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El día que El Chaco salvó a Cruz Azul de cruzazulearla

LOS ÁNGELES -- Lo del El Chaco Giménez no debe sorprender que aún sorprenda. Sólo le rinde homenaje a su cuna, al terruño. Nació en Resistencia, Argentina. Y está todo dicho.

La Colonia Nápoles donde se asienta el Estadio Azul, tiene más habitantes que Resistencia, que fue el último reducto, resistente obviamente a la evangelización europea. Y El Chaco se rebela ante la evangelización del tiempo.

Este sábado, ante Tigres, salvó de la ejecución a Cruz Azul. Una jugada clave. Impensable e impensada en un futbolista de 36 años, cuando las piernas, la mente y los pulmones vacilan, y en territorios ajenos a los de sus habituales roles.

Descolgada de Tigres. Balón a Gignac, el francés de 31 años, que además, estaba casi fresco. Había jugado a la estatua de sal casi la totalidad de esos 85 minutos. En esa visión technicolor, tercera dimensión del suplicio, Jesús Corona observaba la embestida en solitario del ídolo regiomontano.

Gignac olisqueaba el fin de su sequía. Pero detrás de él, aparece un espectro, cinco años más grande, 13 centímetros más pequeño, varios kilos menos atlético. Y El Chaco le mete el brazo, lo desplaza, lo rebasa, lo despoja de ese balón que era el heraldo de la sentencia de muerte del Cruz Azul.

Y entonces, Gignac claudica, azorado e impotente, mientras el Chaco aún jala aire para reordenar la salida con el balón. El presunto verdugo había sido desarmado.

Y en tanto, la tribuna sale de esa parálisis, de contemplación, de martirio, pasando de la angustia, del pavor, al asombro, al estupor, al alarido, a la ofrenda, a los vítores. El hombre de las piernas más cansadas de la cancha, tiene, aún, el corazón entero.

Al minuto 85, mire Usted, El Chaco Giménez impidió, simplemente, que Cruz Azul, la cruzazuleara.

Entrevistado al final del juego, dice que desarmar al pistolet francés de Tigres se facilitó "porque yo venía con la inercia de la carrera, por eso pude ganarle la pelota". Así, sencillo. Sin ornamentarse las sienes con una corona de laureles tejida con la humillación al rival.

Había sido un juego complicado. Y El Chaco había sido más un activista que solamente un activo participante. Le cometió un claro penalti a Damm, al abrazarlo por detrás, en un recurso que Los Pumas argentinos de rugby, le obligarían a mandarle una convocatoria, de no ser por la estatura, la edad y el peso.

Pero fue un todo terreno en el 0-0. Se trabó en la pelea por el balón, emboscado en una de las cinturas más entrampadas del futbol mexicano, como es la de Tigres, y participó en jugadas al frente, desde cambios de juego, hasta desprendimientos o pases profundos, pero el desencanto suyo, como el de la nación color azul frustración, se dio al ver a Cauteruccio, el flamante y frágil héroe de la Copa, desperdiciar cuatro oportunidades claras de gol, que habrían teñido de gloria el marcador de la Colonia Nápoles.

El Chaco Giménez ya recibió su título de entrenador. Es de suponerse que con la docena de técnicos que le han dirigido en casi 20 años de carrera (debutó a los 17 con Boca), se habrá amamantado de todo lo aprovechable y todo lo tóxicamente desechable entre la fauna de esos entrenadores.

Al final, más allá de las lecciones y de las repulsiones asimiladas en su carrera de jugador, tiene un código genético para predicar: con el último aliento, con el último soplo rebelde, con el hálito de ahí, de la cuna, de Resistencia, el balón aún le pertenece.

Cierto, habrá quien retraiga aquella estampa del 26 de mayo de 2013, cuando Moy Muñoz trastocó el desenlace en el Estadio Azteca, en la mejor final en la historia del futbol mexicano, con el América oficializando el verbo cruzazulear, en el epitafio celeste.

Sí, ahí estaba El Chaco, pero ¿cómo puede solo uno y uno solo redimir de ese pecado ancestral, de casi 20 años, a los otros dolientes en la cancha

Tal vez, sólo tal vez, este sábado, en ese minuto 85, en ese entorno de desesperanza, ante un adversario cinco años más joven, 15 centímetros más alto, y varios kilos más atlético, como Gignac, El Chaco Giménez demostró que hay esperanza de que Cruz Azul, algún día, deje de cruzazulearla.