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Mauro Boselli... la trampa del instinto

LOS ÁNGELES -- Mauro Boselli pudo ser un ejemplo. Hoy recibe un castigo ejemplar. ¿Era tan difícil ser honesto? ¿Era más fácil ser deshonesto? ¿Por qué en lugar de levantar el puño para el festejo no levantó el índice para declararse culpable?

Lo más grave lo perpetra después en su absurdo testamento en la ventisca de las redes sociales, que absurdamente muchos le aplaudieron. Confesar lo evidente fue un acto de cinismo de Boselli que sólo los cínicos podían aplaudir.

Lejos, muy lejos de defender o de ejemplificar, o de prohijar la trampa de Boselli, es complicado entender ese momentum crítico del futbolista.

Dictado su castigo de un juego de suspensión es colocado ya Boselli en la galería de los carteristas con dedos de seda, la cual encabeza, pero con el inculto indulto absurdamente generalizado, por su grandeza futbolística, Diego Maradona, con La Mano de Dios ante los ingleses en México 86.

Ya sentenciado, y sin derecho a apelación, este malabarista del área, al que denuncia y sataniza más el video que las certezas arbitrales, nuevamente en crisis de miopía, merece ser puesto a contraluz.

Boselli jamás lo va a confesar. En el acto de remordimiento llevó una dosis extra de culpa. En la desesperación por redimirse, en ese texto a través de redes sociales, terminó por hacer más soez y patético el nudo de su propia horca.

Por eso, insisto, lejos de vanagloriarlo, quiero poner a contraluz, en el ejercicio suicida del Abogado del Diablo, al Boselli de ese momento, de ese momentum, de ese minuto 41.

Ojo, porque todo lo que puede enlistarse enseguida, no pudo recapacitarlo en esa milésima de segundo el jugador, pero, es, sin duda, reflejo de todos los motores siniestros y silenciosos de cada acción prohibida del futbolista.

Porque si el de Boselli es un acto inconsciente, prefiero, definitivamente, este tipo de actos virulentamente inconscientes antes que las perniciosas inconsciencias recientes, según lo han asegurado los culpables, en los casos de Jair Pereira, de Rubens Sambueza, del Riflecito Andrade o de Michael Orozco.

1.- Un goleador en la inopia. Ese, el de la mano maldita fue su tercero gol en diez jornadas. Un delantero codicioso y codiciado que se encuentra en la desesperación de asaltar para saciar su hambre. Hoy, sin embargo, el castigo sentencia a Boselli a una más feroz y grave hambruna.

2.- Minuto 41. 0-1 abajo ante Toluca. El remanso de paz, la tregua para irse al medio tiempo. La oportunidad perfecta de apaciguar la inevitable tormenta en el vestuario. No dudó nunca. Era un salvavidas mientras la nave zozobra.

3.- Un equipo en crisis. Boselli, el artífice de un Bicampeonato con el León, hoy se enfanga en el suplicio del sótano. El hazmerreír del torneo con seis puntos. Un relámpago de absurda ilusión, esa de que tal vez ninguna de las cuatro cámaras que lo enfocaban pudiera congelar ese timo con la mano. El sabor de la gloria extraviada, es mala consejera.

4.- El chivo expiatorio. Ha roto con su técnico. Ha tenido con Torrente todo un torrente de desavenencias. Y ha perdido la batalla. La directiva respalda al entrenador. La afición señala a Boselli. El desprestigio de ser el engendro de la cizaña y la discordia en el vestuario. Un momento magnífico para lavarse la cara. Terminó por tiznarle la fachada al equipo.

5.- Y el instinto. A pesar de las reflexiones anteriores, que requieren al menos un par de segundos de cavilaciones, imposibles en ese momento, Boselli en ese Juicio Final del segundo sólo actuó como acto reflejo, como impulso de supervivencia, como una automatización del instinto de conservación: el gol en el aspaviento de un manotazo.

Sí, en ese momentum suyo, Boselli hizo lo que cualquier otro jugador habría hecho, empujarla con la mano, pero, un segundo después, Boselli debió haber hecho lo que deben hacer los que dicen vivir por, con, para y del futbol: respetarlo, levantar la mano y declararse culpable.

Si el árbitro se hubiera atrevido a marcar la mano, Boselli se habría llevado una amarilla. Si Boselli hubiera confesado el pecado de ambos, de él y del silbante, habría sentado un ejemplo. Hoy, el estrado de la deshonestidad lo acogerá un partido.

Boselli recibió el premio por esa sagacidad ladina de improvisar el remate con la única parte de su cuerpo que sí podía, pero que no debía. Hoy, recibe, merecidamente, el castigo. La tecnología, a veces, y sólo a veces, desenmascara al tramposo.

Maradona acuñó una frase: "la pelota no se mancha". Él la manchó ese día ante los ingleses, pero quedó exonerado universal y eternamente por la exquisitez de manufacturar el gol más hermoso en una Copa del Mundo. ¿Picardía? No, trampa el primero, picardía celestial el segundo.

Pero, ¿eso lo hace menos culpable? ¿Y la FIFA de hoy, en verdad lo habría castigado como no lo hizo la FIFA de entonces?

En los balbuceos del siglo pasado, el escritor británico George Orwell decía ya que "en una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario".

Boselli pudo ser revolucionario. Debió, pero no quiso. Le ganó el culpable que lleva dentro.