un secreto que no se siente muy cómodo haciendo declaraciones públicas en un idioma distinto al inglés.

Cada entrevista es una experiencia singular; pero cuando de frente está uno de los mejores jugadores de toda la historia, uno de los iconos mundiales de los últimos 20 años la vivencia completa es tan impactante que los detalles alrededor de las preguntas y respuestas son indelebles.

En un salón de eventos del mejor hotel de Denver está sentado Chauncey Billups, ahora analista de ESPN, que iba a saludar a su amigo, e inmediatamente llega Michael Wilbon, el periodista de ESPN en inglés que también lo entrevistaría.

Kobe tarda más de 10 minutos en llegar y lo primero que llama la atención es que ese monstruo de la duela es más delgado de lo que parecía.

Camina lento, viste pants que se ven muy cómodos, calza tenis Nike de su línea comercial desabrochados y se ven bastante nuevos. Su sortija de casado tiene un brillo inevitable de advertir. Barata no es.

Abraza a Billups y este le presenta a su pequeña hija. Con Wilbon se repite la dinámica solo que al final lo toma por el hombro y se dirigen a las sillas donde hará la entrevista.

Me quedé sin saludarlo. No creo ni que me haya visto. Ya tendré mi oportunidad.

Mientras contesta, capta mi atención lo distendido que se ve, la estaba pasando bien, tenía ganas de hablar y mientras pongo atención a más detalles saludo al encargado de prensa de los Lakers; le agradezco por la gestión y el tiempo y me sorprende con un "Kobe está muy emocionado de hacer tu entrevista".

Ajá, entonces es posible que hable en español.

Esa posibilidad pasó a ser una realidad cuando al terminar los 13 minutos con Wilbon le pregunta "¿qué sigue en tu día?" "La entrevista en español con ESPNDeportes", le contesta.

¡Ajá!

No perdí tiempo en acercarme y presentarme. Extendí la mano para saludarlo y le dije "Mauricio Pedroza, ESPNDeportes". Como respuesta obtuve una fantástica pronunciación de mi nombre y un tirón que se convirtió en un abrazo seguido de un "mucho gusto amigo, dame un minuto y empezamos".

Cuando nos dedicamos a este negocio en teoría deberíamos dejar de irle a algún equipo, dejar de "admirar" a los deportistas para trabajar con ellos. O sea, debemos dejar de ser fanáticos. Algo que a mí, la verdad, pocas veces me ha importado.

No quiere decir que vaya pidiendo autógrafos y fotos por el mundo --eso ya raya en la falta de ética-- pero no quiere decir que no me pueda emocionar por el encuentro con un jugador al que crecí admirando, de quien tengo su jersey, que he pagado por ver jugar y al que siempre quise entrevistar.

Y si de plano está mal emocionarse por eso, ME-VA-LE.

De la entrevista se pueden destacar muchas cosas sobre lo que dijo, pero yo me quedo con CÓMO dijo las cosas.

Kobe Bryant vive una paz interna que le hace disfrutar la vida de otro modo, hasta las entrevistas. Antes de empezar a grabar me dijo que tenía un poco de miedo por hablar en español, nunca lo había hecho en ese formato. Le ofrecí que si no se sentía cómodo podíamos continuar en inglés.

Bryant la pasaba bien, pero yo la pasaba mejor.

Tal vez por temor a no enviar correctamente su mensaje en forma verbal, fue extremadamente enfático en sus manifestaciones corporales. No dejaba de gesticular, se involucraba con los brazos, con la sonrisa con los ojos en cada pregunta y en cada respuesta. Como si estuviera driblando y preparando un tiro de media distancia.

Cuando hablamos de sus lesiones, golpeaba su palma izquierda con su puño derecho; cuando hablamos del sexto título, rechinaba los dientes; cuando hablamos de su deseo de seguir jugando y saber que su cuerpo no se lo permite más, bajó la voz, se inclinó hacia el frente y juntó las manos con una insoportable resignación.

Su insuperable afán por ganar, ese que le costó perder amigos, ganar enemigos y una polémica reputación, se ha ido. O por lo menos ya no lo exhibe. Aún y con esa ausencia, su halo contagia como ningún otro atleta al que haya conocido.

Cuando dejamos de grabar, se recargó con fuerza en la silla y exhaló: "espero que la gente me entienda", me dijo. Le volví a extender la mano, le agradecí el tiempo y la buena onda para contestar. Volvió a replicar con un abrazo y un "gracias a ustedes, nos vemos pronto".

Si en la TV y en la duela Kobe Bryant despide una vibra ganadora, un deseo sin límites por ganar, una obsesión por cada segundo y cada centímetro de la vida, en persona lo confirma con una gran diferencia: lo hace con una sonrisa y una paz que no le conocíamos.

Fueron 10 de los mejores minutos en mi carrera.

Diez minutos para conocer a Kobe Bryant que, por cierto, duraron 18.

Gracias, Kobe.

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Mauricio Pedroza

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#Caixinhismo

FECHA
02/06
2015
por Mauricio Pedroza

MÉXICO -- Hacía mucho tiempo que no me pegaban un grito así en el trabajo. En ese momento no lo entendí pero al final estaba justificado.

Uno de mis jefes llegó a exigirme que no hiciera más la "broma" de llamar el "Técnico Caipirinha" a Pedro Caixinha.

Lo dije antes de ir a una pausa comercial ante mi molestia -en cierto sentido- de que un club mexicano con buenos recursos como Santos haya apostado por un entrenador extranjero, desconocido, que no había ganado nada hasta ese momento, en lugar de dar la oportunidad a un técnico nacional. Vamos, me envolví groseramente en la bandera. Al final del día SportsCenter es un programa que permite ciertas libertades editoriales.

Par de años después, Pedro Caixinha ha dejado de ser un desconocido, tiene dos campeonatos y da la oportunidad a jóvenes mexicanos en muchas áreas de la gran empresa que administra llamada "Club de Futbol Santos Laguna". Seguirá siendo extranjero, pero conoce y entiende este futbol mejor que muchos mexicanos.

Es una empresa porque así la gestiona, es un C.E.O. con magníficas capacidades técnico tácticas, diseña planes a corto, mediano y largo plazo, es un brillante director de Recursos Humanos y fue capaz de digerir la voracidad financiera de la liga vendiendo caro y comprando barato.

Sus horarios no son los convencionales de un entrenador de futbol de este lado del mundo. Llega primero que todos y es el último en irse. Casi casi podría checar tarjeta, cumple sus ocho, diez o las horas que sean necesarias en su espacio laboral. Disfruta por igual la cancha que su sala de videos, una especie de laboratorio en donde con sus auxiliares -Gerentes, Directores o cualquier otra denominación empresarial- estudian qué es lo que su competencia hace bien para limitarlo y qué hace mal para explotarlo.

Pedro Caixinha no está casado con ninguna escuela de pensamiento futbolístico a la que el futbol mexicano hubiera estado familiarizado, pero no tiene que ver con jugar con línea de 3 o 4 defensores, achicar los espacios, jugar por fuera, no. Puede jugar de cualquier forma que cada partido le presente.

El futbol mexicano no estaba familiarizado con la escuela de pensamiento futbolístico que desde ahora podemos bautizar como el #Caixinhismo, que no es otra cosa más que tomar al toro por los cuernos (necesitada referencia a su pasado como forcado) de principio a fin. De abordar la dirección técnica de un equipo de futbol no con un silbato y un pizarrón, sino con todos los recursos humanos, tecnológicos e infraestructurales que una institución como Santos es capaz de ofrecer.

Así que desde aquí el reconocimiento para usted, Pedro Caixinha, por sus métodos; un agradecimiento por atreverse a hacer el futbol mexicano más profesional; una felicitación por su título de liga.

Y una disculpa por haberlo llamado Caipirinha.

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Mauricio Pedroza, Santos

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MÉXICO -- El comisionado más punitivo en la historia del deporte norteamericano está echado contra su zona de anotación. Es primera y gol desde la yarda dos.

No es claro quién tiene el balón o incluso qué va a pasar cuando --inminentemente.- anote.

Ray Rice golpeó y humilló a su pareja. Adrian Peterson golpeó con una vara a uno de sus hijos hiriéndole y cortándole la piel.

Y la mariguana, para la NFL, no es tanto así como una droga.

En esta semana no ganó nadie. Perdieron muchos, casi todos.

Perdió el Comisionado, Roger Goodell. Porque no importa qué resulte al final del caso Ray Rice, su credibilidad ha sido maculada eternamente. Y en un puesto como el suyo, la credibilidad es como el aire para respirar.

Perdieron los equipos. No sólo los Ravens. Porque sus políticas para vigilar que sus jugadores adecuen su conducta a los lineamientos que ellos mismos aceptaron en el contrato colectivo de trabajo no sólo es de "laissez faire, laissez passer". Encubre, tolera y disuade a los infractores de quienes ejecutan su cumplimiento.

Perdieron los jugadores. Porque a partir de ahora cada movimiento en falso, cada paso, será vigilado por un escrutinio público filoso. Dispuesto a destruir cuanta carrera sea necesaria con tal de velar por los valores básicos, intrínsecos de cada sociedad.

Perdió la liga. Y no perdió dinero, que es lo que a la larga le atañe con prioridad (y no es que eso esté mal). Perdió porque nuevamente sus miembros son disociados con los valores naturales del deporte.

Y perdimos nosotros, los aficionados. Porque una vez más tenemos que soportar las incesantes críticas al fondo y forma que justifican nuestro pasatiempo favorito. Que es más que un pasatiempo. Pero esta semana se nos redujo el armamento para defenderlo.

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NEW YORK -- La que muchos pensaron que sería la historia más grande del Súper Bowl XLVIII ha sido todo menos eso. No hay historia.

La palabra que Peyton Manning más ha escuchado en estos días (además de Omaha) es legado. Nunca fue un tipo que fuera conocido por esquivar a los defensivos rivales, pero para esquivar las preguntas sobre el tema, nadie como él.

"El legado se escribe cuando tienes 70 años, no cuando tienes 38", dijo Peyton ante la centésima referencia a su herencia emocional cuando se retire. Es obvio lo que nos quiere decir, pero es más obvio que lo tiene estudiado y sobre todo asimilado.

Siguiendo toda esta semana a los Broncos de Denver me di cuenta que están disfrutando más esta semana que los Seahawks de Seattle. Se alejaron de todos los temas polémicos que han rodeado al juego grande: entrenaron sin problemas al aire libre desafiando al frío y al viento, no tuvieron a ningún jugador que se metiera en problemas por lo que dice y, mucho menos, tuvieron a alguno que se ofuscara por lo que no dice.

La están pasando muy bien. Tal vez anticipando lo mal que la pueden pasar adentro del terreno de juego.

Denver llegaba al Súper Bowl con la carga de haber tomado decisiones que tenían una pronta fecha de caducidad. Las mechas de esas bombas de tiempo son tan cortas que su momento de explosión se acerca. Pero pueden ser desactivadas si, como hace 15 años, terminan levantando el trofeo Vince Lombardi.

Porque los dueños acreditarán la implosión que provocaron cuando llevaron a John Elway.

Porque Elway justificará el "ganar ahora" que significaba apostar por un mariscal de campo que tenía cuatro operaciones de cuello y que no podía lanzar un pase decente de 15 yardas como admitió esta misma semana Eli Manning.

Porque John Fox justificaría su nombramiento cuando, para varios, su carrera había terminado. Uno de ellos era su corazón.

Y porque Peyton Manning habrá quitado de una vez y para siempre las palabras escritas entre paréntesis en el enunciado: Peyton Manning es el mejor mariscal de campo de la historia (en temporada regular).

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