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¿Es América peor que Depor, Gijón, Bilbao, Las Palmas, Celta?

LOS ÁNGELES -- El fanatismo enmudece aquello de vox populi, vox Dei. La voz del pueblo, entonces, deja de ser la voz de Dios. El fanatismo tiene en su ADN los cromosomas inevitables de la intolerancia y el patíbulo.

Llama la atención la reacción virulenta, en general, por parte del americanismo en las críticas hacia El Nido, cuando fue asaltado por el Real Madrid. El dolor, entonces, es una adicción a la intransigencia.

El refugio, abnegado, conformista, fue acurrucarse en la reflexión facilista de "es el Real Madrid, hay un abismo de diferencia". La rendición sin el combate. Esa predisposición, de algunos, de muchos, hacia los rezagos, los vestigios y las taras de los colonizados o esclavizados, de lo que tanto hablan Octavio Paz y Samuel Ramos al remitirse hacia el mexicano.

Habría sido sencillo sumarse a los coros solidarios y advenedizos de encomiar irracionalmente la poco encomiable actuación del América ante Real Madrid. Cierto, la actitud de víctima propiciatoria en El Nido fue amamantada, o, desde la charla táctica, o, en el instinto de conservación, más que de conquista de los jugadores.

Sumarse al peregrinaje de ese americanismo, que exige menos a su equipo, habría sido un acto de complicidad. El refugio del autoengaño.

Invoco la reflexión de Zinedine Zidane al término del partido, decepcionado incluso por el nivel de juego de su equipo: "Esperamos jugar mejor en la Final... el ritmo (ante América) era bajo, jugamos al ritmo del rival".

Conformarse, desde el lecho de muerte, con la piedad engañosa, con la clemencia insultante del 2-0, es un acto de sumisión derrotista, y en eso, el americanismo, en general, se equivoca.

A este mismo Real Madrid, con Sergio Ramos y a veces hasta con Gareth Bale, lo pusieron a sufrir equipos de media tabla en España. Pero, derrocharon elementos indispensables ante la Casa Blanca de Zidane: disciplina, fervor, garra, entrega.

A ese americanismo indignado por las críticas, y que se pone paños de hipocresía articulando "es que es el Real Madrid", valdría la pena preguntarle si el Depor, el Gijón, el Bilbao, Las Palmas, el Celta, están muy por encima de las Águilas del América, quienes tuvieron en Moisés Muñoz a su mejor hombre.

¿Acaso, en la dimensión emocional, pasional, profesional y espiritual era más importante un juego de Liga para el Depor, el Gijón, el Bilbao, Las Palmas, el Celta, que una Semifinal soñada de un Mundial de Clubes para el América?

Porque esos cinco equipos referidos vendieron con más dignidad la derrota en la cancha que los jugadores del América, y algunos estuvieron a minutos de al menos el empate, como, caso reciente, el Depor, que muere por la exhalación de, como le apodan en España, #MinutoNoventayRamos.

Y entiéndase, esta es una referencia a la actitud de los jugadores y el cuerpo técnico, no a la institución. Esa es emblemática, no juega y, no es responsable, al final, de la estatura liliputense con la que se atrevan a salir a la cancha sus asalariados.

Porque, al final, ¿cuántos de sus jugadores se han amamantado de lo que en realidad es ser americanista? ¿Uno? ¿Dos? ¿Tres? Y si arredran como profesionales, la camiseta, entonces, para ellos, es una tela colorida, un atuendo de temporada, porque el oxígeno de su vida está en la boyante cuenta bancaria.

Ahora, si el americanismo y el aficionado en general, cree que el nivel del futbol mexicano, y de su equipo, el más ganador de títulos, como lo es el América, está abismalmente por debajo en nivel e historia del Depor, el Gijón, el Bilbao, Las Palmas y el Celta, que obligaron a transpirar al Madrid, en un juego de Liga, no en una Semifinal de un Mundial de Clubes, entonces, y sólo entonces, queda claro, están, al mismo nivel de esos jugadores y de ese cuerpo técnico que ha hecho, del 2-0, una reconfortante forma de morir... y en cierta medida de fracasar.

Glorificarse de haber muerto con un 2-0, es, en todo caso, entre un sector del americanismo, un acto de eutanasia.

Por eso, reitero, insisto, asumo, que el fanatismo enmudece aquello de vox populi, vox Dei. La voz del pueblo, entonces, deja de ser la voz de Dios. El fanatismo tiene en su ADN los cromosomas inevitables de la intolerancia.