MADRID -- "Spain is different". Todo extranjero que juega de local en España ha pronunciado esa frase con cierta resignación al menos una vez. Nos pasa cada que nos enfrentamos a una situación, digamos, 'peculiar'. De esas cosas que sólo pasan aquí y que serían inexplicables en cualquier otro contexto. Pasa como anécdota graciosa y, la mayoría de las veces, entrañable. Incluso hasta cuando resulta casi imposible concebir la vida en otro lugar. El problema es que, como cualquier lugar, España tiene su lado oscuro.

Cuando terminó el partido entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid del miércoles pasado, todo transcurría con normalidad. Los suplentes que no jugaron, como de costumbre, se quedaron a calentar unos minutos en la cancha cuando el estadio empezaba a vaciarse. Entre ellos Marcelo. En la esquina norte del Santiago Bernabéu, los aficionados del Atlético de Madrid esperaban a que la policía les permitiera abandonar el estadio.

Graham Hunter, periodista de la cadena inglesa Sky Sports, se había rezagado. Y entonces presenció una escena habitual en los estadios españoles. La afición colchonera comenzó a increpar a Marcelo. Según relató Hunter en su cuenta de Twitter, simulaban el sonido de un simio. Según un fotógrafo de Marca, que corroboró la información horas después, le gritaban "mono". Marcelo, acostumbrado, no hizo nada. Apareció su hijo y los colchoneros presentes, se dirigieron entonces al pequeño. "Esperamos tu padre muera", le gritaban, según Hunter; de acuerdo a otros testigos, le espetaban que "Marcelo no es tu padre". A saber. Matices. Prevalece el hecho: a Marcelo lo compararon con un mono y al niño le dieron una muestra bastante representativa y cruel de la habitual xenofobia en las gradas españolas.

El periodista, acostumbrado a la Premier que se ha civilizado bastante en las últimas décadas, estaba horrorizado y se apuró a denunciar. Al tener repercusión en el extranjero, el tema quedó en el aire en España, no porque el que ejerce de local pensara dos veces en ello. "En España se va al futbol a sufrir, no a disfrutar", me comentó un amigo canario casi como si estuviera diciendo una obviedad. "En todos los estadios se concentran más en pitar, que en animar. A lo mejor ni son racistas, sino que lo dicen para 'joder' al rival". Y con esa explicación puso fin a la discusión. En los foros españoles en la red, la amplia mayoría expresó la misma idea: el 'forofo' insulta al equipo rival; el racista, a cualquiera.

Marcelo, más que acostumbrado a ser uno de los blancos de las aficiones rivales, probablemente no habría dicho nada tras lo ocurrido; pero al salir a la luz, la afición merengue -esa que se ensaña, como en el resto del país, al gritarle a Diego Costa "no eres español"- se volcó en mensajes de apoyo al brasileño.

"Quiero agradeceros a todos los mensajes de apoyo que he recibido. Aunque no es la primera vez que esto sucede, os aseguro que los insultos racistas jamás afectarán mi tranquilidad personal y mucho menos la de mi familia", expresó Marcelo en su cuenta de Twitter al día siguiente, restándole importancia al incidente.

Le ha pasado tantas veces, que ya está curtido. Como lo está Diego Costa, que hace caso omiso a los gritos que le niegan el derecho a llamarse español (pero quiero ver cómo festejan sus goles si llega a jugar el Mundial). Ellos saben dónde están y de qué va este negocio. La afición española, como cualquier otra, se agarra de cualquier cosa que pueda utilizar para desestabilizar al rival. Se meten con todos. A los mulatos y negros de raza, "monos" (aparentemente la creatividad de la grada no da para más que la comparación al pariente primate de nuestra rama evolutiva); a los latinos, por "indios", aunque cada vez menos. A los portugueses, por ser el vecino pobre y menospreciado (salvo Cristiano, a ese le llaman "Barbie"). A los rumanos, ¡ay, los rumanos!... La lista es amplia y para cada caso, un insulto xenofóbico específico -y eso (o precisamente por eso) es que estamos lejos de tener a un Robbie Rogers por aquí. Con este panorama, ¿quién va a ser el valiente que se atreva?

Un caso familiar: Hugo Sánchez, conocido como "indio patarrajada" en el Camp Nou (y el resto de España, pero más en Barcelona). Claro, era el siglo pasado y los jugadores sabían que "ajo y agua", concepto que tan grabado le quedó al 'Penta'. Entonces no había una iniciativa de FIFA o de la UEFA por erradicar el racismo. El tema es que estamos en pleno siglo XXI y los jugadores siguen haciendo caso omiso de los insultos en lugar de levantar la voz; como si no fuera 'personal' el abuso pues, como está establecido entre las masas, "no es racismo, es odio de aficionado".

En este sentido, Inglaterra lleva la delantera desde la 'refundación'. Empezaron por poner fin a la violencia de los hooligans (que era un grave problema) y han logrado que los cantos racistas sean duramente penados y hasta muy mal vistos. En Italia, problemas de corrupción aparte, empiezan a tomar este tipo de iniciativas ante los 'tifossi', que no son precisamente unos angelitos.

Pero mucho ha contribuido que el jugador decida defenderse. Como Mario Balotelli. Más allá de sus extravagancias, al italiano hay que reconocerle la valentía. Ha luchado hasta el cansancio por que se le respete la condición de ser humano. Se queja airadamente, denuncia. Patalea. Amenaza con salir del campo o colgar las botas. Con esas actitudes logra que la opinión pública tome una postura y, por tanto, evita que la Federación Italiana se haga de la vista gorda cada que alguien le grita "negro de mierda". Cosa que le pasa a menudo, incluso dentro de la cancha.

"Siempre dije que si (el racismo) ocurría en el estadio me comportaría como si nadie dijera nada y no me importara. Pero esta vez creo que he cambiado de opinión. Si pasara otra vez, entonces me voy a ir de la cancha porque es muy estúpido", dijo 'Super Mario' en enero pasado después de un partido contra la Roma. Tras múltiples incidentes con el mismo jugador, la Federación Italiana reaccionó imponiendo una multa al club. Ya lo hizo Kevin Prince-Boateng. Abandonó la cancha en un amistoso contra el Pro Patria al no soportar más los gritos racistas. Resultado: seis aficionados del equipo rival fueron sentenciados a prisión.

Siempre dije que si (el racismo) ocurría en el estadio me comportaría como si nadie dijera nada y no me importara. Pero esta vez creo que he cambiado de opinión. Si pasara otra vez, entonces me voy a ir de la cancha porque es muy estúpido.

-- Mario Balotelli, delantero italiano del Milan

Fueron esas voces, entre otras, las que obligaron a la FIFA y la UEFA a replantearse las sanciones contra el abuso racista. Y en partidos europeos se han llegado a clausurar estadios, como pasó con el CSKA de Moscú cuando recibió al Manchester City y Yayá Touré fue víctima de los abusos de la grada. El jugador, enojado, amenazó con boicotear el Mundial de 2018.

Hasta Joseph Blatter, en aras de hacer lo políticamente correcto y seguir los lineamientos de la campaña de la FIFA, se ha tenido que pronunciar. "¿Qué son 65 mil dólares por un incidente así? No estoy feliz y llamaré a la Federación Italiana", dijo Blatter tras conocer el monto de la multa a la Roma (que lleva ya cuatro sanciones de la UEFA por la misma razón), pues le parecía poco. Pero eso en Italia donde la presión comienza a mover los engranes. En España nadie habla y nadie se mueve. La extrema simplificación de atribuir un grito racista a la provocación y no a la xenofobia en sí, hace que este tipo de situaciones prevalezcan como parte del 'folklore' de los campos de futbol y nada más. Como algo 'benigno'.

Por eso los jugadores generalmente se ahorran el drama y pasan página hasta que la situación se vuelve insostenible. Sucedió hace poco con el defensa del Betis Paulao. El brasileño simplemente no pudo más cuando fue su propia afición la que empezó a cantarle como mono. El jugador había sido expulsado por doble amarilla del clásico contra Sevilla, que a la postre se saldó con un 0-4 a favor del rival y con el Betis hundido al fondo de la tabla. Abandonaba el campo cuando empezaron los insultos. Paulao, frustrado, rompió en llanto en las escaleras hacia el vestidor. Probablemente no quería que lo vieran llorar, pero un fotógrafo captó el momento y la imagen no tardó en circular por toda España.

"Es bueno que este asunto tenga mucha repercusión para que se tomen medidas. El color de la piel no cambia nada. Espero que los responsables hagan lo debido. No pretendo tener una actitud más seria porque apenas soy un extranjero más en España. Creo que no sería de mucha ayuda. Las imágenes están disponibles para que todos las vean", dijo Paulao cuando el incidente se volvió de dominio público.

Y otra vez, Blatter, obligado a hacer lo políticamente correcto, se tuvo que pronunciar. "Me siento muy desanimado tras enterarme de los insultos racistas de los aficionados hacia un jugador del Real Betis. Condeno su actitud, que fue vista en televisión e Internet por millones de personas", dijo. Esta vez no amenazó con llamar a la Federación ni pidió una sanción de manera categórica. ¿Para qué? En España esas cosas no se castigan.

Por supuesto, no hubo sanción para el Betis. Como no lo habrá para el Atlético. El presidente de la LFP, Javier Tebas, apenas ha puesto en marcha su plan para limpiar el futbol. Lucha contra la corrupción y la piratería mientras intenta regular la situación financiera de los clubes. No ha llegado a ese punto en su lista de deberes. Claramente, no es considerado un problema grave.

España no es Inglaterra. La UEFA no puede meter las manos más allá de lo que concierne a sus propias competiciones. Estos jugadores no son Super Mario y saben lo único que les va a acarrear la denuncia es que a la siguiente les tripliquen la dosis. España simplemente no funciona como el resto de Europa, no todavía. España es diferente.

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