LOS ÁNGELES -- Semana de Clásico Nacional. Las miradas ansiosas recorrerán la cancha y los escalofríos perturbadores sitiarán ambas porterías. Un Clásico de manos torpes.

Chivas tiene dos arqueros de manos inseguras, mentes distraídas y egos monumentales. América tiene un estupendo atajador, pero sale menos de casa que octogenario en esta pandemia. Y a cada balón que surca el espacio aéreo de sus áreas, sus compañeros tienen espasmos y taquicardias.

Víctor Manuel Vucetich parece abuela de arrabal: parcha sobre parche, y el equipo sigue con un boquete. Juega al albur semana a semana. Vale decirlo: Toño Rodríguez y Raúl Gudiño son unos lobos en los entrenamientos y caperucitas rojas en los partidos, en los que las despojan hasta de la canasta de la abuela.

Miguel Herrera respira menos intranquilo. Guillermo Ochoa es un atajador imponente. Pero el gol que recibe de Toluca lo inquieta, porque ésas han sido siempre de su arquero. Porque, además, cuando aparecen esos satélites flotaditos en la frontera del área chica, El Piojo se tapa los ojos, aunque no se cubra la boca.

Cierto, es el Clásico. Es ese partido típicamente atípico. Todos quieren jugarlo y todos quieren ganarlo, generalmente. Y llega en un momento en que es imprescindible la victoria. Una catarsis vivificante que urge a entrenadores, directivos, jugadores y aficiones.

Dicho está que un Clásico Nacional marca rumbos en un torneo. Una victoria lubrica la poderosa máquina de la confianza, la fe y la esperanza. Una derrota oxida los ánimos, y herrumbra el mejor discurso del mejor entrenador. El Piojo está acostumbrado a esto, para Vucetich será su primera experiencia.

El portero español Juan Carlos Unzué, aseguraba que “donde el rival pone el pie, el portero pone la cara”. Y así es, en todos sentidos, estrictamente, literal y metafóricamente hablando. Y más aún en un Clásico.

Como agravante y atenuante de los arqueros de Chivas y América, aparecen las defensas de terror con las que cuentan. Durmiendo con el enemigo. Bien decía Amadeo Carrizo: “Pude salvar pelotas de gol por que jamás confié en el defensor infalible”. Y es el caso. Ochoa y los mellizos del error y del terror, Rodríguez y Gudiño, tienen a defensas más propensas a la traición que al heroísmo.

La historia de Guillermo Ochoa está llena de contrastes fabulosos. Arquero de facultades notables, de epopeyas mundialistas, como aquel cabezazo de Neymar en Brasil 2014, pero, también arrastra pecados capitales ajenos, como el 7-0 ante Chile, y su marca de goles recibidos en el Ajaccio, pese a que fue el portero con más atajadas en el torneo francés.

Ochoa, además, ejerce liderazgo. Su palabra es ley elocuente en el vestidor, aunque evidentemente tartamudea cuando la pelota, en forma de bólido o de globo de kermese, se acerca a su feudo del área chica. Ahí se entume, y encima sus compañeros saltan menos que un hipopótamo con artritis.

Toño Rodríguez regresa a Chivas con una admirable campaña en Lobos BUAP. Se equivocaba, pero no tanto, ni tan ridículamente como le ha pasado con Chivas. Valiente aunque atrabancado, ágil aunque inseguro, parece que la obligación de ser el cancerbero rojiblanco le nubla. En Lobos nadie se daba cuenta, en el Guadalajara es tendencia en Twitter.

Raúl Gudiño pisó Europa. Lo quiso apadrinar Iker Casillas, quien alguna vez dijo que “el verdadero portero surge cuando los demás están vencidos y agotados”. La lección del histórico madridista no anidó en la cabecita del mexicano. Tiene las facultades para ser titular, pero al momento cumbre de decidir, personifica la frase del doctor en piscología Octavio Rivas (QEPD): “’Pérate, son mexicanos, están programados al revés”.

¿Experiencia? El legendario Carrizo aseguraba: “Un gran portero se hace comiéndose 400 goles, siempre que no sean en el mismo campeonato”.

América sabe que Guillermo Ochoa tiene cicatrices, abundantes, suficientes, demoledoras y necesarias. Probablemente, el mejor arquero en la historia del América. En El Nido saben que asume plenamente la dimensión del reto y del momento de este Clásico. Él, #PacoMemo, sabe que todos pueden fallar este fin de semana, todos, menos él.

Toño Rodríguez y Raúl Gudiño han sido inestables. En su carrera y en el arco. De personalidades, educación y trayectorias distintas, pero tienen sangre rojiblanca de cuna. Interpretan perfectamente el momento coyuntural para su carrera. Quien ataje puede ir del pozo al gozo o viceversa. Recordamos, en 2018, Gudiño ataja un penal a Mateus Uribe y hasta llegó a la selección mexicana, a prueba, pero llegó.

Con tanto que ganar y tanto que perder en este Clásico Nacional, los tres guardametas, Ochoa, Rodríguez y Gudiño, entienden perfectamente la ingratitud de su posición. Alex Welsh puso el balón en el área: “El futbol es un deporte de equipo hasta que el portero comete un error y entonces se convierte en un deporte individual”.

Por ello, lo saben estos tres arqueros, es mejor ser el héroe de la noche que el bufón de la temporada. Especialmente con la cadencia decadente de las redes sociales, cuando los memes serán la pesadilla supurante durante incontables días y noches, al arrojarse el saldo final del Clásico Nacional.

“El portero siempre está solo, pero cuando se equivoca se queda solo… y abandonado”, relataba Miguel Marín (QEPD) en el diario unomásuno.

Miguel Herrera tiene una ventaja: no encarará el dilema sobre quién será su portero, ya lo sabe. Víctor Manuel Vucetich aún deberá divagar entre su instinto, la almohada, su sentido común, su sabiduría y cinco días de entrenamiento, para poder tomar una decisión.

Por eso, en esta semana de Clásico Nacional, las miradas ansiosas recorrerán la cancha y los escalofríos pondrán a titiritar a ambas porterías.

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