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Peláez, ¿un servil víctima de otros más serviles?

LOS ÁNGELES -- Qué frágil resultó Ricardo Peláez. Tanto tiempo hizo creer que se iría cuando él quisiera. Pero en menos de 48 horas su aparatosa imagen de omnipotente en Coapa fue resquebrajada con la consabidamente brutal e ignominiosa patada en el derriere.

Pero, más grave aún, en el discurso mímico y verbal de Yon de Luisa este viernes queda claro que Peláez sale con la túnica percudida de los apestados, de los indeseables, de los desterrados. Persona non grata en Coapa.

La renuncia de Peláez, pública y anticipada el miércoles, aderezada con pucheros convulsivos y abnegados, le habría podido valer por una beca en la Escuela de Actuación de Televisa, pero no para un indulto de sus superiores. Para ellos, el perdón es una debilidad.

En Televisa molestaron las formas. Peláez había recibido órdenes de guardar silencio sobre su salida hasta el final del torneo. Pero, prefirió, lacrimógenamente, ungirse como la víctima anticipadamente. En la empresa nadie se muere sin que el patrón lo ordene... ni los que ya están muertos.

Ciertamente, Ricardo Peláez fue leal al América. Fue disciplinado y fiel. Hizo cosas malas e hizo mal las cosas. Acertó y se equivocó. Pero la infalibilidad no existe, porque de ser así Dios habría prescindido del hombre.

El ex vicepresidente deportivo sacó al América de las penurias subterráneas, consiguió títulos, lo colocó en finales, lo reinstaló en protagonismo, regresó por momentos a la afición al Azteca, aunque en 2016 fue uno de los grumetes en el hundimiento del festivo y Centenario Titanic.

Corrompió el proceso de Mohamed, se equivocó con Matosas y Ambriz, aunque siguió agregando diosas de latón a la sala de trofeos, y con LaVolpe de maquillista acicaló al adefesio del fracaso.

Ciertamente, Peláez no merecía ser echado de manera ignominiosa, más allá de que él hizo lo mismo con otros, como el mismo Mohamed y Moisés Muñoz, o Sambueza y Oswaldito. Los hizo sentir indeseados, y a él lo visten, en la despedida, con la mortaja de indeseable.

En un ejercicio hecho en una emisión de SportsCenter, colocaba yo a Ricardo Peláez justo detrás de Panchito Hernández en la pirámide de directivos más exitosos en el América, porque, verídicamente, la etapa de Emilio Díez Barroso está percudida de muchas sospechas, de muchos cuchicheos, ciertamente, tan incomprobables como innegables.

Desde armar un equipo de muy bajo presupuesto con Miguel Herrera, hasta conseguir jugar la Semifinal del Mundial de Clubes ante el Real Madrid, mantuvo al equipo en esa omnipresencia requerida del Ódiame Más. Insúltame, pero no me olvides.

Cuando llegó El Piojo, hubo alarma cuando fluía la lista de refuerzos. Parecía un canal clandestino al que arrojaban desechos tóxicos. Uno repasaba los nombres y se preguntaban dónde estaban las figuras.

¿Layún? ¿Paul Aguilar? ¿Molina? ¿Moisés Muñoz? ¿Medina? ¿El Topo? ¿Sambueza? Eran, entonces, prácticamente, escoria de otros equipos. Indeseables del Draft. Lo confesaban ellos mismos: jamás habían soñado llegar al América. Sólo hubo un capricho: Vizcarrondo.

Y con Herrera y Peláez se armó un equipo protagónico. Después la chequera americanista convulsivamente tenía ataques de bulimia y vomitaba millones por dudosos refuerzos y sospechosos promotores, pero aun así había títulos.

Es evidente que Peláez fue perdiendo la muñeca para controlar las exigencias del América. Y en la órbita perfumada, jactanciosa, conflictiva, mezquina e intrigante de Azcárraga Jean, fue conquistando enemigos, además de que el patrón se había quedado sin sus excéntricos festejos, como aquel en que sale en topless a dar la vuelta olímpica en el Azteca.

Peláez sabía que su ciclo estaba cerrado. Quiso irse a su estilo, y lo hicieron irse bajo el estilo de la empresa. Los últimos mordiscos se los dieron las mismas hienas que él mismo alimentó.

Por eso, insisto, cuando vi y escuché a Yon de Luisa este viernes, sentí que él estaba todavía masticando, escupiendo y saboreando los vestigios del descrédito y deshonor del cadáver de Ricardo Peláez.

Y para el que sigue, para quien llegue, hay una lección aprendida tarde por Peláez: si eres servil siempre habrá otros más serviles que tú para servirle tu cabeza al amo del Canal de las Estrellas...