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Caminos torcidos a Cooperstown

Getty Images

Cuando Josh Beckett fue seleccionado en la primera ronda del draft de 1999, el prometedor lanzador derecho dijo que los Marlins de Florida habían escogido a un futuro miembro del Salón de la Fama de Cooperstown.

El tiempo se encargó de desmentir semejante frase, que fue tomada por muchos como una arrogancia típica de un adolescente de 19 años con muchos deseos de demostrar su innegable potencial en el mejor béisbol del mundo.

Beckett aparecerá en la boleta por primera vez en el 2020 y es muy probable que ni siquiera consiga el cinco por ciento necesario para mantenerse en la lista de candidatos al siguiente año.

Sus 138 victorias y 106 derrotas, con efectividad de 3.88 en 2,051 innings, sumados a dos anillos de Series Mundiales, son buenos números, pero para nada lo suficientemente sólidos para merecer la inmortalidad.

Y es que Cooperstown es uno de los clubes más exclusivos de todo el mundo, con apenas 323 miembros, de los cuales sólo 226 jugaron en Grandes Ligas y los 97 restantes fueron peloteros de las Ligas Negras, managers, árbitros, ejecutivos, periodistas y pioneros del béisbol.

En otras palabras, solamente el 1.17 por ciento de los más de 19 mil peloteros que han pasado por las Mayores hasta ahora tiene su placa en el Salón de la Fama y no bastan algunos buenos años, como los tuvo Beckett. Se necesita mucho más.

Mientras los dominicanos Albert Pujols y Adrián Beltré o el venezolano Miguel Cabrera ya han hecho méritos más que suficientes para recibir el ansiado llamado cuando les llegue el momento, hay otros peloteros que en cierto momento parecían destinados a llegar al Templo de los Inmortales, pero de pronto el camino se les puso cuesta arriba y prácticamente se esfumó esa posibilidad.

El chico bueno de Minnesota

Joe Mauer fue la primera selección del draft en el 2001. Nacido en St. Paul, fue escogido por los Mellizos de Minnesota, el equipo de su propia casa, con el que debutó tres años después, a los 21.

Sus primeras siete campañas fueron de lujo, con tres títulos de bateo en la Liga Americana, cuatro apariciones en Juegos de Estrellas, un premio de Jugador Más Valioso (2009), cuatro Guantes de Oro e igual cantidad de Bates de Plata.

Pero en una posición tan exigente como la receptoría, las lesiones no tardaron en aparecer y en el 2011 se perdió media campaña.

Desde entonces, sus estadísticas empezaron han bajado gradualmente, tuvo que moverse a la primera base y sólo en el 2012, 2015 y 2017 pudo jugar más de 140 partidos.

Si bien conserva un average de por vida de .306 después de 15 temporadas, apenas sobrepasó en el 2018 los 2,000 hits, no ha llegado aún ni a las mil anotadas, ni a las mil impulsadas, con sólo 140 bambinazos.

El Sansón de Pittsburgh

Andrew McCutchen no es de esos peloteros que hayan irrumpido de manera impactante en las Grandes Ligas.

Escogido por los Piratas de Pittsburgh en la primera ronda del draft del 2005, le tomó cuatro años en las Menores para debutar con el equipo en el 2009.

Pero llevaba un desarrollo sostenido, con números que mejoraban cada año.

Del 2011 al 2015 fue presencia permanente en los Juegos de las Estrellas y en ese lapso ganó un Guante de Oro, cuatro Bates de Plata y el galardón de MVP en la Liga Nacional en el 2013.

Su crecimiento gradual siempre dejaba espacio para crecer más y muchos pensaban que lo mejor aún estaba por venir, que no habíamos visto todavía lo mejor de McCutchen.

Entonces lucía unas largas trenzas, que cortó en el 2015 para una causa caritativa.

Y como el Sansón bíblico que perdió su fuerza al cortar su melena, McCutchen fue otro a partir del 2016.

Su producción ofensiva comenzó a decaer hasta niveles promedio y aunque no ha dejado de ser un buen pelotero, su nombre desapareció como por arte de magia de las conversaciones sobre la élite del béisbol.

A sus 31 años y en su décima temporada (primera con los Gigantes de San Francisco), está lejos de los dos mil imparables, apenas acumula 217 bambinazos y suma 777 remolcadas, cifras que no deslumbran a nadie.

Un Rey sin corona

Los Marineros de Seattle se sacaron la lotería cuando en el 2002 firmaron como agente libre internacional a un jovencito venezolano de 16 años llamado Felix Hernández.

Tres años más tarde, a los 19, estaba debutando en Grandes Ligas y comenzaba a tejer una leyenda que le valió el sobrenombre de El Rey Félix.

Su clímax llegó en el 2009, a los 23 años, cuando encabezó la Liga Americana en victorias con 19 y tuvo una efectividad de 2.49 en 238 innings y dos tercios, aunque inexplicablemente le fue negado el premio Cy Young que merecía.

Un año después recibió el galardón de manera controversial, a pesar de terminar con balance de 13-12, aunque fue líder en promedio de carreras limpias (2.27) y en entradas lanzadas (249.2).

Entre el 2008 y el 2015 estableció una cadena de ocho campañas consecutivas con más de 200 episodios de trabajo y en ese lapso sumó 113 victorias con 76 derrotas, a pesar de que los Marineros tuvieron en esos años balance negativo de 583-713, con una sola temporada ganadora (2014).

En otras palabras, Hernández logró en esos ocho años uno de cada cinco triunfos de su equipo.

Pero en el 2016, cuando cumplió 30 años, comenzaron las primeras señales de su declive, cuando vio detenida su cadena de diez campañas seguidas con al menos 30 aperturas.

Aunque ese año aún tuvo buenos números (11-8, 3.82), solamente trabajó 153.1 capítulos en 25 salidas.

En el 2017 y lo que va del 2018 es como si hubieran quitado a uno puesto a otro.

Desde entonces acumula 14 éxitos y 16 fracasos, pero sobre todo, su efectividad se ha disparado hasta las nubes: 4.36 la pasada contienda y 5.62 en la actualidad en 40 aperturas, al punto que recién fue sacado de la rotación y enviado al bullpen por el manager Scott Servais.

En la primera aparición de su carrera como relevista, en reemplazo del abridor James Paxton, golpeado por un lineazo en su brazo derecho, fue igualmente castigado y cargó con la derrota.

Y si recuperó rápido y temporalmente un puesto de abridor fue gracias a que Paxton fue colocado en la lista de lesionados.

A sus 32 años de edad, el Rey Félix parece haber perdido su corona y aunque sus números globales de 168-125, con efectividad de 3.32 son muy buenos, no lucen extraordinarios para merecer la inmortalidad, sobre todo, cuando todo indica que esas estadísticas tienden a empeorar ante la prematura caída en picada del venezolano.

Es Evan, no Eva

En el 2008, un jovencito de 22 años debutaba en la antesala de los Tampa Bay Rays y su nombre llamó la atención de inmediato.

Entonces, la bella mexicoamericana Eva Longoria enamoraba desde la pequeña pantalla en la exitosa serie Desperate Housewives por la cadena ABC.

Y entonces aparece este Evan Longoria, a quien los Rays habían escogido en la primera ronda del draft dos años antes y de quien muchos creyeron, en principio, que era hermano de la actriz.

Aclarada la confusión, Longoria empezó a labrarse su propio nombre a fuerza de batazos y fildeos en la tercera base de los Rays, que ese año (97-65) tuvieron por primera vez en su historia récord ganador e incluso llegaron hasta la Serie Mundial, que perdieron ante los Filis de Filadelfia.

Evan fue parte esencial de ese logro y fue premiado como Novato del Año de la Liga Americana.

Había surgido el nuevo pelotero-franquicia, a quien en el 2012 le dieron una extensión contractual por diez años y 100 millones de dólares.

En sus primeros tres años fue al Juego de las Estrellas, ganó dos Guantes de Oro y un Bate de Plata y era, sobre todo, una máquina de impulsar carreras.

Pero entre en 2011 y 2012 tuvo problemas de lesiones que lo limitaron a 133 y 74 juegos, respectivamente y dejó de ser aquel que parecía un eterno aspirante a los 30 jonrones y 100 remolcadas anuales.

Sus números no han dejado de ser buenos, pero desde entonces, solamente dos veces superó la treintena de bambinazos (2013 y 2016) y nunca más llegó a las 100 empujadas.

Transferido en el invierno a los Gigantes, ha tenido números discretos y próximo a cumplir 33 años, todo indica que será esa la tendencia que marque lo que resta de su carrera.

Con average de por vida de .269, menos de 300 jonrones y apenas sobrepasando las 930 impulsadas no se llega a Cooperstown.

Él solito se mató

El dominicano Robinson Canó es uno de los intermedistas más naturales que ha dado este deporte, tanto, que algunos se llevan la sensación equivocada de que no se esfuerza sobre el terreno.

Es que hace las cosas tan fáciles que parece haber nacido sobre una almohadilla de segunda base.

Firmado por los Yankees de Nueva York como agente libre internacional en el 2001, debutó en las Mayores en el 2005 y de inmediato se convirtió en uno de los favoritos de la exigente afición en la Gran Manzana.

Hacía combinación nada menos que con el Capitán Derek Jeter y bateaba como el que más.

Estaba en la cima del mundo, con el equipo más seguido en todo el planeta, ganó la Serie Mundial del 2009, fue a cinco Juegos de Estrellas, se llevó dos Guantes de Oro y cinco Bates de Plata.

Un buen día prefirió seguir el camino del dinero y se fue a Seattle por 240 millones de dólares y allá, lejos de los focos de atención, en un equipo que ha sido de los peores del siglo XXI y no ha ido a la postemporada desde el 2001, siguió dando palos como si nada y sumando números para pavimentar su camino a la inmortalidad.

Cercano a los 2,500 imparables, más de 500 dobletes y 300 jonrones, 1,200 impulsadas y average de por vida de .304 son cifras fuera de lo común para un intermedista.

Pero a principios de esta temporada, un examen antidopaje arrojó la presencia de furosemida, un diurético que algunos deportistas utilizan para enmascarar el uso de otras sustancias prohibidas para mejorar el rendimiento.

Ahí mismo lo que parecía un camino recto de Canó hacia Cooperstown se descarriló por completo, al menos por ahora, enviándolo al final de una fila en la que aparecen, entre otros, Barry Bonds, Roger Clemens, Sammy Sosa, Mark McGwire, Rafael Palmeiro y Manny Ramírez.

El tiempo está a favor del dominicano, a quien todavía le quedan cinco temporadas de juego de su contrato.

A esos súmenles los cinco años reglamentarios que hay que esperar después del retiro para aparecer en las boletas para la votación de la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA).

Toda una década en que muchas cosas pueden cambiar en el criterio de la BBWAA respecto a los consumidores de sustancias prohibidas.

Pero por ahora, su camino se torció porque, como dice una frase popular, él solito se mató.