<
>

¿100 años América? ¿Y...? ¿Qué son...?

CHICAGO -- 100 años América. ¿100 años América? ¿Y...? ¿Qué son? Entre los polvos del Universo, nada. Hay, olimpos majestuosos de la naturaleza. O, hay, grandilocuencias inextinguibles del cerebro humano. Con piel de siglos. O epidermis de mil años.

Pero, ojo, que la antigüedad, a veces, está reñida con la vejez. No todo lo secular está anquilosado. A veces, la ancianidad se amamanta de juventud eterna. Un soplo de vida.

Y ojo: la inmortalidad no es un privilegio de lo inextinguible, sino de lo imprescindible, de lo imperecedero, de lo legendario, de lo vigente, de lo incaducable. Y América cumple los primeros 100 años de la inextinguible perpetuidad.

De eso, parece, está hecho el América. Cumple 100 años. Y en un momento dado eligió el camino del mal. Los antihéroes son los artistas en la perfección de la perversidad.

Recuerdo a Don Fernando Marcos con esa voz bajita de complicidad ladina: "El mundo está lleno de buenos. Por eso creamos al América. ¿Quiénes crees que comenzaron el mito de que el arbitraje estaba bajo salario del América? Nosotros mismos. Todo hombre tiene un lado femenino y todo hombre bueno, tiene malignidad?".

Fernando Marcos confirmaba los susurros entre líneas del Antiguo Testamento: Dios inventó al Diablo. Lo creó para que los taciturnos se abrigaran bajo sus anchas alas.

Nada nuevo. Todo comenzó cuando Caín mató a Abel. Caín es un símbolo de la más repulsiva connotación de la fragilidad del bien. Y América es el engendro, el testimonio, de que la bondad, en la inocua verbena del futbol, ya es suficiente con el sermón patriarcal de la iglesia cada domingo.

Si hasta Caín eligió a su propio Abel. América elige a Chivas como el estereotipo de lo que no quiere ser. Hubo tiempos en que la filiación a Chivas era un acto reaccionario contra el América. Antes de Jorge Vergara, al Rebaño se sumaban los débiles de la Liga para reclamar de sus revólveres la venganza.

100 años América. ¿100 años América? ¿Y...? ¿Qué son? Eso, precisamente. El Nido vive apenas la pubertad de la inmortalidad. Porque uno sabe a ciencia cierta que es el único equipo mexicano que jamás se colapsará.

¿Cómo puede morir un anfibio que se nutre de la tierra negra del odio y del agua belicosamente santificada de sus adoradores?

Cien años. Y el mejor jugador mexicano fue parido ahí: Cuauhtémoc Blanco. Y el mejor técnico mexicano fue educado ahí: Javier Aguirre. Y el mejor jugador extranjero en México jugó ahí: Carlos Reinoso.

Y esos tres mencionados fueron artesanía suya. Porque tenía que combatir en la perecedera memoria de la tribuna, los nombres de otros inmortales: un técnico como Javier de la Torre, y jugadores como Chava Reyes y Héctor Hernández.

Explicaba el doctor Octavio Rivas que el América eligió el estandarte de los jugadores extranjeros, porque era el desafío subliminal a una de los enaltecimientos más bellos del Himno de México: "Más si osare un extraño enemigo...".

"América entendió, o tal vez fue accidental, y después lo hizo su política, que invocar al malinchismo y al chauvinismo, era confrontar al aficionado con dos de los traumas más severos del mexicano: el nacionalismo y su debilidad ante lo extranjero", comentaba el psicólogo en Deportes.

Y claro, cien años de leyendas negras del arbitraje. Tiempos hubo, ciertamente, en que la sospecha rayaba en la certeza: los silbantes vestían bajo la túnica de nazareno, el fondo de retiro de Televisa.

Sí, América, engendrado. Bajo patrones bastante sutiles para creer que fue ingeniería de las oficinas de Televicentro, el abuelo de Televisa, pero también patrones bastante accidentales, para creer que fue la casualidad.

100 años América. ¿100 años América? ¿Y...? ¿Qué son? Eso, el populismo de la impopularidad. Hoy, al anciano que no envejece, a pesar de tantos malos momentos, porque es hoy, el equipo con más títulos en el futbol mexicano.

Las canas le sientan bien a un equipo que aún, en este torneo, se debate entre lo ridículo y el conformismo. De sublime, nada.

Y hasta parecería parte de esa estrategia perversa de edificar sobre la burla y el encono, la trascendencia. Hoy, hasta a su afición la ruboriza, la sofoca, la abochorna. La decepciona más en el momento en el que había ofrecido el Himalaya de todos sus sueños de grandeza.

El año del Centenario, América no fue capaz de encontrar un adversario digno de su historia. O por torpeza o negligencia de sus directivos, o por tacañería, pero no fue capaz de traer a un igual de otro balompié para enseñorearse.

Un cumpleaños sin mago, sin piñatas, sin música, y siendo él mismo el payaso de su propia fiesta.

Y cierra el año, este América Centenario, con la grandeza hecha una reuma. La senectud, en el América, debería llevarse con bríos de semental.

Cierra el año con achaques de mediocridad: una Liga que le parece ajena, y un equipo con jugadores de gónadas encogidas, secas, estériles: la masculinidad futbolística se la extirparon. Y así, debe ir a la Copa Mundial de Clubes.

100 años América. ¿100 años América? ¿Y...? ¿Qué son? Eso. La celebración exquisita de los primeros 100 años de inmortalidad... pese a todo.