LOS ÁNGELES -- La ruta de un posible Balón de Oro que dio sus primeros pasos entre el terror de un refugio y que puede concluir en una cárcel de Zagreb: el itinerario agreste de Luka Modric.

En la realeza de un club, donde la mayoría viste de sonrisa aperlada y frac, como portada de revista, él eligió el atuendo de soldado raso.

A veces, en el Real Madrid es el que zapa la trinchera, y a veces el que zarpa el buque de guerra. ¿Recluta o almirante? El juego mismo le da y le quita galones al eje de Croacia. Cava si hay que cavar y cala la bayoneta si hay que atacar.

Rehúye hablar de la Guerra Civil de los Balcanes, pero con esa sangre multigenética, se ha persignado cada día, cada juego, cada fase de esta Copa del Mundo. "Eso está siempre con nosotros", dijo Modric en conferencia de prensa.

Porque las víctimas de la crueldad bélica no están sólo en su cripta, o en las cenizas, o en el anonimato, o en el obelisco, o en los mausoleos, o en las efigies espartanas de las rotondas. La muerte les ocurre a todos, especialmente a los sobrevivientes.

También ahí, en el hipocampo de quienes sobreviven, en el penacho luctuoso de la memoria, la muerte se convierte en un mercenario recurrente y ocurrente. Modric lo sabe, lo sufre: su abuelo eligió la muerte, para garantizarle la vida.

Actor y autor intelectual, desde ese oficio de caudillo silencioso, de hacer esas cosas maravillosas que otros se imaginan, Luka Modric ha tenido su mejor momentum futbolístico en el mejor momento posible: la Copa del Mundo Rusia 2018.

Precipitada, pero razonablemente, el sufragio virtual -e inútil- de las redes sociales, lo encamina para ser la figura de la gesta mundialista. Cierto, las alforjas de sus contiendas como madridista, ayudan a que los sastres de la opinión pública le corten el traje a la medida.

Como reflejo de una nación bruñida a fuego y fe, de refulgente aparición en casi todos los ámbitos del deporte, Luka Modric da constancia de todos los valores espirituales del competidor genuino, pero, necesariamente, con el requisito de jugar bien al futbol.

No basta ese gen suicida en eterna pugna por ganar, además hay que oficializar en la cancha el amasiato con el balón. De otra manera, los samuráis serían amos de la Copa FIFA.

Este domingo, ante Francia, irónicamente, Luka Modric, disputa el Balón de Oro, con alguien con quien quizás deba compartirlo en el futuro en los parajes gloriosos de la Casa Blanca: Kylien Mbappé.

La victoria final depositará en la urna vanidosa, y muchas veces tramposa de FIFA, el voto final para designar al ganador del Balón de Oro. Modric y Mbappé saltan a la cancha y asaltan al adversario por un doble botín: uno para casa y otro para una nación ansiosa.

Más allá de la epopeya física y fisiología de los croatas, hay un agregado en el caso valeroso de Luka Modric: la amenaza de cárcel por perjurio. Su expediente está abierto con el riesgo de cinco años de cárcel.

Evidentemente, semejante amenaza puede ser, o un acicate o un desafío para el jugador, pero evidentemente no ha sido represor ni inhibidor de sus condiciones espirituales y futbolísticas. Eso ha sido una bendición para Croacia: jugar con la conciencia tranquila.

¿La coronación de Croacia incluye eventualmente el indulto? Popularmente, tal vez sí. Pero sería una medida impopular para el gobierno croata, un peligroso precedente, para una nación que hace del rigor moralista, al menos, su bandera.

Y peligrosa, pero esperanzadoramente también, Modric disfruta de cierta inmunidad o esperanza. Como hada madrina o como chambelán de sus actuaciones, ha estado muy cerca la Presidenta de Croacia.

Protagonista en tribuna y palcos, Kolinda Grabar-Kitarovic, es el punto de referencia peligroso para Modric, porque significa la fragilidad humana del poderoso, pero también la dureza de comportamiento de una forma de gobierno.

Esto, porque la saltarina mandataria ha prometido descontarse de su sueldo los días festivos en Rusia, viajando además en clase turista, pagando sus propios boletos, y sin drenar al erario croata.

¿Puede esperar Modric clemencia judicial después de tantas victorias de impacto nacionalista en Rusia? Tal vez, y sólo tal vez.

Si consigue la Vuelta Olímpica en Luzhnikí este domingo, hombro con hombro con Kolinda, tal vez este posible Balón de Oro termine su ruta, esa misma que comenzó en un refugio en Zadar, en la pinacoteca de hombres ilustres croatas y no en la Crujía 10 de Zagreb.

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