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¿Podrán los vivos del América enterrar a sus muertos?

LOS ÁNGELES -- Estas ruinas que ves. Título de la novela de Jorge Ibargüengoitia perfectamente aplicable, en este momento, a las Águilas del América.

Ruinas. Morales, futbolísticas, deportivas, físicas, competitivas. Ruinas. El cuarto lugar en el Mundial de Clubes es un mezquino paliativo sólo para espíritus pusilánimes de algunos fanáticos.

No se trata de resultados, se trata de futbol. Y de las actitudes y las aptitudes para jugar al futbol. La derrota no la dignifica un marcador o un resultado, sino la gallardía, el garbo honorable en el combate.

¿Acaso el americanismo se consuela, se reconforta, se soba frenéticamente de resignación al ver que los 11 japoneses del Kashima fueron más honorables en la batalla ante el Real Madrid que los nueve extranjeros que terminó utilizando el América?

No, el americanismo debe estar indignado. Sus ídolos, sí, esos, sus ídolos, desertaron hormonal y neuronalmente ante el Real Madrid primero y ante el Nacional después.

Ruinas, sólo eso regresa del peregrinaje calamitoso por Japón. Ruinas, insisto, desde los 360 ángulos de ese círculo vicioso y enviciado de una excursión fatídica, a menos claro, que haya -- y seguro lo hay -- quien beba a sorbos el jarabe conformista, pobretón, miserable, del triunfo sobre el Jeonbouk

Por eso, el retorno de las Águilas a El Nido, tiene la cadencia de la eutanasia del tango: "Volver, con la frente marchita...".

La colosal tarea, la herculina encomienda es rescatar entre esos escombros, entre esos despojos, un equipo capaz de jugar la Final ante Tigres.

La misión queda en mano de los Ricardos, La Volpe y Peláez. En su nombre llevan la facultad para tener éxito: Ricardo significa "rey con mucho poder". Veremos el músculo sabio de su oratoria, que suele ser poderoso ante los medios.

Con Tigres descansado, vigilante, más allá del berrinche consuetudinario del Tuca Ferretti por la inactividad, América, por su parte, llega con más equipaje que la prolífica y feliz fayuca tras la incursión feroz de sus jugadores en las tiendas exclusivas de Shibuya y Daikanyama.

Las Águilas llegan con lastres de gran tonelaje. Su casi día completo, en horas, de regreso a casa, debió convertir el avión en un tormentoso y atormentado claustro, a sabiendas que el fracaso es el único legado envenenado tras su pase por el Mundial de Clubes.

Con la resaca a cuestas, en la infelicidad de expiar a solas sus culpas, ese viaje de regreso debió ser una jornada calamitosa de sufrimiento, con más vigilia que sueño, y sin espacios para una terapia grupal.

El cortejo fúnebre americanista salió del estadio con el epitafio de los penaltis errados, para treparse a un vuelo doliente de autoflagelación. No hubo diálogo entre el grupo, el cuerpo técnico y los directivos, para una catarsis colectiva.

No hubo tiempo, pues, para que los vivos de la Final ante Tigres, pudieran, ya, enterrar, a sus muertos del Mundial de Clubes.

La Volpe y Peláez, y eventualmente, si lo hay, algún líder del grupo de jugadores, deberá comenzar los trabajos de rescate entre los vestigios.

A marchas forzadas, La Volpe intentará resucitar moralmente a ese grupo, y persuadirlo de que la odisea fatalista en Japón, tiene un magnífico purgatorio y redención, en 180 minutos, al menos, ante los Tigres.

Pero, obviamente, lo preponderante es ese trabajo en el diván. Por extraño que parezca, para rescatar las piernas millonarias, y algunas talentosas, del América, es necesario, primero recobrar y redimir, las cabecitas emproblemadas de los futbolistas.

Y eso lo saben bien los dos Ricardos: ni el mejor preparador físico, ni el mejor médico, ni el mejor técnico, podrán poner en pie de guerra al América para enfrentar a los Tigres, sin, primero, sacar toda el cochambre de remordimiento y autoflagelación, de las cabezas de los jugadores.

A menos, claro, que el cinismo haya hecho de manera eficiente e inmediata ese trabajo de desazolve, y expulsado los remordimientos de la azotea de cada jugador.

En este caso es fundamental rescatar la fortaleza mental de jugadores, que, insisto, en total, suman más de 48 títulos a nivel nacional e internacional. Los jugadores del América saben lo que es ser campeones varias veces. El trabajo de rectificación anímica, entonces, debe ser menos complejo para LaVolpe y Peláez.

Y, lo saben: si no enderezan mental y espiritualmente a los jugadores, serán, estos, entonces, unos zombis futbolísticos, expuestos ante unos voraces Tigres, que saben que hoy tienen una oportunidad inmejorable de ser campeones.

Estas ruinas que ves... en El Nido. El mismo Jorge Ibargüengoitia, enLos pasos de López, cita que "fue una de las raras batallas, en las que los muertos victoriosos tienen peor entierro que los vivos vencidos".

Y así se siente, así regresa el América, del surrealismo en el Mundial de Clubes, al surrealismo mexicano de una Final aplazada.