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Fidel Castro dejó una huella profunda y contradictoria en el deporte

La noticia que parecía que nunca llegaríamos a escribir finalmente sucedió.

Murió Fidel Castro. El hombre que gobernó con mano durísima a los cubanos por más de medio siglo falleció en La Habana a los 90 años de edad.

Castro fue una presencia omnipotente en la vida de varias generaciones de sus compatriotas y su poder de injerencia alcanzó todos los sectores de la sociedad cubana.

Todo pasaba por él, desde las decisiones más trascendentales de Estado, hasta las más insignificantes, como los precios de los cigarrillos en el mercado interno.

El deporte fue quizás uno de los campos en los que el gobernante dejó una huella más profunda, marcada por contradicciones, logros y fracasos.

Bajo su prolongado mandato, el deporte cubano se elevó a niveles superlativos, convirtiéndose en una potencia a nivel mundial.

Antes del triunfo de la revolución de 1959, los éxitos del deporte cubano se circunscribían principalmente al béisbol y al boxeo, con algunos logros esporádicos individuales, como los de José Raúl Capablanca en el ajedrez o Ramón Fonst en la esgrima.

En los últimos 56 años, Cuba ha tenido campeones olímpicos o mundiales en voleibol, béisbol, lucha libre y grecorromana, esgrima, levantamiento de pesas, atletismo, taekwondo, judo, tiro, boxeo y canotaje.

Pocas naciones del planeta pueden vanagloriarse de tantos logros en disciplinas tan diversas. Castro aprovechó las millonarias subvenciones que recibió por décadas de la Unión Soviética y creó un entramado de escuelas deportivas en toda la isla que captó a cuanto muchacho con talento había, para formarlo hasta convertirlo en campeón.

Ahí están las cifras y las medallas para demostrar que desde 1959, el deporte cubano recibió un empujón único, cuyo impulso ya ha perdido por diferentes razones y posiblemente nunca más volverá a tener.

Son hechos que no pueden negarse, aunque sea cuestionable el costo económico y sobre todo, humano, en que se incurrió por usar los triunfos del llamado "deporte revolucionario" como una bandera de propaganda política del régimen.

Castro eliminó el profesionalismo del deporte y cerró de golpe el flujo de peloteros a las Grandes Ligas en un momento en que Cuba era por mucho la principal fuente de jugadores extranjeros en la Gran Carpa.

El mejor béisbol del mundo se perdió a la generación más brillante de peloteros que ha dado la isla, como Omar Linares, Luis Giraldo Casanova o Antonio Pacheco, por sólo citar tres de cientos de nombres que podían haber deslumbrado a las Grandes Ligas.

Al abolir el deporte rentado, el gobernante proclamó "el triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava". En realidad, Castro esclavizó no sólo a los peloteros, sino a todos los deportistas de cualquier disciplina, quienes eran obligados a dedicar sus triunfos al "invicto Comandante".

Atletas que pudieron brillar como profesionales y haber asegurado una existencia sin carencias económicas eran obligados a subsistir con míseros estipendios y algunos de ellos, los más privilegiados, eran premiados con pequeños departamentos o pequeños autos Lada de fabricación soviética.

Algunos de los más fieles exponentes del deporte cubano en el último medio siglo, como el tricampeón olímpico de peso pesado en boxeo, Teófilo Stevenson, o la bicampeona mundial de 800 metros planos Ana Fidelia Quirot, fueron manipulados a su antojo por el gobernante.

Por razones políticas, Castro les negó a Stevenson y Quirot el sueño de coronas olímpicas, al sumarse al boicot soviético a los Juegos de Los Angeles 1984.

Cuatro años más tarde, el propio gobernante trató de probar su liderazgo a nivel internacional y convocó a un boicot a la edición de Seúl 1988, que sólo fue secundado por Nicaragua y Norcorea.

Stevenson habría ganado un cuarto título en 1984, tras sus triunfos en Munich 1972, Montreal 1976 y Moscú 1980, mientras que Ana Fidelia no tenía rival en el mundo en 1988, ni en 800, ni en 400 metros planos.

Pero un caprichoso Castro los dejó a ambos en casa, mientras el mundo celebraba la fiesta olímpica por todo lo alto.

Stevenson y Quirot son dos de los ejemplos más notables, pero junto a ellos, el gobernante les cortó de golpe los sueños a una generación de deportistas, sin importarle los años de esfuerzos y entrenamientos, muchas veces en condiciones bien distantes de las ideales.

Y ¡ay! de aquellos que osaran escapar en busca de decidir su destino por sí mismos. Sobre ellos caía el repudio del gobierno, que los trataba como traidores a la Patria, como desertores, como si se tratara de un ejército.

Pero la fuga de deportistas se hizo cada vez más frecuentes y la prensa oficialista dejó de reseñar en sus páginas las constantes escapadas. Los esclavos comenzaron a abrir los ojos y a romper el cerco para decidir por sí mismos su vida.